sábado, 18 de junio de 2016

LA ZARZA ARDIENTE
Y LOS SAGRADOS CORAZONES

El Señor se muestra a Moisés  como un fuego que arde en el corazón de la zarza 
 pero que no devora las espinas

3.1 "Moisés era pastor del rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián.  
   3,1 Umoshéh hayáy ro’éh ‘et-tson yitró jotnó cohén midyán 
Y llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios.  
   wayyinhág ‘et-hatsón ‘ajár hamidbár; yayyavó’ ‘el-har ha’elohym joreváh 

2 Y se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza. 
   2 wayyerá’ mal’ák Adonáy ‘eláo belabát ‘ésh mittôk hassenéh 
Y he ahí que la zarza estaba ardiendo en fuego, pero la zarza por él no era devorada 
   wehinnéh hassenéh bo’ér ba’ésh wehassenéh ‘enénnu ‘ukál 

3 Dijo, pues, Moisés: 'quiero volverme para observar este fenómeno grande 
   3 wayyó’mer moshéh ‘asuráh-ná’ we’er’éh ‘et-hammaréh haggadól hazzéh 
por qué no se consume la zarza". 
   maddúa’ lo-yiv’ar hassenéh 

4 Vió el Señor que se acercaba para mirar,
   4 wayyár’ ‘Adonáy ki sár lir’ôt ló 
llamó de Elohim desde el centro de la zarza, diciendo: '¡Moisés! ¡Moisés!'. 
   wayyiqrá’ ‘eláô ‘elohím mittôk hassenéh wayyó’mer: moshéh moshéh 
Y él respondió: 'Heme aquí'. 
    wayyó’mer hinnéni 

5 Le dijo: 'No te acerques aquí; quítate las sandalias de tus pies, 
   5 wayyó’mer: ‘ál tikrab halóm shal ne’alékha me’al raglêkha 
porque el lugar en que estás parado encima es tierra sagrada'. 
   Ki hammaqôm ‘asher ‘attáh ‘oméd ‘aláo ‘admát qôdesh hu’ 

6 Y dijo: 'Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham,  
   6 wayyó’mer: ‘anôkhí ‘elohé avíkha ‘elohé ‘avrahám 
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob'. 
   ‘elohé yitsjáq w‘elohé ya’aqôv 
Y se cubrió Moisés el rostro, porque tuvo temor de ver a Dios" (Exodo 3,1-6). 
   wayystár moshéh panaô ki yaré’ mehabbít ‘el-‘elohím 

Razón tenía Moisés en asombrarse y considerar extraño el hecho de que este fuego no devorara la zarza, manjar apetecido por el fuego y los incendios, elemento proverbialmente combustible. 

El estudio del texto hebreo nos permite también a nosotros compartir su asombro y extrañeza; pero también entender mejor lo excepcional que hay en los sentimientos del amor divino. 

Dios se le muestra a sí mismo a Moisés en forma de fuego que no devora. 
E interpreto que el fuego que vio Moisés prefiguraba el Sagrado Corazón de Jesucristo. 

Yo tengo para mí, en efecto, que lo que vio Moisés en el SinaÍ, fue el Misterio del corazón de fuego ardiendo en las espinas: el Misterio de la Pasión salvadora, el corazón de Cristo y también el corazón de María. 

La escena de la zarza ardiendo en el libro del Éxodo, está a media distancia entre las espinas y las espadas de fuego  de los querubines del relato del Génesis 3, 24, y el fuego del amor de Cristo coronado de espinas en su Pasión.

Si leemos el texto bíblico en su lengua original, que es el hebreo, son impresionantes las diversas interpretaciones a las que se presta según las diversas vocalizaciones posibles del texto consonántico.

El texto se abre a posibilidades de significación que no siempre es fácil reflejar en las traducciones. 

Los comentaristas del texto tienen mayores posibilidades que los traductores, de explicar los múltiples sentidos posibles que el autor humano y el Autor divino pueden haber querido darle a un determinado texto. Según un dicho rabínico: La sagrada Escritura tiene setenta caras. Vale decir: una plenitud de sentidos.

A veces, el autor sagrado intenta positivamente usar expresiones ambivalentes o polivalentes. Y esa polivalencia ínsita en el texto original inspirado es imposible expresarla en una traducción, a no ser explicándolo en notas al pie del texto. 

Es bien posible leer esos varios sentidos de un mismo texto sólo consonántico, como son el texto bíblico y el arameo targúmico. 

Los traductores se ven forzados a simplificar y elegir uno de los sentidos posibles, porque no pueden acumular múltiples traducciones. Por eso suelen seguir la lectura tradicional fijada por el texto masorético.

Pero en hebreo se pueden ir variando las vocales y con ello van cambiando las palabras y sus sentidos que están abiertos, como una adivinanza divina, a la perspicacia de un "escriba bien instruido en el reino de los cielos" (Mateo 13, 52).

Los rabinos judíos, que comentaron directamente el texto hebreo con gran conocimiento de esa lengua y con métodos exegéticos propios, ofrecieron luces para entender matices de significación propios que abren al lector diversas interpretaciones de un mismo texto. Y ellos afirmaron la validez de las varias lecturas aún la intercambiabilidad de vocablos homófonos aunque se escribiesen con una consonante diversa (Por ejemplo sin y samek)

Naturalmente, por las interpretaciones de los rabinos no podemos guiarnos en cosas de fe cristiana. Pero sí son atendibles en asuntos filológicos tocantes a la lengua hebrea. Y san Pablo aplica a la interpretación de las sagradas Escrituras los recursos interpretativos aprendidos de muchacho en la escuela rabínica.

