6 Galería de Ungidos contra Ungidos
El texto de Melitón de Sardes citado antes, enumeraba una galería de figuras bíblicas. A Melitón le interesa mostrar que son justos sufrientes y enseñar que en ellos era Cristo quien padecía. A nosotros, en cambio, nos interesa observar aquí que en dichos ejemplos se trata de parejas de elegidos, en las que uno sufre a manos del otro: Abel-Caín, Isaac-Abraham; Jacob-Labán; Jacob-Esaú; José-sus hermanos; David-Saúl; Moisés-su pueblo; los profetas-los reyes impíos: los profetas-los profetas del rey, los sacerdotes, el pueblo rebelde.
Consideremos dos eslabones de esta cadena de ejemplos: Moisés y David.
6.1 Moisés
Moisés merece especial atención porque padece la rebeldía del pueblo elegido,
al que Dios le encomienda para que lo guíe hacia la salvación. La oposición proviene a veces de todo el pueblo, otras veces de individuos que como en el caso de Arón y María son hermanos de Moisés.
Cuando Moisés mata al egipcio que maltrataba a un israelita, es un homicida para la ley egipcia, pero según las tradiciones patriarcales hebreas, está cumpliendo con un deber de piedad familiar, hacia su propio pueblo (Véase Números 35,19 con nota de la Biblia de Jerusalén y los estudios sobre el Goelato como institución familiar y religiosa en el pueblo elegido). Sin embargo, algunos de los suyos, no le reconocen el mérito de la buena obra y lo increpan (Exodo 2,11-15). Las murmuraciones contra Moisés y contra el Señor fueron frecuentes durante la travesía del pueblo de Dios por el desierto y le merecieron la fama de pueblo de dura cerviz (Exodo 32,9; 33,3.5; 34,9; Deuteronomio 9,13; 10,16; 28,48, 31,27). Numerosos textos relatan las rebeldías del pueblo contra Moisés (Exodo 15,24; 16,2; 17,3; Números 11,2-4; 20,2; Salmos 77 y 105). Este pueblo recalcitrante prefigura el alma que resiste a la gracia y se irrita contra los hombres de Dios.
Pero mucho más prójimos de Moisés eran Arón y María, sus hermanos, que se le oponen y murmuran contra él por causa de la esposa extranjera de Moisés (Números 12,1-3). También esta oposición la sobrelleva Moisés con paciencia, a pesar de que debió serle tanto más dolorosa cuanto que venía de personas más próximas por la sangre y por su posición religiosa. Por eso la Escritura elogiará a Moisés como "el hombre más humilde de la tierra" (Números 12,3).
Moisés se vio incluso en trance de ser apedreado por el pueblo (números 14,10). Estas situaciones de martirio, hacen de él un justo paciente que prefigura a Jesús, y le merece estar junto a él sobre el monte de la Transfiguración.
El pueblo ungido descargaba sobre el Moisés ungido su rebeldía contra Dios. Dios le da a su ungido Moisés entrañas de misericordia para interceder por el pueblo rebelde a pesar de sus rebeldías. Toda la travesía del desierto está pautada por una pendularidad conflictual, que opone al pueblo elegido con el líder elegido. Ungido contra ungido.
6.2 David
El drama Saúl versus David abarca muchos capítulos del primer libro de Samuel, va del capítulo 18 al 31. Es quizás el ejemplo más extensamente elaborado de conflicto de un ungido contra otro ungido. Está expuesto con detalle de peripecias históricas, así como matices de fina observación psicológica y espiritual.
Saúl, ungido rey por Samuel, después de sucumbir a la desobediencia (1 Sam 15,22-23) concibe celos contra David. Se cree amenazado y puesto en peligro por David, quien, en realidad es un fiel vasallo y un valiente guerrero, que contribuye al bien de su reino y del pueblo elegido. Sin embargo, en su funesta acedia, Saúl se cree amenazado y puesto en peligro por él. Lleno de autocompasión Saúl se pone a perseguir a muerte a David, persuadido de que sólo se está defendiendo. Esa autocompasión tiene algo de negación de la propia culpa y rechazo del juicio divino que el profeta Samuel le ha comunicado. Saúl no acepta ni la sentencia ni la corrección divina y se hace un desacatado irreductible, arquetipo del ungido (0 elegido) duro de cabeza y desobediente, que expresa su rebeldía persiguiendo al elegido obediente y manso.
