El drama de la persecución al Papa y a la Iglesia, que viene "principalmente" del pecado que hay en la Iglesia, muestra que el drama del "Ungido contra ungido" es intrínseco al camino de la salvación. El Papa y los discípulos fieles al Señor viven en todos los tiempos lo que vivió Jesucristo. Hoy también.
La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia.
romereportsesp — 21 de mayo de 2010 — www.romereports.com
miércoles, 26 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
PENTECOSTÉS
EL ESPÍRITU SANTO
San Cirilo de Jerusalén

El agua que yo le daré se cnvertirá en él en manantial de agua viva, que brota para comunicar vida eterna.
Se nos habla aquí de un nuevo género de agua, un agua viva y que brota; pero que brota sólo sobre los que son dignos de ella.
Mas ¿por qué el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu?
Porque el agua es condición para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos, porque el agua de la lluvia baja del cielo, porque deslizándose en uncurso siempre igual, produce efectos diferentes. Diversa es, en efecto, su virtualidad en una palmera o en una vid, aunque en todos es ella quien lo hace todo, ella es siempre la misma, en cualquiera de sus manifestaciones, pues la lluvia, aunque cae siempre del mismo modo, se acomoda a la estructura de los seres que la reciben, dando a cada uno de ellos lo que necesitan.
De manera semejante, el Espíritu Santo, siendo uno solo siempre el mismo e indivisible, reparte a cada uno sus gracias según su beneplácito. Y, del mismo modo que el árbol seco, el recibir el agua, germina, así también el alma pecadora, al recibir del Espíritu Santo el don del arrepentimiento, produce frutos de justicia.
Siendo él, pues, siempre igual y el mismo, produce diversos efectos, según el beneplácito de Dios y en el nombre de Cristo.
En efecto, se sirve de la lengua de uno para comunicar la sabiduría; a otro le ilumina la mente con del don de profecía; a éste le da el poder de ahuyentar los demonios; a aquél le concede el don de interpretar las Escrituras. A uno lo confirma en la temperancia; a otro lo instruye en lo pertinente a la misericordia; a éste le enseña a ayunar y a soportar el esfuerzo de la vida ascética; a aquél a despreciar las cosas corporales; a otro más lo hace apto para el martirio.
Así se manifiesta diverso en cada uno, permaneciendo él siempre igual en sí mismo, tal como está escrito: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.
Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás.
Y del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba."
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo, 1, 11-12: 16
Patrología Griega 33, 931-935, 939-942
Se lee en el Oficio de Lecturas del lunes VII después de Pascua
Liturgia de las Horas, Tomo II, pp. 984-985
Si por inadvertencia he publicado una foto que tiene derechos reservados le ruego me avise para bajarla del blog y le pido mis disculpas bojorgeh@gmail.com
miércoles, 19 de mayo de 2010
ERA NECESARIO QUE EL MESÍAS PADECIESE (4 de 9)
Ungido contra Ungido
4 El Magisterio de Juan Pablo II sobre el sufrimiento
Para referirnos sólo al Magisterio más reciente, recordemos que el Papa Juan Pablo II, ha vuelto a proponernos en su carta encíclica Salvifici Doloris, sobre el valor salvífico del sufrimiento, la enseñanza cristiana sobre el sufrimiento humano y en particular del cristiano:
"El sufrimiento - enseña el Papa - está en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo".
En este amor enseñado por el sufrimiento y aprendido en él, se realiza totalmente y alcanza

El sufrimiento es pues una escuela de amor y una fuente de amor (Salvifici Doloris Nº 30).
Esta encíclica de Juan Pablo II es una cumbre de la literatura universal sobre el misterio del sufrimiento y sobre su sentido divino: teológico y místico.
El Papa alude a dos formas del sufrimiento:
1) sufrimiento con Cristo y
2) sufrimiento por Cristo.
