Alguien me ha preguntado sobre el sentido que tienen, en los labios de Jesucristo crucificado, las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (En hebreo: “Elí, Elí lamáh ‘azavtáni”)
Voy a dar una respuesta rápida, esperando poder algún día poder cumplir con mi intención de explicar detalladamente -- y fundamentándolo exegéticamente -- lo que aquí adelantaré.
Como a veces lo mejor es enemigo de lo bueno, doy ahora, por lo menos, un adelanto. No sea que por esperar a hacerlo mejor no lo haga nunca, y el consultante se quede sin respuesta.
Ante todo, como es sabido, esas palabras de Jesús son las primeras palabras del salmo 21 (según el canon de la versión griega de los Setenta) o el 22 (según el canon hebreo)
Por lo tanto, con esas palabras, Jesús comienza a recitar un salmo y para dárnoslo a entender, pronuncia con un supremo esfuerzo la frase inicial de salmo.
Es obvio que no pudo seguir recitándolo en voz alta por la asfixia que producía su situación en la cruz, suspendido, como estaba, de los clavos en sus manos y debiéndose apoyar en el clavo de los pies para tomar algo de aire y poder respirar algo.
Este salmo, si bien comienza con una queja, contiene, como se sabe, muchísimo más. Por lo tanto tenemos que tener presente todo el Salmo, si es que queremos asomarnos al mensaje completo que el Señor quiso dejarnos en herencia espiritual al elegir ese salmo en ese momento. Ese salmo contiene el comentario que quiso legarnos Él mismo acerca del sentido de su muerte en Cruz, y contiene también la revelación profética de la verdadera naturaleza de toda su obra sobre la tierra hasta ese momento. Contiene, por fin, también, en profecía, el anuncio de sus efectos futuros hasta el fin de los tiempos.
Algunos de los que lo rodean no entienden -- o fingen burlonamente no entender -- que Jesús está comenzando a orar el salmo 21-22 y piensan o ironizan que: “Está llamando a Elías”. Esas personas no se asomaron jamás al misterio de la recitación del salmo completo que es, sin embargo, algo así como el libreto revelador de lo que Jesús está haciendo al morir en Cruz. Sabemos que Jesús vivió las Sagradas Escrituras como el libreto de la voluntad del Padre que Él venía a cumplir. "Escudriñad las Escrituras... ellas hablan de mí" (Juan 5,39).
El sentido de ese salmo 21-22 en los labios de Jesús no hay que buscarlo, por lo tanto, en ese primer versículo, el único que Jesús agonizante logra pronunciar. Hay que ir a buscarlo en el versículo 23 y los restantes versículos hasta el fin del salmo en el versículo 32. En esos versículos 23-32 está la revelación y la profecía más importante, las supremas enseñanzas de Cristo desde el púlpito de su Cruz pero pronunciadas en su mayor parte interiormente y de cara al Padre.