Este complejo mecanismo espiritual de la envidia como invidencia, que trastoca la percepción del mal y del bien, lo ha expresado bien el libro de la Sabiduría de Salomón, acuñando la frase con que el malvado se mueve a perseguir al justo: "es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible" (Sabiduría 2,14, Cfr vv. 10-20).
Sin embargo, Saúl el perseguidor, recibirá la gracia de la conversión por medio del David inocente. De manera análoga a lo que sucede con los hijos de los patriarcas, salvados por su odiado hermano José, o como sucede con el pueblo rebelde, salvado por Moisés. Saúl abrirá de pronto sus ojos, cuando el David a quien él ha perseguido y acorralado hasta la última cueva del desierto, le perdone la vida. La mansedumbre invicta del perseguido salvará de su pecado al perseguidor (1 Sam 24,17-22), mostrando así que el bien es más fuerte que el mal y la gracia más fuerte que el pecado. Cuando parecería que Dios ha entregado al justo David en las manos de Saúl, es, por el contrario, Saúl quien le es entregado por Dios a David. Pero no para la espada sino para el perdón magnánimo y para la conversión consiguiente. Por el perdón del perseguido se convierte el perseguidor y reconoce y llora su error.
Se entrevé aquí la prefiguración del arquetipo salvífico del perdón; la prefiguración del drama Cristo-Israel: Ungido contra Ungido. Es el mismo arquetipo que reluce en la conversión de Saulo y su transformación en Pablo. La carta a los Hebreos, sensible a esta analogía, la ha dejado señalada (Hebreos 10,1-8) anudando la obediencia y el sacrificio de Cristo con la desobediencia de Saúl (1 Sam 15,22), a través de la cita del Salmo 39,7-9.
6.3 El reproche de Esteban
No es necesario agotar aquí el recorrido por las Sagradas Escrituras para comprender que la enérgica diatriba del mártir Esteban era bien fundada. Tras recorrer la historia de la salvación en su discurso (Hechos 7,1-50) Esteban concluye con un reproche a los elegidos, que habiendo recibido la Ley por mano de ángeles, no la han guardado, han perseguido y dado muerte a los profetas que anunciaban al Justo, al cual, por fin, también traicionaron y asesinaron. Esteban les reprocha: "Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos; vosotros siempre resistís al Espíritu Santo"(Hechos 7,51-53). Con este reproche, Esteban se refiere al Espíritu que ungía a los hombres de Dios y al que resistían los miembros del pueblo elegido: ungido contra ungido. El pueblo, en efecto, era un "reino de sacerdotes y una nación santa" (Éxodo 19,6). El pueblo, ungido en ocasión de la alianza, se opone sin embargo a sus ungidos. Esa es la substancia del reproche del mártir Esteban.
6.4 Amor no correspondido
En el drama del Ungido contra Ungido, se revela la incapacidad de devolver a Dios el amor con que ama; la incapacidad de responder a la elección de la que se es objeto. Pero también se revela en el Ungido que es objeto de la agresión injusta (y que no responde con violencia a la violencia, con injuria a la injuria, sino con paciencia, humildad y hasta perdón) el misterio del amor invencible de Dios, aún cuando no es correspondido por el hombre.
6.5 Cristo-Judas
El drama Cristo-Judas pone de manifiesto ese mismo misterioso arquetipo salvífico. Es uno de los elegidos por el Elegido (Marcos 3,19); es uno de los que el Padre le dio al Hijo (Juan 17,12); el amigo en quien Jesús confiaba (Salmo 40,10); a quien Jesús mismo le da su pan en el festín mesiánico; uno que mete la mano en el mismo plato, y al cual el Anfitrión llama amigo. Judas no se vuelve contra otro elegido cualquiera (como si se hubiese vuelto contra otro apóstol), sino que se vuelve contra el Elegido que lo eligió. En su caso se pone claramente de manifiesto que es a Dios a quien apunta en último término el rechazo de un Ungido por otro.
6.6 Rivalidades entre los Apóstoles
El colegio apostólico, la comunidad de los doce que Jesús había elegido en oración (Lucas 6,12-13), estaba interiormente trabajada por la tentación de los celos y por las rivalidades entre los elegidos.
Los relatos de vocación que nos conservan los evangelios no son ajenos a la intención de documentar el orden de antigüedad en que fueron llamados. Primero Pedro y Andrés, después Santiago y Juan (marcos 1,16-19; Mateo 4,18-22; Lucas 5,1-11). O bien, siguiendo el orden del evangelio según San Juan: Andrés, Simón Pedro, Felipe, Natanael. También las listas de nombres de los doce tienen que ver con la jerarquía o jerarquización (Marcos 3,13-19; Mateo 10,1-14, Lucas 6,12-16).