San Jerónimo y otros grandes escrituristas y teólogos católicos no han dudado en consultarlos y aprender de ellos en estos campos. Podemos pues acudir a ellos con provecho para nuestra fe. 

Pero, además, podemos leer por nuestra propia cuenta, a la luz de nuestra fe en Jesucristo, lo que los cambios vocálicos nos permiten escuchar, según diferentes lecturas. 

En esta tarea nos anima el dicho de Santa Teresita del Niño Jesús: "Si yo hubiera sido sacerdote, habría estudiado a fondo el hebreo y el griego, a fin de conocer el pensamiento divino, tal como Dios se dignó expresarlo en nuestro lenguaje humano". 

Expongo a continuación algunas conjeturas interpretativas de Éxodo 3, 1-6.

En una colección de antiguos comentarios rabínicos sobre el libro del Éxodo, llamado Midrásh Éxodo Rabbáh, encontramos un comentario a las palabras de nuestro texto: 
"y vio al Ángel de Dios, o al Enviado de Dios, en una llama de fuego en medio de las espinas".
  "wayyera’ mal’ak Adonay ‘eláo belabat ‘esh mittôk hassenéh 

El vocablo labat se puede leer y entender, y así lo reconocen los rabinos, tanto como laváh (= llama o lengua de fuego) Laváh en su forma simple se escribe con las consontantes lámed, bet y he. Pero en estado constructo o estado genitivo, se escribe lavát).
Por eso el vocablo lavat puede leerse como genitivo de laváh, o como lavat = corazón. En efecto lavat es una forma excepcional de lev, corazón, que se usa en Ezequiel 16,30. Y aún puede leerse como libot, que significaría corazones, en plural.

Esta no es una lectura antojadiza. Está fundada en los usos rabínicos de interpretación usados también en el Nuevo Testamento. Y en interpretaciones que han dado rabinos del texto de la zarza ardiente que damos a continuación.

El comentario rabínico antes citado dice así: "Otra opinión acerca de la expresión "a manera de llama de fuego', dice que estaba (la llama o el corazón de fuego) entre ambos lados de la zarza y en la parte superior de ella, de la misma manera que el corazón (lev) está puesto entre ambas partes del cuerpo y en la parte de arriba". 

El autorizado comentarista medieval judío Rabbí Salomón Isaac, más conocido como el Rashí, comenta así nuestro pasaje: 
"belavat 'esh : Es el corazón (lev) del fuego. Expresión al estilo de: 'En el corazón del cielo' (Deuteronomio 4,11), 'el corazón de la encina' (2 Samuel 18,14) que significa: 'en medio de'. Y no te extrañes de que diga lavat por leb, (con tau final), porque hay otro ejemplo de eso en Ezequiel 16,30: '¡Oh! ¡Qué frágil es tu corazón' (=libatkha)".

De manera que, en nuestro texto, podemos leer también nosotros, en coincidencia con la autoridad rabínica, que Moisés vio a Dios "en el corazón del fuego" (belivat 'esh). 

Según estos comentarios, Dios se le aparece a Moisés "en el corazón de un fuego" o bien "en un  corazón de fuego" o bien "en corazones de fuego") que estaba en medio (mittók) de la zarza. Y ese fuego estaba ardiendo en medio de la zarza en la posición equivalente a la del corazón en un pecho humano. Un corazón. Era como el corazón ígneo de la zarza. 

También podemos leer, cambiando sólo las vocales, en vez ‘esh (fuego), ‘ish (varón, hombre). Corazón de fuego y corazón de hombre, corazón humano. O en plural: "corazones humanos" belibbot ‘ish. Abarcando en uno los corazones de Jesús y María. Y esta es una posibilidad bíblica también: Porque si María guardaba todas estas cosas en su Corazón (Lucas 2, 19) entonces dentro del corazón de María se encuentra también el Corazón de su Hijo, como en uno solo que arde al unísono entre las espinas sin devorarlas.

Creo que siguiendo el consejo de Jesús, que recomendaba a todo escriba instruido en el Reino de los cielos sacar de su tesoro lo nuevo y lo viejo, me está no sólo permitido sino de alguna manera indicado, transitar este camino de la exégesis rabínica, adoptando su hermenéutica, aunque yendo más lejos que ellos, en la dirección de mi fe. 

Por este camino, leo en el texto: "Y se dejó ver el Ángel de Dios a él: "En forma de corazón de fuego, de corazón ardiente", y también, ambivalentemente, "en forma de corazón de hombre". Y aún en plural: "en forma de corazones de fuego y de hombre" (belibbot ‘ésh y 'ish).

Moisés habría entrevisto los corazones de Jesús y de María 

 Algo parecido sucede con la lectura de "en medio de la zarza" (=mitok hassenéh). 

Si las consontantes sámek, nun, he, vocalizadas como mitok hasin’áh o hasan’áh (de la raíz homófona pero escrita con consonante sin y no con sámek = `saná’) significaría “de en medio del odio” (soné’ = enemigo, adversario, contrario, rival). 

Si bien son dos raíces distintas, (una que comienza con sámek y otra con sin), sin embargo, por ser homófonas, en la lectura en voz alta, una evoca a la otra, la zarza evoca a los enemigos, al odio contra el justo. Y de hecho, esta homofonía es sugerente si se tiene en cuenta que, en el universo simbólico de las sagradas Escrituras, las zarzas simbolizan a los malvados, enemigos de Dios, enemigos del justo perseguido, enemigos entre sí y de los hombres. Es decir, en otras palabras, "corazones de humanos de fuego, que arden en medio del odio sin consumir a los que los odian".

Esto es aplicable a todos los justos del antiguo y del nuevo Testamento, desde Abraham, pasando por su descendencia en Egipto y entre las naciones, hasta Jesucristo y su descendencia en adelante hasta el fin de los tiempos.