Explicación de Fr. Divo Barsotti [5ª y última parte] Libros segundo al quinto
5.11.El segundo libro no modifica totalmente la situación descrita en el primero. Mientras la persecución se encarniza afuera, el alma se acerca a la luz. El orante confía en Dios, y por eso resiste. Se abandona y duerme tranquilo en el primer libro. En el segundo el alma se pone y está en camino. El viaje es tema principal del segundo libro. Ya se anunciaba en el primero, en los Salmos 14(15) y 22(23), pero inaugura el segundo libro con el Salmo 41(42).
El Salmo 41 (42) define bien el espíritu del libro segundo: el alma justa suspira por la patria. Lo que distingue la experiencia predominante en el segundo libro es el deseo de Dios. El Salmo 41 es uno de los preferidos de San Agustín en su comentario. Reúne en sí los grandes temas del libro: Deseo, Patria, Templo, Dios, Presencia, Memoria del desierto.
5.12. El tercer libro: El Pleno Día, va del Salmo 72(73) al 88(89). No solamente es central en relación con los demás, sino que se encuentra exactamente en el medio del plan de conjunto del Salterio, en el centro de su economía. Su doctrina es capital y central, para la vida espiritual y la fe.
Este libro sigue mostrando, como el segundo aspecto del primero, que en el camino de la vida espiritual no se deja nada atrás. El alma se profundiza y se dilata, pero sin sobrepasarse, sin dejar definitivamente detrás de ella lo que atraviesa. Si has llegado a la vía unitiva, sigues teniendo necesidad de apartarte del mal, sigues teniendo necesidad del sentido del pecado, lo mismo que los que recién comienzan su conversión a Dios.
En el libro tercero, los mismos elementos de los dos libros anteriores se profundizan, dominan, llenan toda la vida. En el primero dominaba la experiencia fundamental de la angustia, en el segundo la experiencia fundamental de la serenidad. En el tercero los sentimientos del orante alcanzan una intensidad máxima.
El hombre está aquí preparado y maduro para el encuentro con Dios.
5.13. Es ese encuentro lo que presenta el libro cuarto.
El testimonio de este libro es el de la venida y la presencia de Dios en persona. En él ya no se canta principalmente la situación del hombre, su tribulación, su alegría; sino la gloria de Dios, su realeza. El orante se olvida de sí mismo cuando tiene a Dios delante. Olvida hasta sus pecados y tribulaciones. Dios viene. No solamente exulta toda la Creación con su venida, sino que el hombre, olvidado de todo exulta y canta a Dios.
La presencia de Dios implica su realeza. No solamente el juicio sino la realeza. Porque Dios cuando aparece, destruye todo lo que se le opone. Este es el mensaje del libro IV° cuyo núcleo central son los cantos de la Realeza de Dios, de Dios-Rey. En este Reino de Dios, los enemigos desaparecen, los pueblos y la tierra jubilan.
5.14. El quinto libro es el libro del perfecto cumplimiento, de la perfecta culminación.
Pero esta culminación no tiene el carácter apocalíptico que le es habitual en los anuncios del “Fin” en los últimos escritos del judaísmo. Recuerda más bien la liturgia celeste a la que asiste el vidente del capítulo quinto del Apocalipsis de San Juan. No es solamente la culminación, es también la síntesis, la consumación, el camino del hombre que ha alcanzado ya su meta en el cuarto libro.
Así como el Deuteronomio concluye la Toráh mediante una recapitulación y un resumen de los hechos meditándolos hermosamente, así paralelamente, el quinto libro de los Salmos retoma los temas de los cuatro libros anteriores en una oración más viva, menos dramática quizás, pero no por eso menos rica ni personal.
Entre el cuarto y quinto libro, se encuentran tres salmos históricos: los Salmos 104 y 105 al final del cuarto libro, y el Salmo 106 al comienzo del quinto. Con ellos nos despedimos de la historia.
De hecho, el quinto libro de los salmos, es el libro en el que la historia encuentra su consumación en la alabanza divina. Si en el libro IV° Dios se hace presente como Rey y como Juez, el quinto libro canta sobre todo la vida de la humanidad ya rescatada, reconociendo unánime el dominio de Dios. Canta la vida de toda la creación glorificada por la presencia misma de Dios.
La reunión de todos los pueblos desde los confines de la tierra es ya un hecho: es una reunión y una liberación. En su libertad nueva, todos los pueblos no viven, desde ahora, más que la celebración de la bondad de Dios, la liturgia de la acción de gracias y de la alabanza.
En los últimos salmos de este libro quinto, la luz de Dios, en lugar de eclipsar la del universo, se derrama sobre todas las cosas y las ilumina, se difunde por el universo y lo glorifica.
La alabanza de Dios es la alegría del hombre, que al comienzo del Salterio gemía de dolor.
La atmósfera del quinto libro es de paz y de pura comunión con Dios.
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