
RESUMEN Y CONCLUSIONES
Lo específicamente cristiano de las virtudes
A partir de la frase bíblica "el gozo del Señor es nuestra fortaleza" he querido mostrar lo que el Espíritu Santo nos ha revelado acerca de cómo se conecta la virtud cardinal de la fortaleza con la virtud teologal de la caridad y de la esperanza.
La fortaleza cristiana se alimenta de un fruto de la caridad: el gozo.
Lo que sostiene a Nuestro Señor Jesucristo en la agonía del Huerto, es el gozo de cumplir la voluntad del Padre. Un gozo que está en la voluntad, superando todos los tormentos de la sensibilidad. "No se haga mi voluntad sino la tuya".
Las virtudes cardinales, morales e intelectuales, reciben, en efecto, su sello cristiano, su diferencia específica cristiana, por su conexión con las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. Y sobre todo de la caridad, que es la “forma de todas las virtudes”. O sea la que le da a todas las virtudes su forma específicamente cristiana.
Retengamos algunas reflexiones acerca de la doctrina bíblica sobre la fortaleza.
En particular acerca de la conexión entre fortaleza y caridad.
Si bien ya Aristóteles insistía en que el único motivo que debe animar la fortaleza es el amor al bien por sí mismo y que cualquier otro motivo extrínseco sería indigno, en todo el mundo griego no cristiano, la hupomoné está ligada a una concepción puramente natural del hombre y su destino
[Véanse los estudios de Pedro Ortiz Valdivieso S.J. citados en nota al comienzo de este trabajo, YPOMONH en la literatura griega, e YPOMONH en el Nuevo Testamento. Y los de los de A.-M- Festugiere y de Hauck citados allí mismo.]
No hay en ella una conexión con la virtud de la religión o de la esperanza. Sólo excepcionalmente afloran ideas como el anhelo de una felicidad más allá de la muerte (Platón en Gorgias) o una relación con la Divinidad (Epicteto). Eso explica que los griegos no consideraran a la paciencia estrictamente como una virtud. "No conocemos ningún texto de la literatura griega pagana en que se llame expresamente virtud a la hupomoné"
[Valdivieso, 1966, p.62. No la enumeran en sus listas de virtudes griegas ni A. Vögtle, Die Tugend- und Lasterkataloge des N. T. en: Neutestamentl. Abhandlungen XIV/4s, Münster 1936; ni S. Wibbing, , Die Tugend- und Lasterkataloge im N. T. und ihre Traditionsgeschichte unter besonderer Berücksichtigung der Qumran-Texte, (Beihefte Zeitschr. f. die neutestamentl. Wiss., 25) Berlin, 1959]
En el mundo griego las virtudes a las que se asocia son las propiamente guerreras o viriles: la virilidad, el vigor, y la grandeza de ánimo o magnanimidad.
El sentido flotante de la palabra en la literatura griega y su carácter de alguna manera secundario, contrasta con el protagonismo que cobra en el Nuevo Testamento, donde pasa a significar quizás lo más propio y distintivo de la fortaleza cristiana.
En la conexión entre fortaleza y caridad se pone de manifiesto con claridad lo que la virtud de la fortaleza cristiana tiene de específico y diferencial respecto de lo que otras culturas y religiones consideran que es la fortaleza como virtud. Pongamos por ejemplo lo que distingue la fortaleza de un San Pablo de la fortaleza de un Sócrates o de un Aquiles, o aún de un Judas Macabeo.
La virtud de la fortaleza, lo que en cualquier cultura hace que se considere a un hombre como valiente y no cobarde, como fuerte y no como débil, se define por lo que, según los parámetros de esa cultura, el hombre debe hacer frente al mal.