Con Cristo, porque, como hemos visto, los sufrimientos de los justos antes de Cristo y de los discípulos después de El, son comunión y participación en el sufrimiento salvador de Cristo.
Es Él quien sufre en todos ellos. Junto con Cristo, verdadero hombre, los cristianos aprenden mediante la pedagogía del sufrimiento:
"y aprendió sufriendo a obedecer" (Hebreos 5,8).
Obedecer es un sinónimo bíblico de amar. Cristo aprendió sufriendo a amar a Dios, obedeciéndolo y sirviéndolo con sus obras, abrazando su voluntad y cumpliéndola.
Por eso Jesús: "habiendo sido probado en el sufrimiento puede ayudar a los que se ven probados" (Hebreos 2,18).
Sufrir por Cristo como se anuncia en las bienaventuranzas:
"Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa" (Mateo 5,11).
Aún cuando promete el ciento por uno a los que lo sigan, dejando algo por él, Jesús no esconde que esto sucederá con persecuciones (Marcos 10,30).
Por Cristo y con El, tendrán que sufrir sus discípulos lo que El y como El.
Por Cris

Esto nos lleva pues a considerar, a continuación, un aspecto específico del sufrimiento de Cristo: "Convenía que el Mesías padeciera ‘estas cosas’ para entrar ‘así’ en su gloria".
Muchos son los dolores de la Pasión, y a quien los medita y considera atentamente le parece que agotan el repertorio de los posibles sufrimientos humanos, morales y físicos.
Pero cuando el Resucitado explica a los de Emaús que el Mesías debía padecer estas cosas (en griego tauta: estas cosas.). para entrar así en su gloria: ¿se refiere al conjunto de los sufrimientos padecidos? ¿A alguno en particular? ¿A qué aspecto de la pasión se refiere? Se refiere, a mi parecer, al principal motivo del escándalo de los de Emaús.
A responder a estas preguntas apuntan las entradas que seguirán.
miércoles, 12 de mayo de 2010
ERA NECESARIO QUE EL MESÍAS PADECIESE (3 de 9)
"El - Jesucristo - es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: El es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, El anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas" (Melitón de Sardes)
Imagen: El cordero (Zurbarán)
3. El sufrimiento como pedagogía purificadora de los justos
3.1 El Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento conoce ya el tema de la purificación del justo por los sufrimientos:
"Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba ... porque en el fuego se purifica el oro y los adeptos de Dios en el horno de la humillación" (Eclo. 2,1-5).
"Debemos dar gracias al Señor Nuestro Dios que ha querido probarnos como a nuestros Padres. Recordad lo que hizo con Abraham, las pruebas que hizo pasar a Isaac, lo que aconteció a Jacob en Mesopotamia de Siria, cuando pastoreaba el rebaño de Labán, el hermano de su madre. Cómo les puso a ellos en el crisol para sondear sus corazones, así el Señor nos hiere a nosotros, los que nos acercamos a El, no para castigarnos, sino para amonestarnos" (Judit 8,25.27).
Así se arroja nueva luz sobre el misterio del sufrimiento de los justos, que no es castigo por los pecados. A los malos Dios los corrige con castigos saludables, para tratar de despertarlos de sus pecados:
"para que aprendan que por allí mismo por donde uno peca por allí es castigado" (Sabiduría 16,1).
De esta manera Dios les revela: "que el juicio de Dios les es hostil" (Sabiduría 16,18).
En cambio, a los justos, como a Job, el Señor los introduce en su misterio a través de sufrimientos:
"meditaba yo para entenderlo, pero me resultaba muy difícil: hasta que entré en el misterio de Dios..." (Salmo 72,16-17).
Con esta doctrina sapiencial que explica el motivo de los sufrimientos y pruebas del justo, los sabios del Antiguo Testamento salieron al encuentro de ese gran escándalo, que se ventila especialmente en el libro de Job y que matiza la aplicación de su doctrina sobre la retribución.
