
En la intención de Dios, la elección por la cual alguien es amado, está al servicio del amor universal que abraza a todos. Dios elige a uno en bien de todos. sus elegidos tienen una misión de servicio. Como los ángeles. La envidia del Diablo es negación de servir, negación a la caridad. Dios lo abraza y abarca todo en su amor. Su Espíritu es un espíritu de comunión. La Unción, la elección, está siempre destinada a la comunión. Por eso, la envidia, contraria a la caridad, se opone directamente a la intención de Dios, cuyos pensamientos son pensamientos de paz y no de discordia (Jeremías 29,11).
7 Unción para servir
A la ruptura de la comunión por envidia y rivalidad entre sus elegidos, el Señor resucitado quiere sustituirle una circulación de amor y de gracia que una a todos con todos. La Caridad es la virtud contraria de la envidia: no busca su propio interés (1 Corintios 13,5). Puestos a servir y a promover el bien de los demás, se inclinarán a alegrarse de ese bien. La circulación del amor y la gracia sólo es posible por el camino del Siervo. Y no aceptar ese camino es -otra vez más- equivalente al rechazo del Ungido por excelencia: Cristo y su camino del amor sufriente.
Pedro merece el nombre de piedra de escándalo y Jesús lo llama duramente Satanás cuando se opone - ungido contra Ungido - al anuncio de la Cruz (Mateo 16,23). Pablo llorará a causa de los enemigos de la Cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, su Dios el vientre, su gloria su vergüenza y no piensan más que en las cosas de la tierra (Filipenses 3,18-19). En otras palabras, confunden el bien con el mal y el mal con el bien (Isaías 5,20-23).
Para quien, como los de Emaús, no comprende el misterio de la envidia de un ungido por otro, o no advierte que está en situación de prueba bienaventurada, la acción consoladora de Cristo (en griego: paraklesis) se hace reconvención por la dureza del corazón. Así reconviene a los de Emaús (Lucas 24,25) y al Tomás incrédulo (Juan 20,27). Imitando al Resucitado, también Pablo confortará a sus comunidades con frecuentes reconvenciones de las que son claros ejemplos Romanos 14 y 15 y casi toda la 2ª a los Corintios y la 2ª a Timoteo.
7.1 "No serviré"
La rebeldía originaria de Luzbel, el Ángel rebelde, consiste en su negativa de servir a Dios, sirviendo al Hombre, creatura suya.
Dice San Juan: "Quien comete pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo" (1ª Juan 3,8). Esto es: para remediar la rebeldía del que se negaba a servir, el Hijo de Dios viene hecho servidor. Para restañar la rebeldía, viene a obedecer.
San Juan se remonta al arquetipo primitivo y capital del rechazo de un elegido por otro, de un amado por otro. El pecado del Diablo es precisamente ese: "Por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24) ¿Envidia contra qué y por qué?: "Porque Dios creó al hombre incorruptible y le hizo imagen de su misma naturaleza" (Sabiduría 2,23). Al Ángel malo le entristece la bondad de Dios: llama malo al Sumo Bien. No puede destruirlo. Pero sí puede y quiere destruir su imagen y semejanza creada: el hombre.
El ataque de la serpiente a la primera pareja es un ataque a la imagen de Dios según la cual fueron creados; imagen de Dios creada que entristece al espíritu enemigo de Dios.
La Obra del Hijo es la contraria. Él, sabiduría eterna del Padre, tiene sus delicias en estar con los Hijos de los Hombres (Proverbios 8,31); es un Espíritu: bienhechor y amigo del hombre (Sabiduría 7,32). El Hijo de Dios se hace Servidor, obediente, para restaurar la imagen de Dios perdida por obra de Satanás y por el pecado: "Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros. No como Caín, que siendo del Maligno, mató a su hermano ..." (1 Juan 3,12). De nuevo encontramos aquí, subyacente, la dramática oposición de Ungido contra ungido: Diablo contra Hijo(s) de Dios; Caín contra Abel; mundo contra discípulos; hermano contra hermano... Todo este capítulo de la Primera carta de Juan se construye sobre esa paridad de gracia que puede ser disparidad según el arquetipo del malvado. La obra del Diablo es odiar al Hombre, que merece entre todas las criaturas el nombre de Elegido. En efecto, fue elegido para ser imagen y semejanza de Dios y por eso para ser Señor de la Creación. Fue plasmado con las mismas manos del Creador mediante un contacto semejante al de la unción (Génesis 2,7). Recibió la inspiración del soplo divino.
Si odiar al hombre es la obra del Diablo, amar al Hombre es la obra del Hijo que viene a deshacerla. Y en amara la Hombre como imagen de Dios y en afirmar de la bondad divina, hecha visible en su fiel reflejo, ha de consistir la caridad, o sea el modo específico de amar que debe caracterizar y diferenciar a los discípulos del Verbo de Dios hecho hombre. Una forma muy específica de Amor al Hombre, que no se ha de reducir ni confundir con ninguna afabilidad, gentileza, trato educado, buenas costumbres, human relations ni filantropía, que pueden también ser patrimonio de otras culturas no cristianas.
Si la obra del Diablo -por fin- es odiar al elegido, la del Hijo es amar hasta al que lo odia y lo rechaza.
7.2 La caridad es servicial
Así queda descrito el modo específicamente cristiano de amar y por lo tanto el modo específicamente anticristiano de envidiar, o sea de entristecerse por el bien de los creyentes.
