"El - Jesucristo - es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: El es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, El anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas" (Melitón de Sardes) Imagen: El cordero (Zurbarán) 3. El sufrimiento como pedagogía purificadora de los justos 3.1 El Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento conoce ya el tema de la purificación del justo por los sufrimientos: "Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba ... porque en el fuego se purifica el oro y los adeptos de Dios en el horno de la humillación" (Eclo. 2,1-5). "Debemos dar gracias al Señor Nuestro Dios que ha querido probarnos como a nuestros Padres. Recordad lo que hizo con Abraham, las pruebas que hizo pasar a Isaac, lo que aconteció a Jacob en Mesopotamia de Siria, cuando pastoreaba el rebaño de Labán, el hermano de su madre. Cómo les puso a ellos en el crisol para sondear sus corazones, así el Señor nos hiere a nosotros, los que nos acercamos a El, no para castigarnos, sino para amonestarnos" (Judit 8,25.27).
Así se arroja nueva luz sobre el misterio del sufrimiento de los justos, que no es castigo por los pecados. A los malos Dios los corrige con castigos saludables, para tratar de despertarlos de sus pecados: "para que aprendan que por allí mismo por donde uno peca por allí es castigado" (Sabiduría 16,1). De esta manera Dios les revela: "que el juicio de Dios les es hostil" (Sabiduría 16,18). En cambio, a los justos, como a Job, el Señor los introduce en su misterio a través de sufrimientos: "meditaba yo para entenderlo, pero me resultaba muy difícil: hasta que entré en el misterio de Dios..." (Salmo 72,16-17).
Con esta doctrina sapiencial que explica el motivo de los sufrimientos y pruebas del justo, los sabios del Antiguo Testamento salieron al encuentro de ese gran escándalo, que se ventila especialmente en el libro de Job y que matiza la aplicación de su doctrina sobre la retribución.
Es también el argumento que agitan los salmos 36 y 72. Sólo que estos tratan otro aspecto problemático de la realidad de la vida, que debe reconciliarse con la doctrina sapiencial sobre la retribución: el éxito irritante y la bienandanza escandalosa de los malvados.
La doctrina del justo sufriente en al Antiguo Testamento no es sólo un tema de la doctrina de los sabios, mero objeto de meditación sapiencial. Es también una cumbre acerca de la salvación mesiánica, en la figura del Siervo sufriente (Isaías 53). Es con esta figura mesiánica del siervo sufriente que va a enlazar la predicación de Jesús.
3.2 El Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento recogerá explícitamente esta doctrina del valor pedagógico y salvador de los sufrimientos del justo.
Así por ejemplo, leemos en la Carta a los Hebreos: "Sufrís para vuestra corrección". En los sufrimientos de los creyentes se muestra el amor de Dios Padre: "a quien ama, el Señor le corrige y azota a todos los hijos que acoge ... como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? (Hebreos 12,5-8).
El valor salvífico del sufrimiento es también un tema importante en el Nuevo Testamento: "necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido" (Hebreos 10,36).
En las pruebas se han de demostrar las virtudes; más aún, las pruebas las producen y aumentan: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia" (Colosenses 1,24).
Pablo sabe y enseña que la paciencia en las tribulaciones es el camino propio del discípulo: "la tribulación engendra la paciencia; la paciencia engendra la virtud probada; la virtud probada la esperanza, y la esperanza no falla ... " (Romanos 5,3-4).
Y la misma enseñanza se repite en las Cartas de Pedro y de Santiago: "Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo" (1ª Pedro 4,13). "Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento, pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas" (Santiago 1,3).
En la tribulación se ejercita la paciencia: una ciencia cristiana del sufrimiento, una sabiduría que Dios enseña a los suyos mediante pruebas pedagógicas y santificantes. Hay pues una pedagogía de la tribulación, por la que el discípulo se configura con su Maestro. Jesús lo enseña claramente: "el que quiera ser mi discípulo, que tome su cruz y me siga" (Marcos 8,34). "Es necesario que pasemos por muchas persecuciones para entrar en el Reino de Dios" (Hechos 14,22).
3.3 Los Santos Padres
En la tradición patrística se continúa profundizando en este "evangelio del sufrimiento".
Véase por ejemplo cómo reexpone el tema una autor antiguo:
"El - Jesucristo - es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: El es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, El anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas" (Melitón de Sardes, Homilía sobre la Pascua Sources Chrétiennes T. 123, Nº 65-71, pp. 95-101. El trozo lo leemos en el Oficio Divino, como segunda lectura, en el Oficio de Lecturas del Jueves Santo (T.2, pp. 432-433)
En los sufrimientos de Cristo se ha manifestado, por lo tanto, un Misterio que estaba sucediendo y preparándose desde siglos y generaciones en los sufrimientos de los justos anteriores a El y que se manifiesta ahora en los santos (Colosenses 1,26).
Ese mismo misterio, manifestado en Cristo, ilumina ahora el sentido de los padecimientos de los creyentes. Es Cristo quien padece en ellos: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hechos 9,4-5). Es Cristo quien sigue sufriendo en nosotros, que somos su cuerpo, como antes sufría en la persona de los justos del Antiguo Testamento.
La comunión de los santos es también una comunión en los padecimientos (Filipenses 3,10). Los de Cristo son de todos; los de los discípulos son de Cristo: "El que a vosotros desprecia a mí me desprecia" (Lucas 6,16); "lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mateo 25.40.45). Cuando Pedro hace tropezar a Jesús, nos hace tropezar a todos, y por eso Jesús lo corrige mirando a los discípulos (Mateo 16,23).
El que hace tropezar en el camino del seguimiento a un pequeño, es como quien hace tropezar a Cristo (Mateo 18,6; Marcos 9,42).
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