Es también el argumento que agitan los salmos 36 y 72. Sólo que estos tratan otro aspecto problemático de la realidad de la vida, que debe reconciliarse con la doctrina sapiencial sobre la retribución: el éxito irritante y la bienandanza escandalosa de los malvados.
La doctrina del justo sufriente en al Antiguo Testamento no es sólo un tema de la doctrina de los sabios, mero objeto de meditación sapiencial. Es también una cumbre acerca de la salvación mesiánica, en la figura del Siervo sufriente (Isaías 53). Es con esta figura mesiánica del siervo sufriente que va a enlazar la predicación de Jesús.
3.2 El Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento recogerá explícitamente esta doctrina del valor pedagógico y salvador de los sufrimientos del justo.
Así por ejemplo, leemos en la Carta a los Hebreos: "Sufrís para vuestra corrección". En los sufrimientos de los creyentes se muestra el amor de Dios Padre: "a quien ama, el Señor le corrige y azota a todos los hijos que acoge ... como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? (Hebreos 12,5-8).
El valor salvífico del sufrimiento es también un tema importante en el Nuevo Testamento: "necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido" (Hebreos 10,36).
En las pruebas se han de demostrar las virtudes; más aún, las pruebas las producen y aumentan: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia" (Colosenses 1,24).
Pablo sabe y enseña que la paciencia en las tribulaciones es el camino propio del discípulo: "la tribulación engendra la paciencia; la paciencia engendra la virtud probada; la virtud probada la esperanza, y la esperanza no falla ... " (Romanos 5,3-4).
Y la misma enseñanza se repite en las Cartas de Pedro y de Santiago: "Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo" (1ª Pedro 4,13). "Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento, pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas" (Santiago 1,3).
En la tribulación se ejercita la paciencia: una ciencia cristiana del sufrimiento, una sabiduría que Dios enseña a los suyos mediante pruebas pedagógicas y santificantes. Hay pues una pedagogía de la tribulación, por la que el discípulo se configura con su Maestro. Jesús lo enseña claramente: "el que quiera ser mi discípulo, que tome su cruz y me siga" (Marcos 8,34). "Es necesario que pasemos por muchas persecuciones para entrar en el Reino de Dios" (Hechos 14,22).
3.3 Los Santos Padres
En la tradición patrística se continúa profundizando en este "evangelio del sufrimiento".
Véase por ejemplo cómo reexpone el tema una autor antiguo:
"El - Jesucristo - es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: El es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, El anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas" (Melitón de Sardes, Homilía sobre la Pascua Sources Chrétiennes T. 123, Nº 65-71, pp. 95-101. El trozo lo leemos en el Oficio Divino, como segunda lectura, en el Oficio de Lecturas del Jueves Santo (T.2, pp. 432-433)
En los sufrimientos de Cristo se ha manifestado, por lo tanto, un Misterio que estaba sucediendo y preparándose desde siglos y generaciones en los sufrimientos de los justos anteriores a El y que se manifiesta ahora en los santos (Colosenses 1,26).
Ese mismo misterio, manifestado en Cristo, ilumina ahora el sentido de los padecimientos de los creyentes. Es Cristo quien padece en ellos: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hechos 9,4-5). Es Cristo quien sigue sufriendo en nosotros, que somos su cuerpo, como antes sufría en la persona de los justos del Antiguo Testamento.
La comunión de los santos es también una comunión en los padecimientos (Filipenses 3,10). Los de Cristo son de todos; los de los discípulos son de Cristo: "El que a vosotros desprecia a mí me desprecia" (Lucas 6,16); "lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mateo 25.40.45). Cuando Pedro hace tropezar a Jesús, nos hace tropezar a todos, y por eso Jesús lo corrige mirando a los discípulos (Mateo 16,23).
