La atribución de una obra a algún personaje famoso del pasado es un recurso midráshico frecuente en tiempos post-exílicos y en los medios sapienciales. En el caso de Jonás, los motivos de la atribución parecen ser, por un lado ciertos rasgos del personaje histórico, a los que se aplica convenientemente la carga simbólica del nombre: Yonáh, (en hebreo: paloma), que es, además, para mayor conveniencia, un nombre simbólico de Israel. El nombre ayuda a presentar a Jonás como una personificación de Israel.
Cuáles sean esos motivos históricos que justifican la atribución, no es del todo claro. Hasta el punto de que algunos nieguen que los haya.
Oswald Loretz - por ejemplo - afirma que:”la vinculación con el profeta Jonás al que se refiere el segundo libro de los Reyes no parece ofrecer ningún motivo o fundamento histórico evidente para echar mano de aquél personaje y de su época, puesto que en tiempos del profeta Jonás ben Amittay, o sea durante el reinado de Jeroboam segundo, del 784 al 744 a. C., Nínive no era ni siquiera todavía residencia del reino asirio y no podía ser considerada como una gran ciudad” [O. Loretz, O. c., p.19].
Sin embargo, si se atiende al relato del 2º Libro de los Reyes 14, 23-29 puede sospecharse que hay motivos, ya sea en la figura histórica, ya sea en el perfil ideal del profeta histórico Jonás ben Amittay, que lo hacían apto para esta intencionada atribución. Jeroboam II, a quien este profeta le anuncia la restauración del primitivo territorio de las tribus, es lo que podría llamarse una figura con antecedentes y méritos nacionales, para no decir nacionalistas.
Pertenece a la dinastía de Jehú, que fuera el brazo armado y el agente del celo religioso de los profetas Elías y Eliseo en su lucha contra los reyes servidores de Baal,
Jeroboam II extiende y restablece, las fronteras de Israel, y el Señor se vale de él como instrumento, aunque indigno, de sus designios salvadores respecto de su pueblo. Jonás aparece asociado a esta figura y a sus ideales nacionales de restauración, si no religiosa y cultural, sí territorial.
Reinado de Jeroboán II en Israel (783-743).“En el año quince de Amasías, hijo de Joás, rey de Judá, comenzó a reinar Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel, en Samaría. Reinó cuarenta y un años. Hizo lo malo a los ojos de El Señor y no se retractó de todos los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel.
25 Fue él quien recuperó el territorio fronterizo de Israel, desde la Entrada de Jamat hasta el mar de la Arabá, conforme a la palabra que El Señor, Dios de Israel, había dicho por medio de su siervo, el profeta Jonás, hijo de Amitay, el de Gat de Jéfer. 26 El Señor vio la amarga desgracia de Israel, pues no quedaba ya esclavo ni libre ni quien auxiliara a Israel.27 Pero El Señor no había decidido borrar el nombre de Israel bajo los cielos y lo salvó por medio de Jeroboán, hijo de Joás.
28 El resto de los hechos de Jeroboán, todo cuanto hizo, sus éxitos militares y sus guerras, y cómo recuperó Damasco y Jamat para Israel, ¿no está escrito en el Libro de los Anales de los reyes de Israel? 29 Jeroboán reposó con sus antepasados y lo enterraron en Samaría con los reyes de Israel. Zacarías, su hijo, reinó en su lugar”.
El Jonás históricoEl personaje histórico Jonás hijo de Amittay, natural de Gat Hefer, es un profeta que anuncia la restauración de las fronteras de Israel, amenazadas o invadidas por sus vecinos. Y se lo anuncia a un descendiente de Jehú, campeón armado de la ortodoxia profética, en un momento de opresión terrible a mano de extranjeros.
Recuérdese que Yehú había sido un verdadero “halcón”. Él restableció la pureza de la religión yavista por medio de un baño de sangre (2 Reyes 9-10). El celo de Jeroboam II por restablecer las fronteras hace pensar que, a pesar del juicio negativo que da el autor del libro de los Reyes acerca de su gobierno, fue, a pesar de todo, instrumento de designios salvíficos de Dios respecto de su pueblo.
Es posible por lo tanto imaginar fundadamente al Jonás ben Amittay de Gat Héfe

r, como un heredero del celo religioso de Elías y Eliseo, galvanizado además por ideales nacionales y hasta militares. Y así parece considerarlo el autor del librito de Jonás.
Parecería que el autor de Jonás lo ha presentado como un halcón con nombre de paloma, y que se ha complacido en jugar con las imágenes de ambas aves en varios sentidos y planos de atribución simbólica.
Un halcón, paloma sólo de nombre. Apto por lo tanto para convertirse en símbolo. Si el personaje histórico no lo fue, parecería evidente que el autor del libro de Jonás proyecta en el personaje histórico los rasgos de su personaje ideal: una paloma con corazón de halcón, que el Señor envía a llevar un mensaje de invitación a la conversión al halcón asirio, como si se enviara una paloma mensajera a un gavilán invitándolo a hacerse vegetariano.
En la Sagrada Escritura, en efecto, se le da a Israel el nombre de paloma y a Asiria se la personifica como un halcón, que es, por otra parte, la forma en que aparece representado el Dios Asur en la iconografía asiria.