El versículo 23 dice en hebreo: 'asaperáh shimkhá le'jái: “Anunciaré tu Nombre a mis hermanos”. Es decir: Contaré, manifestaré, narraré tu Nombre a mis hermanos”. Jesús es el revelador del Padre. Esa es su máxima misión: "Nadie va [nadie llega] al Padre si no es por mí" (Juan 14, 6-7)
San Juan, en su evangelio, nos presenta a Jesucristo como el Hijo de Dios revelador del nombre de Dios que sólo Jesus conoce y nos pudo revelar: "A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo unigénito, que está en el regazo del Padre mirándole cara a cara, nos lo dio a conocer" (Juan 1, 18). ¿Cuándo? ¿Dónde? En toda su vida, pero supremamente en la Cruz, cuando lo nombró ante todos: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Si consideramos ahora los versículos finales del salmo 21-22, es decir los versículos 31 y 32, leemos allí: “Me hará vivir para él; mi descendencia le servirá; hablarán del Señor a la generación futura, y anunciarán su justicia al pueblo que ha de nacer, porque lo que hizo el Señor”. Esta última frase, la conclusiva del Salmo, suena, en hebreo, con una enfática concisión: "ki asáh"; literalmente: "porque [lo] hizo", "porque así lo hizo", "porque así lo hizo Dios". En la versión de los setenta leemos: "hoti epóiêsen ho kyrios" = "porque [así] lo hizo el Señor". Es el Hijo, el que declara en la Cruz que "todo está cumplido". Todo lo que le encomendó hacer el Padre: revelar su nombre más oculto y santo: Padre de Cristo y Nuestro Se trata por lo tanto de una revelación. Jesús, al morir, está anunciando que ha cumplido su misión en la tierra, pero también adelanta cuál será su acción futura de Resucitado. Él, resucitado, será el Efusor del Espíritu desde la derecha de su Padre. Y el Espíritu santo será el que enseñe a los hijos a orar "Abba = Padre" (Romanos 8, 15). Jesús, al declarar que todo está cumplido, está revelando el nombre de Dios. ¿Qué nombre? El mismo que continuará anunciando apenas resucitado: "Mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios" (Juan 20, 17). Es lo que se apresura a decirle a la Magdalena en el Huerto de la Resurrección yh la urge a ir a anunciarlo a sus hermanos. Esto también es cumplimiento de las profecías con que termina el Salmo 21-22 en los versículos 31 y 32. Esta es la revelación que Jesús le anticipara a la Magdalena,cuando estaba a los pies de su Cruz en el Calvario. El "Nombre" que Jesucristo anuncia desde la Cruz y promete anunciar por los Siglos, es el de Dios como Padre suyo, y correlativamente revelarse a sí mismo como Hijo de Dios su Padre. Es el mismo que ofrece como Padre a los creyentes en su nombre de Hijo En el versículo 23 leemos: “anunciaré tu nombre a mis hermanos” (hebreo: ‘asaperáh shimkhá le’ejày).
¿De qué nombre divino se trata? Lo hemos dicho: “Padre”. Pero junto con el nombre se anuncia la posibilidad para el creyente de una divina re-generación como hijo de Dios. Las últimas palabras de Jesús muriendo en Cruz, antes de inclinar su cabeza y entregar su Espíritu, bien consideradas, coinciden con los dos versículos finales del Salmo 21-22. Más aún la última frase “Todo está cumplido” coincide llamativamente con las palabras del Salmo. En el texto hebreo: “ki ‘asáh” = “lo que hizo” es decir “todo lo que hizo”. Así lo interpreta la traducción griega de los Setenta: “hoti epóiesên ho Kyrios” = "Lo que hizo el Señor". Si nos preguntamos ahora ¿Quiénes son los hermanos a quienes anuncia, es decir, revela, comunica en el versículo 23 el nombre de Dios como Padre? La respuesta es clara en el versículo 32 es: “al pueblo que ha de nacer, que será engendrado”. A la Magdalena en el Huerto de la Resurrección para que corra a anunciarlo a sus demás hermanitos pequeños (Juan 20, 17). Jesús muere en la Cruz dirigiéndose a Dios como a Padre suyo y afirmando que ha cumplido plena e íntegramente su voluntad. "Todo está cumplido, e inclinando su cabeza entregó su Espíritu" (Juan 19, 30) "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu y dicho esto expiró” (Lucas 23, 46). Jesucristo cumple pues lo que de él anunciaba este salmo. De ese modo se revela a sí mismo como el Hijo obediente que cumplió y sigue cumpliendo la voluntad de Dios, en calidad de Hijo. Simultáneamente revela que Dios es su Padre y muestra la verdad del vínculo que los une en esa relación. Cumple así con lo que estaba escrito de Él en las Sagradas Escrituras, y de este modo nos enseña cómo y qué nos dicen de Él las Sagradas Escrituras. El salmo consta pues de tres partes: 1) la primera es una de lamentación (en hebreo qináh: vv. 1-22). 