El que hace tropezar en el camino del seguimiento a un pequeño, es como quien hace tropezar a Cristo (Mateo 18,6; Marcos 9,42).
miércoles, 5 de mayo de 2010
ERA NECESARIO QUE EL MESÍAS PADECIESE (2 de 9)

El argumento del Ungido contra ungido, pertenece a la esencia de aquella consolación pascual de los de Emaús y alimentaba el fuego que sentían arder en sus corazones mientras Jesús les iba explicando por el camino este misterio a la luz de las Escrituras, cuyo evidencia les abrasaba el corazón.
2 La Consolación que dan las Escrituras
Jesús resucitado les sale al paso en el camino a los discípulos de Emaús, escandalizados por el conflicto entre los príncipes del pueblo, ungidos de Dios, y Jesucristo, también ungido, como el Mesías.
Jesús los consuela mediante la explicación de las Sagradas Escrituras, demostrándoles que, según ellas: "Era necesario que el Ungido padeciera "estas cosas" y entrara así en su gloria" (Lucas 24,26-27.44-48).
Es este un primer ejemplo magistral y ejemplar, dado por Jesús mismo, de lo que en la tradición cristiana se conocerá como "el consuelo que dan las Escrituras":
"en efecto - dice San Pablo - todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza" (Romanos 15,4).
San Ignacio de Loyola, en la cuarta semana de sus Ejercicios Espirituales, invita al ejercitante que contempla los misterios de la resurrección del Señor, a que se detenga a contemplar "el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae" (EE 224 y 303).
El argumento del Ungido contra ungido, pertenece a la esencia de aquella consolación pascual de los de Emaús y alimentaba el fuego que sentían arder en sus corazones mientras Jesús les explicaba este misterio en las Escrituras.
Pretendo aventurarme a reconstruir aquí el posible contenido de aquella argumentación escriturística de Jesús resucitado, quien los consuela explicándoles lo que había en todas las Escrituras referente a sí mismo, y mostrándoles que, en ellas, se habla de la necesidad de que el justo no solamente padeciera, sino que padeciera estas cosas, algo así.
En esta "ley del sufrimiento" que va a transformarse en "evangelio del sufrimiento", hay dos facetas que merecen ser señaladas a la atención del ejercitante, pero también de todo cristiano: una es la purificación de los justos por medio de los sufrimientos, y el valor pedagógico de las pruebas y tribulaciones. Otra es una forma particular y específica de la tribulación: la persecución de un elegido a manos de otro elegido, el sufrimiento que un ungido infiere a otro ungido.
Vamos a ocuparnos en ésta y subsiguientes entradas, de exponer ambos aspectos.
San Ignacio de Loyola, en la cuarta semana de sus Ejercicios Espirituales, invita al ejercitante que contempla los misterios de la resurrección del Señor, a que se detenga a contemplar "el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae" (EE 224 y 303).
El argumento del Ungido contra ungido, pertenece a la esencia de aquella consolación pascual de los de Emaús y alimentaba el fuego que sentían arder en sus corazones mientras Jesús les explicaba este misterio en las Escrituras.
Pretendo aventurarme a reconstruir aquí el posible contenido de aquella argumentación escriturística de Jesús resucitado, quien los consuela explicándoles lo que había en todas las Escrituras referente a sí mismo, y mostrándoles que, en ellas, se habla de la necesidad de que el justo no solamente padeciera, sino que padeciera estas cosas, algo así.
En esta "ley del sufrimiento" que va a transformarse en "evangelio del sufrimiento", hay dos facetas que merecen ser señaladas a la atención del ejercitante, pero también de todo cristiano: una es la purificación de los justos por medio de los sufrimientos, y el valor pedagógico de las pruebas y tribulaciones. Otra es una forma particular y específica de la tribulación: la persecución de un elegido a manos de otro elegido, el sufrimiento que un ungido infiere a otro ungido.
Vamos a ocuparnos en ésta y subsiguientes entradas, de exponer ambos aspectos.
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