Una de las propuestas más originales es la
elaborada por L. Monloubou sobre la base de las geniales teorías de G. Durand. La
imaginación simbólica (Roma 1977) y Les structures anthropologiques de
l'imaginaire (Paris 1969). La tesis de Durand es simple: "Existe una
estrecha concomitancia entre los gestos del cuerpo y las representaciones
simbólicas" (Structures anthrop. p.61). El cuerpo, fuente escondida
y profunda, es el punto de partida primordial sobre el cual el hombre construye
sus representaciones del mundo, de la sociedad, de Dios.
Tres
son las categorías fundamentales.
La primera es la línea vertical erecta,
ascensional o discensional (el hombre de pie), un proceso de elevación de los
grandes "risvolti" culturales y sociales: piénsese en el símbolo del
cetro (Sal 2,9; 45,7; 60,9; 108,9), en el templo sobre la colina (Sion), o en
la colina (ziggurat), en el esclavo que "levanta los ojos hacia la mano de
su señor" (Sal 123,1), en el Dios `Elyon, "Altísimo", o
Shadday, "Montaña", en Yahweh-altura (Sal 92,9; 93,4; 102,20).
La
segunda componente es la horizontal, el hombre sentado, signo de
intimidad: el verbo yshb, indica ya sea el "estar sentado"
como el "habitar" (91,1), mientras existe una constelación de
preposiciones que sostienen esta dominante (be-, "en"; beqéreb,
"en medio de", "dentro"; 'et, "con",
"en compañía de...", en Sal 140,14; lifné, "en presencia
de...", en Sal 61,8).
A esta directriz pertenece pues, toda el área
simbólica de la intimidad: la casa, considerada a menudo no sólo como un lugar
en el cual vivir, sino como un ser vivo, personal ("mi casa/tu casa",
frecuente en el salterio), un microcosmos estable (26,8; 84,5; 101,7; 113,9) y
exhuberante de bienes (92,13-15; 112,3; 113,9; 128,3); el templo, centro
paradisíaco y cósmico, descrito con infraestructuras simbólicas ostétricas,
ginecológicas y maternas (los Salmos de Sion y las "alas de refugio"
en Sal 17,8; 57,2; 61,5; 63,8; 84,4; 91,3-4), alimentarios (23,5) y militares
(Sal 122 y el "refugio" en 27,5; 31,21; 32,7; 64,3; 91,1); la ciudad
santa, refugio, ciudadela, roca, escudo (18,3; 62,3.7; 144,2); Israel, viña
fructífera (Sal 80).
Existen, pues, "dos grandes temas simbólicos, el
primero que gravita alrededor de los esquemas ascensionales y dia-airéticos (de
separación) y que promueve imágenes purificadoras y heroicas; el otro, en
cambio, que se identifica en imágenes de misterio y de intimidad, a la búsqueda
obstinada del tesoro, del reposo, de la nutrición" (Structures anthrop.
p.306).
Pero
hay una tercera componente, la dinámica y temporal del hombre
en camino: dérek, "camino", presente en el salterio unas
60 veces, es símbolo de la existencia, del destino (49,14; es dominante en el
Sal 119); la preposición 'el indica orientación, en la geografía
simbólica y espiritual del salterio.
Un movimiento espacial que puede
convertirse en "subida" hacia Dios, "las ascensiones" al
templo (Sal 120-134) y el holocausto-`oláh, literalmente "lo que
sube" hacia Dios. Un movimiento temporal que se convierte en recuperación
del hombre en la esfera de lo eterno (Sal 16,10-11): Dios es señor del entero
arco del tiempo, el fiel que entra en comunión con él sobre todo en el culto
puede participar de alguna manera en su señorío.
A
esta altura, y provisoriamente, buscamos también nosotros circunscribir una
cierta isotopía simbólica, para facilitar la sucesiva catalogación simbólica
presente en cada comentario de un salmo. El módulo que seguiremos es
sustancialmente estereométrico y cuaternario, sigue, en efecto los cuatro
puntos cardinales o los cuatro vientos cósmicos, unidos en el centro que es la
percepción humana.
a)
Línea vertical-teológica. La primera figuración, tratándose
de un libro de oraciones, es la vertical y desemboca en el cielo, considerado
el lugar de Dios según una metáfora obvia de la trascendencia y de la
omnisciencia.
Es natural entonces que se privilegie la simbología del
"monte santo" inaccesible (2,6; 3,5; 15,1; 24,3; 48,3; 87,1; 99,9),
que se exalte la luz, la vida (13,4; 49,20; 56,14), la paz (27,1; 97,11;
119,15), la salvación (27,1; 31,17; 67,2; 80,4.8.20),la obra divina (78,14;
104,2; 105,39; 136,7).
Se trata de símbolos que conjugan la trascendencia y la
cercanía precisamente porque es típico del símbolo la unidad dialéctica de los
extremos.
Es natural también que se intente unir entre sí estas metáforas
verticales: el monte está unido a la luz en el Sal 43,3; el monte está unido al
ala protectora de Dios en los Sal 18,11 y 104,3; luz y palabra van unidas en el
Sal 19 (sol y torah), en el 29 (trueno y palabra), en el 119 (luz y torah); el
fuego une trascendenca e inmanencia de Dios en 18,11.16; 50,3; 97,3.
La línea
vertical es trazada entre sus dos antípodas también con el verbo
"ver": la mirada perfecta de Dios desciende desde lo alto (33,13-15),
la del hombre sube hacia lo alto (121,1; 123,1).
La vertical es celebrada
también a través del audaz abordaje del antropomorfismo. Por un lado el uso de
la imagen humana "heroica" dice trascendencia. He aquí, por ejemplo,
el arcaico y monumental "Te Deum" real del Sal 18, en el que Dios cae
sobre la tierra aplastando y demoliendo (vv.9-20), librando batalla revestido
de su panoplia (vv. 21-50) hecha de lanza (v.35), de espada (v.17,13;
78,62-64), de escudo y coraza (35,2).
O bien Dios es representado como un
general que pasa revista (66,7; 94,7-1) o como un instructor militar (18,34-39)
revestido de una armadura cósmica (18,9.13.14; 29; 31,3; 46).
La más audaz y
"semítica" con-figuración de Yahweh héroe es el Sal 79,65-66 en el
que aparece como un gibbór, un militar ebrio y brutal, que estaba
dormido y se ha despertado, pronto a hacer beber hasta las heces el vino
drogado destinado a sus enemigos (75,9).
A propósito de estos símbolos, San
Agustín decía: "Nullus hoc de Deo dicere auderet, nisi Spiritus
eius!" ("Nadie se habría atrevido a decir esto acerca de Dios, sino
su propio Espíritu", PL 35,1005).
Pero contemporáneamente el antropomorfismo
tiene su nadir que dice cercanía y trata a Dios a imagen del hombre,
según el título de una obra de F. Michaeli (Neuchâtel 1959).
Aparece así la
descripción tradicional del "organismo" de Dios (rostro, nariz,
labios, brazo, pie, mano, ojo, dedo, oreja, vísceras) y de su "psicología"
(gozo, ira, venganza, indignación, arrepentimento, amor, tristeza...).
Aparecen
los arquetipos "psicoanalíticos paterno y materno (27,10; 103,13; 131,2;
139,13-15).
Aparecen símbolos cósmicos benéficos como el del labriego divino
que prepara los campos y con las lluvias de primavera los riega (65,10-12) o
como sus dedos que dibujan el esplendor de las constelaciones (8,4).
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