La definición de agapé (el amor cristiano, que también se conoce por el nombre específico de caridad) es: amar a Dios y a al prójimo por amor a Dios. Pero donde el amor se manifiesta y en lo que propiamente consiste, es en la obediencia, el servicio y la entrega total. Contra lo que los extravíos románticos del lenguaje han divulgado, hay que recuperar el sentido bíblico primero y después cristiano de la palabra amor, es decir, retornar al uso de la palabra caridad. El romanticismo ha hecho del amor una cuestión de pasión y sentimiento. Y algunos desvíos indiscretos de la religión y de la fe, han podido convencer a muchos de que creer es sentir; que en lo religioso sólo es sincero y auténtico lo que se siente: hay que ir a Misa cuando lo siento, se ha dicho y enseñado, confundiendo el sentimiento con la fe.
Paralelamente otros han vivido un divorcio entre obligación y devoción, o más bien, entre obligaciones y devociones. Para remediar estas indiscreciones es que se acuñó el conocido proverbio que nos trasmitieron nuestras abuelas: primero la obligación y después la devoción. Pero aunque este refrán sea prudente, a esta prudencia le falta algo para hacernos del todo sabios. El amor de Dios, en la escuela de Cristo invita a encontrar la devoción en la obediencia: "mi comida es hacer la voluntad de mi Padre" (Juan 4,34). El mandamiento nuevo, la voluntad del Padre que Jesús viene a realizar, deshaciendo las obras del Diablo, y que nos propone, es éste: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros" (Juan 13,34-35).
Este servicio del amor, lo expresa Jesús en el gesto del Siervo que lava los pies de los elegidos (Juan 13,1-20). Reluce aquí la sabiduría de la receta divina contra la envidia que opone a Ungido contra Ungido: la caridad como servicio al bien del otro; la caridad como ministerio y servicio.
El Señor exorciza las rivalidades entre elegidos haciendo de los potenciales dominadores y rivales, buenos servidores. La rivalidad se canaliza en forma de servicio. La inclinación a negar el ser del otro, se cambia por la de afirmar su ser y la de servirlo hasta con el sacrificio de sí mismo: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Si alguien quiere aplicarse la entrega de Jesús, debe cumplir con la condición que Jesús pone para admitir al círculo de su amistad, y esa condición es el amar y servir, en primer lugar, a los hermanos en la fe: "vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Juan 15,14).
7.3 "Y los ángeles le servían"
Esta ley del servicio, ley de la caridad opuesta a la acedia-envidia que contrapone a Ungido contra Ungido, brilla también en la providencia o disposición divina (que los Santos Padres suelen llamar economía) por la cual Dios pone a los Ángeles al servicio de los hombres.
Hay algo inesperado y asombroso en el hecho de que Dios constituya a los Ángeles como custodios, guardianes y servidores del hombre. Uno conoce a los Ángeles como seres espirituales muy superiores a los hombres en inteligencia, en amor a Dios y en poder espiritual, mucho más cercanos a Dios como servidores de su trono celeste, como testigos de su gloria y de su grandeza y como enviados con misiones divinas. Dios pone así lo más perfecto al servicio de lo menos perfecto, y lo más digno al servicio de lo menos digno. Ya en el paraíso, dice la tradición judeocristiana, Adán era alimentado y servido por los Ángeles con pan del cielo, a semejanza del pueblo en el desierto: "Pan de Ángeles comió el hombre" (Salmo 77,25) "Yo haré llover sobre vosotros pan del cielo" (Exodo 16,4).
El Salmista se asombra de que el Señor haya exaltado tanto al hombre hasta el punto de hacerlo imagen suya, poco inferior a Él: "lo hiciste un poco inferior a un Dios" (Salmo 8,6); y colocándolo como señor de todas sus obras. La visión del salmo 8 se concreta, según la carta a los Hebreos, en Jesús: "sentado a la derecha de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los Ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado" (Hebreos 1,4). Para el autor de la carta a los Hebreos, es evidente que los Ángeles son servidores (amorosos y no obligados a regañadientes) de los cristianos: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que heredan la salvación?" (Hebreos 1,14).
San Marcos ve el comienzo de este servicio angélico en las tentaciones de Jesús en el desierto, donde "siendo tentado por Satanás, estaba entre las fieras del campo y los Ángeles le servían" (Marcos 1,13). También a nosotros, que estamos en esa situación de ser tentados, nos sirven los ángeles. Y la Iglesia ha celebrado la Eucaristía como Panis Angelorum, Panis Angelicum (Pan de los Ángeles, Pan Angelical) y Panis viatorum (Pan de los peregrinos).
Por haber rehusado, Ungido contra Ungido, este servicio al Verbo encarnado y a los suyos, cayó de su altura el Ángel de Luz.
6.4 Por envidia ... Ungido contra Ungido
En la intención de Dios, la elección por la cual alguien es amado, está al servicio del amor universal que abraza a todos. Dios elige a uno en bien de todos. sus elegidos tienen una misión de servicio. Como los ángeles. La envidia del Diablo es negación de servir, negación a la caridad. Dios lo abraza y abarca todo en su amor. Su Espíritu es un espíritu de comunión. La Unción, la elección, está siempre destinada a la comunión.
Por eso, la envidia, contraria a la caridad, se opone directamente a la intención de Dios, cuyos pensamientos son pensamientos de paz y no de discordia (Jeremías 29,11).
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