2) La segunda es una acción de gracias (en hebreo: todáh vv. 23-27)y por fin un himno profético triunfante (en hebreo halél: vv. 28-32). Este himno culmina con las profecías de los versículos 30 al 32, donde se anuncia el advenimiento una "generación futura" y de un "nuevo pueblo que ha de nacer". Es la descendencia de los hijos de Dios. O sea la Iglesia como descendencia de Dios sobre la tierra y la expansión de la gloria del Padre a la entera humanidad. El "porque así lo hizo Dios" final, da por hecho y expresa en tiempo pasado, la obra final de Dios. Es lo que los exegetas conocen como "pasado profético". La Iglesia que comenzó con dimensiones de familia, la cual, al ir creciendo se convierte en un pueblo, ciudad y nación de hijos de Dios, engendrados por obra del Espíritu Santo que el Hijo entrega, al morir en la Cruz, derramándolo en la historia para engendrar hijos de Dios a través de los siglos. Esta es “la obra de Dios” que el Salmo 21-22 alude con sus palabras conclusivas. La obra que lleva a cabo el Hijo dando su vida en la Cruz. Pero también el Resucitado, comenzando con la Magdalena y hasta el fin de los tiempos. La muerte de Cristo en Cruz tiene por lo tanto un sentido expiatorio y sacrificial, pero también tiene un sentido de acción de gracias es decir eucarístico, y por fin tiene un sentido igualmente importante que es el revelatorio de una nueva vinculación del hombre con Dios, una vinculación filial-paterna, y de una nueva vinculación fraterna con el Hijo y los hermanos creyentes. Revela una nueva acción divina paterna: “generador, engendrador de hijos, de una nueva generación humana sobre la tierra, de una nueva raza de hombres filiales que vivirán como hijos de cara a Dios como a su Padre.
Es allí, en la Cruz, anunciado por el final del Salmo 21-22 donde la obediencia del Hijo al Padre, los revela a ambos, a Jesús como el Hijo obediente y a Dios como su Padre vivificador, ante los hombres que creen y por eso son engendrados como hijos. El último grito, el grito con el que Jesús expira revela así el sentido del primer grito con que llamaba a Dios: “Elí, Elí”. Pero el primer grito no contiene la revelación sino el lamento. En el grito con que el Verbo expira, por el contrario, no sólo se revela sino que se entrega también el Espíritu y su eficacia re-generadora: engendrar hombres que viven como hijos y están ante Dios como ante el Padre de Cristo y ante su propio Padre de ellos. Este último grito concuerda con las últimas palabras del Salmo “todo lo que hizo el Señor”. Si sobreponemos estas palabras a las últimas que pronuncia el Crucificado, coinciden admirablemente. Las últimas palabras con las que termina el Salmo son: “todo lo que hizo el Señor”; "porque así lo hizo el Señor".
Jesús se las apropia para revelar que ha cumplido totalmente la misión del Padre: "todo está cumplido". Con esas palabras, pues, termina también el Señor de recitar el Salmo aplicándoselo a su propia obra obediente: así en la tierra como desde el cielo. Jesucristo revela que ha realizado la obra terrena que le encomendó el Padre. Y anuncia la obra que Él seguirá realizando por los siglos. La obra la realizará el Hijo desde la derecha del Padre por medio del Espíritu y consistirá en la re-generación, en engendramiento, en la divina regeneración de los hijos de Dios en la historia terrena y en la vida eterna.
Esta es la obra de Dios que será anunciada a “su descendencia”, es decir, a la familia de los hijos de Dios en los siglos venideros, hermanitos pequeños (Mateo 25, 40 y 45) del Primogénito entre muchos hermanos. Eso es lo que el salmista, usando el futuro profético, anunció con un verbo en pasado, dándolo por hecho: "Lo que Dios hizo". La generación eterna.