Mientras Jesús se encamina a padecer en Jerusalén, los discípulos discuten entre sí quién es el mayor (Marcos 9,33-34). Santiago y Juan aspiran a estar a la izquierda y la derecha de Jesús en su Reino, o sea en los puestos de honor (Marcos 10,35). Y ya sea movida por su ambición materna, ya sea accediendo a una maniobra política de sus hijos, la madre de los zebedeos se mezcla en esta trama de ambiciones (Mateo 20,20-23). Los demás discípulos tomaron muy a mal esta pretensión y estos reclamos y "empezaron a indignarse contra Santiago y Juan" (Marcos 10,33.45). Jesús reconoce y señala, en esta contienda por el poder, modos humanos y carnales de proceder, que El considera impropios de sus discípulos: "no ha de ser así entre vosotros" (Marcos 10,43).
Juan no renunciará jamás al título de "discípulo a quien Jesús amaba" (Juan 13,23; 19,26; 20,2; 21,7.20). Pero Pedro no parece querer ser menos. Y es Juan, quien con grandeza nos refiere la triple confesión de amor de Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? (Juan 21,15). Este hecho parece expresar el surgimiento de una cultura cristiana de la superación de la rivalidad y de los celos. Es interesante observar de qué manera intenta remediar Jesús esos gérmenes de rivalidad carnal entre elegidos dentro de la comunidad de sus discípulos. Por un lado, Jesús remite a sus discípulos al rol del Servidor sufriente del Hijo del Hombre. Es decir, los remite a su pasión a la luz de Isaías (53,4.5.11.12): "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10,45). Por otro lado: en el antes citado capítulo 21 del evangelio según San Juan, Jesús resuelve la rivalidad entre el discípulo más amado por Jesús y el discípulo que más ama a Jesús, confiándole al que más ama el cuidado del más amado: confía a Juan al cuidado de Pedro.
La tentación de rivalidad entre los discípulos de Cristo es perenne y amenaza siempre la ruptura de la koinonía ( = comunión). La teología de Juan, atenta a la comunión y sus rupturas, enfatiza los aspectos de la enseñanza de Jesús que apuntan a conjurar este peligro. Pone los orígenes de la actitud espiritual cristiana (que sabe renunciar al propio interés en aras de un interés mejor, que es el de Cristo) ya en los comienzos del evangelio: en el corazón de Juan el Bautista. Es preciso que él -Jesucristo - crezca y que yo disminuya" (Juan 3,30).
Pablo lamenta la situación de una Iglesia donde todos buscan sus propios intereses y no los de Cristo (Filipenses 2,21) y son pocos los que, como Pablo y Timoteo, se preocupan del rebaño y velan por él aún a costa de sí mismos.
Cuando Moisés mata al egipcio que maltrataba a un israelita, es un homicida para la ley egipcia, pero según las tradiciones patriarcales hebreas, está cumpliendo con un deber de piedad familiar, hacia su propio pueblo (Véase Números 35,19 con nota de la Biblia de Jerusalén y los estudios sobre el Goelato como institución familiar y religiosa en el pueblo elegido). Sin embargo, algunos de los suyos, no le reconocen el mérito de la buena obra y lo increpan (Exodo 2,11-15). Las murmuraciones contra Moisés y contra el Señor fueron frecuentes durante la travesía del pueblo de Dios por el desierto y le merecieron la fama de pueblo de dura cerviz (Exodo 32,9; 33,3.5; 34,9; Deuteronomio 9,13; 10,16; 28,48, 31,27). Numerosos textos relatan las rebeldías del pueblo contra Moisés (Exodo 15,24; 16,2; 17,3; Números 11,2-4; 20,2; Salmos 77 y 105). Este pueblo recalcitrante prefigura el alma que resiste a la gracia y se irrita contra los hombres de Dios.
Pero mucho más prójimos de Moisés eran Arón y María, sus hermanos, que se le oponen y murmuran contra él por causa de la esposa extranjera de Moisés (Números 12,1-3). También esta oposición la sobrelleva Moisés con paciencia, a pesar de que debió serle tanto más dolorosa cuanto que venía de personas más próximas por la sangre y por su posición religiosa. Por eso la Escritura elogiará a Moisés como "el hombre más humilde de la tierra" (Números 12,3).
Moisés se vio incluso en trance de ser apedreado por el pueblo (números 14,10). Estas situaciones de martirio, hacen de él un justo paciente que prefigura a Jesús, y le merece estar junto a él sobre el monte de la Transfiguración.