Qué es el mal y cómo se ha de resistirlo o padecerlo para ser virtuoso y fuerte se entenderá de diferentes maneras según los códigos religiosos y culturales: sea antiteos, sea judíos, sea musulmanes, sea católicos. Cada cultura y cada religión concebirá las virtudes cardinales, de acuerdo a lo que entiende por bien y por mal. En el escudo de Hércules y de los héroes helenos, hay grabadas por dentro escenas de la vida pacífica ciudadana y familiar y por fuera escenas de guerra y de combate. Esa visión la comparten quienes aún hoy formulan la doctrina de la seguridad nacional en términos de fuerza y de escudo atómico. Y podrían citarse ejemplos tomados de los escritos de los secretarios de estado norteamericanos desde Mc Namara, pasando por Kissinger hasta Fukuyama asesor teórico del Departamento de Estado.
La doctrina hegeliana de la dialéctica del amo y del esclavo, retomada y reexpuesta por Kojève en los prolegómenos de la segunda guerra mundial, plantea la fuerza y la dominación o la debilidad y la sujeción, como un dilema. Ni siquiera se detiene en considerar como hipótesis la posibilidad de mantener relaciones interpersonales fraternas y serviciales, en lugar de la dialéctica de la dominación. En esta visión hay sin duda implícita una visión de un Dios tiránico, y una visión dialéctica de las relaciones entre Dios y el hombre.
No hacen estos autores sino prolongar en el tiempo la doctrina precristiana que expresaba el proverbio imperial romano: si vis pacem, para bellum. (= Si quieres la paz prepara la guerra).
No puede ser esa la visión cristiana de la fuerza y de la fortaleza. En la cultura católica, el bien es la comunión de amistad entre las personas. Primero la comunión de las Personas divinas entre sí y luego de la comunión entre Dios y los hombres, y de éstos entre sí. En la visión de fe cristiana, no es necesario pasar por la dialéctica de la violencia para alcanzar la comunión. El amor excluye la violencia. Por lo tanto, la fortaleza cristiana no puede significar violencia. Su forma específica de oponerse al mal es la que la lleva a vencer el mal con el bien. La fortaleza cristiana no puede ser otra cosa que la victoria de la caridad por la fidelidad.
La caridad es la reina de las virtudes porque ella obra, asegura y hace perdurable, en virtud de su fuerza propia, es decir con la fortaleza misma del amor, esta comunión en su concreción histórica, eclesial y católica.
El mal al que ha de resistir con fortaleza el cristiano, es todo lo que impide al hombre incorporarse a, la comunión con ese Nosotros. O todo lo que, una vez incorporado a ese Nosotros, lo arranca a la comunión. O todo lo que destruye ese bien de la comunión de amor, o lo hiere, o lo rechaza, hiriendo o rechazando a cualquiera de sus miembros más pequeños.
Por el contrario, la fortaleza será el modo virtuoso de enfrentar esos males, venciéndolos si son vencibles o padeciéndolos si son invencibles. O quizás, y ésta es una paradoja propia de la virtud cristiana de la fortaleza, vencer al mal invencible padeciéndolo, vencer a la violencia soportándola. Porque: “¿Cuál es nuestra victoria que vence al mundo sino nuestra fe?”.
La Esposa que llama al Esposo a coro con el Espíritu Santo, al final del Apocalipsis, personifica esa fortaleza que da el amor. La fortaleza de la caridad esponsal se revela así como: "la actitud infatigable e insistente de oración incesante y necesaria "para poder mantenerse firme ante el Hijo del Hombre cuando venga" [Lucas 21,36] , con la fortaleza "que da el Espíritu Santo ante la tribulación apocalíptica".
Oración perseverante, de cada día. Que cree contra toda esperanza en la presencia de Jesús, Señor de la Iglesia y de la historia... hasta que venga... para decir la última palabra sobre la historia humana" [José A. Jauregui, "Grandes desafíos del cristianismo antiguo. Reflexión bíblica sobre el tiempo de Adviento", en: Lumen XLIX (2000) 45-58; nuestras citas en p. 58]
Así es de fuerte el amor que cree, ama, espera.
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Conferencia en las VII Jornadas de Espiritualidad Católica sobre: LAS VIRTUDES CRISTIANAS
Organizadas por el Oratorio Jerónimo Frassati, ”. El Volcán, San Luis, 15-17 Junio 2001