El pueblo ungido descargaba sobre el Moisés ungido su rebeldía contra Dios. Dios le da a su ungido Moisés entrañas de misericordia para interceder por el pueblo rebelde a pesar de sus rebeldías. Toda la travesía del desierto está pautada por una pendularidad conflictual, que opone al pueblo elegido con el líder elegido. Ungido contra ungido.
6.2 David
El drama Saúl versus David abarca muchos capítulos del primer libro de Samuel, va del capítulo 18 al 31. Es quizás el ejemplo más extensamente elaborado de conflicto de un ungido contra otro ungido. Está expuesto con detalle de peripecias históricas, así como matices de fina observación psicológica y espiritual.
Saúl, ungido rey por Samuel, después de sucumbir a la desobediencia (1 Sam 15,22-23) concibe celos contra David. Se cree amenazado y puesto en peligro por David, quien, en realidad es un fiel vasallo y un valiente guerrero, que contribuye al bien de su reino y del pueblo elegido. Sin embargo, en su funesta acedia, Saúl se cree amenazado y puesto en peligro por él. Lleno de autocompasión Saúl se pone a perseguir a muerte a David, persuadido de que sólo se está defendiendo. Esa autocompasión tiene algo de negación de la propia culpa y rechazo del juicio divino que el profeta Samuel le ha comunicado. Saúl no acepta ni la sentencia ni la corrección divina y se hace un desacatado irreductible, arquetipo del ungido (0 elegido) duro de cabeza y desobediente, que expresa su rebeldía persiguiendo al elegido obediente y manso.
Este complejo mecanismo espiritual de la envidia como invidencia, que trastoca la percepción del mal y del bien, lo ha expresado bien el libro de la Sabiduría de Salomón, acuñando la frase con que el malvado se mueve a perseguir al justo: "es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible" (Sabiduría 2,14, Cfr vv. 10-20).
Sin embargo, Saúl el perseguidor, recibirá la gracia de la conversión por medio del David inocente. De manera análoga a lo que sucede con los hijos de los patriarcas, salvados por su odiado hermano José, o como sucede con el pueblo rebelde, salvado por Moisés. Saúl abrirá de pronto sus ojos, cuando el David a quien él ha perseguido y acorralado hasta la última cueva del desierto, le perdone la vida. La mansedumbre invicta del perseguido salvará de su pecado al perseguidor (1 Sam 24,17-22), mostrando así que el bien es más fuerte que el mal y la gracia más fuerte que el pecado. Cuando parecería que Dios ha entregado al justo David en las manos de Saúl, es, por el contrario, Saúl quien le es entregado por Dios a David. Pero no para la espada sino para el perdón magnánimo y para la conversión consiguiente. Por el perdón del perseguido se convierte el perseguidor y reconoce y llora su error.
Se entrevé aquí la prefiguración del arquetipo salvífico del perdón; la prefiguración del drama Cristo-Israel: Ungido contra Ungido. Es el mismo arquetipo que reluce en la conversión de Saulo y su transformación en Pablo. La carta a los Hebreos, sensible a esta analogía, la ha dejado señalada (Hebreos 10,1-8) anudando la obediencia y el sacrificio de Cristo con la desobediencia de Saúl (1 Sam 15,22), a través de la cita del Salmo 39,7-9.
6.3 El reproche de Esteban
No es necesario agotar aquí el recorrido por las Sagradas Escrituras para comprender que la enérgica diatriba del mártir Esteban era bien fundada. Tras recorrer la historia de la salvación en su discurso (Hechos 7,1-50) Esteban concluye con un reproche a los elegidos, que habiendo recibido la Ley por mano de ángeles, no la han guardado, han perseguido y dado muerte a los profetas que anunciaban al Justo, al cual, por fin, también traicionaron y asesinaron. Esteban les reprocha: "Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos; vosotros siempre resistís al Espíritu Santo"(Hechos 7,51-53). Con este reproche, Esteban se refiere al Espíritu que ungía a los hombres de Dios y al que resistían los miembros del pueblo elegido: ungido contra ungido. El pueblo, en efecto, era un "reino de sacerdotes y una nación santa" (Éxodo 19,6). El pueblo, ungido en ocasión de la alianza, se opone sin embargo a sus ungidos. Esa es la substancia del reproche del mártir Esteban.
6.4 Amor no correspondido
En el drama del Ungido contra Ungido, se revela la incapacidad de devolver a Dios el amor con que ama; la incapacidad de responder a la elección de la que se es objeto. Pero también se revela en el Ungido que es objeto de la agresión injusta (y que no responde con violencia a la violencia, con injuria a la injuria, sino con paciencia, humildad y hasta perdón) el misterio del amor invencible de Dios, aún cuando no es correspondido por el hombre.
6.5 Cristo-Judas
El drama Cristo-Judas pone de manifiesto ese mismo misterioso arquetipo salvífico. Es uno de los elegidos por el Elegido (Marcos 3,19); es uno de los que el Padre le dio al Hijo (Juan 17,12); el amigo en quien Jesús confiaba (Salmo 40,10); a quien Jesús mismo le da su pan en el festín mesiánico; uno que mete la mano en el mismo plato, y al cual el Anfitrión llama amigo. Judas no se vuelve contra otro elegido cualquiera (como si se hubiese vuelto contra otro apóstol), sino que se vuelve contra el Elegido que lo eligió. En su caso se pone claramente de manifiesto que es a Dios a quien apunta en último término el rechazo de un Ungido por otro.
6.6 Rivalidades entre los Apóstoles
El colegio apostólico, la comunidad de los doce que Jesús había elegido en oración (Lucas 6,12-13), estaba interiormente trabajada por la tentación de los celos y por las rivalidades entre los elegidos.
Los relatos de vocación que nos conservan los evangelios no son ajenos a la intención de documentar el orden de antigüedad en que fueron llamados. Primero Pedro y Andrés, después Santiago y Juan (marcos 1,16-19; Mateo 4,18-22; Lucas 5,1-11). O bien, siguiendo el orden del evangelio según San Juan: Andrés, Simón Pedro, Felipe, Natanael. También las listas de nombres de los doce tienen que ver con la jerarquía o jerarquización (Marcos 3,13-19; Mateo 10,1-14, Lucas 6,12-16).
Mientras Jesús se encamina a padecer en Jerusalén, los discípulos discuten entre sí quién es el mayor (Marcos 9,33-34). Santiago y Juan aspiran a estar a la izquierda y la derecha de Jesús en su Reino, o sea en los puestos de honor (Marcos 10,35). Y ya sea movida por su ambición materna, ya sea accediendo a una maniobra política de sus hijos, la madre de los zebedeos se mezcla en esta trama de ambiciones (Mateo 20,20-23). Los demás discípulos tomaron muy a mal esta pretensión y estos reclamos y "empezaron a indignarse contra Santiago y Juan" (Marcos 10,33.45). Jesús reconoce y señala, en esta contienda por el poder, modos humanos y carnales de proceder, que El considera impropios de sus discípulos: "no ha de ser así entre vosotros" (Marcos 10,43).
Juan no renunciará jamás al título de "discípulo a quien Jesús amaba" (Juan 13,23; 19,26; 20,2; 21,7.20). Pero Pedro no parece querer ser menos. Y es Juan, quien con grandeza nos refiere la triple confesión de amor de Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? (Juan 21,15). Este hecho parece expresar el surgimiento de una cultura cristiana de la superación de la rivalidad y de los celos. Es interesante observar de qué manera intenta remediar Jesús esos gérmenes de rivalidad carnal entre elegidos dentro de la comunidad de sus discípulos. Por un lado, Jesús remite a sus discípulos al rol del Servidor sufriente del Hijo del Hombre. Es decir, los remite a su pasión a la luz de Isaías (53,4.5.11.12): "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10,45). Por otro lado: en el antes citado capítulo 21 del evangelio según San Juan, Jesús resuelve la rivalidad entre el discípulo más amado por Jesús y el discípulo que más ama a Jesús, confiándole al que más ama el cuidado del más amado: confía a Juan al cuidado de Pedro.
La tentación de rivalidad entre los discípulos de Cristo es perenne y amenaza siempre la ruptura de la koinonía ( = comunión). La teología de Juan, atenta a la comunión y sus rupturas, enfatiza los aspectos de la enseñanza de Jesús que apuntan a conjurar este peligro. Pone los orígenes de la actitud espiritual cristiana (que sabe renunciar al propio interés en aras de un interés mejor, que es el de Cristo) ya en los comienzos del evangelio: en el corazón de Juan el Bautista. Es preciso que él -Jesucristo - crezca y que yo disminuya" (Juan 3,30).
Pablo lamenta la situación de una Iglesia donde todos buscan sus propios intereses y no los de Cristo (Filipenses 2,21) y son pocos los que, como Pablo y Timoteo, se preocupan del rebaño y velan por él aún a costa de sí mismos.
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