c) Línea horizontal-cosmológica.
Los dos extremos de esta línea son la nada y lo creado.
La congénita incapacidad semítica para la abstracción induce a los autores bíblicos a construir símbolos "monstruosos" para definir la idea de la "nada" y de anti-creación. Rahab y Leviatán se convierten entonces en metáforas para celebrar la victoria del orden cósmico, conservado providencialmente por Dios contra los atentados del caos (74,13-14; 89,10-11; 104,26).
Pero junto a estas "máquinas" monstruosas se extiende la naturaleza contemplada con pasión y con amor y vista como el compendio cifrado de las perfecciones divinas.
Un mundo bipartito en tierra y mar, cantado en páginas insuperables, libres de todo animismo panteísta oriental (Sal 8; 19A; 29; 104; 139), pintado en su milagroso sucederse temporal de luz y tiniebla (Sal 19A; 104), en la sucesión de las estaciones (primavera: Sal 65; otoño e invierno: Sal 126; 147), un mundo cuyos horizontes, centrados sobre Jerusalén, se extienden hasta fuera de Palestina, hasta el Hermón, las cataratas del Jordán, las islas de Tarshish, un mundo que puede ser descifrado como silenciosa palabra de Dios (Sal 19,2-5).
d) Línea vertical-infernal.
En las antípodas de Dios, bajo la línea horizontal del cosmos, está el Sheol, nombrado en el salterio con una treintena de vocablos simbólicos diferentes.
Es un no-tierra, una ciudad de espectros, una masa de aguas devastadoras y oscuras (18,17; 32,6; 42,8; 46,4; 66,12; 69,2-3; 88,18; 93,4; 124,4; 144,7), es una especie de "hueco negro" cósmico.
La imagen más frecuente es la de una "fosa" hacia la cual "se desciende" irreversiblemente (16,10; 28,1; 30,4.10; 35,6; 40,3; 44,20; 88,5.13; 107,10.14; 143,7); pero se asocian también símbolos de silencio (115,17), de polvo (22,16; 119,25), de monstruos (74,13; 91,13; 104,26; 148,7).
El Sheol tiene su anticipación terrestre en el sepulcro y en las realidades negativas que, sobre todo en las súplicas, se incluyen bajo el nombre de enemigo (o mal).
Los esquemas simbólicos del Adversario (que algunas veces es la muerte personificada) son tomadas a menudo en imitación o préstamo de lamentaciones sumero-acádicas.
Pero "los salmistas de Israel tienden más que sus similares babilonios, a dramatizar su caso, o a radicalizar el problema; la dificultad que ellos deben afrontar asume el aspecto de una lucha contra las fuerzas del mal" (Beaucamp).
Se pasa de una visión mágico-demoníaca a otra impostación, teológica. La descripción del mal es confiada a un sistema simbólico muy articulado.
Está primero, la simbología bélica: guerra (27,3; 35,1), arco-flechas (7,14; 11,2; 37,14-15), escudo (3,4; 7,11), espada (17,13; 22,21), ejército acampado al asedio (3,7; 27,3), feroces agresores (55,19; 56,2). Está después la simbología venatoria: la presa (el orante) es "perseguida, alcanzada, volteada a tierra, pisoteada, revolcada en el polvo" (7,6) o atrapada en el lazo tendido (31,5; 35,7-8; 57,7; 140,6).
Está también la simbología teriomorfa: el hombre es abandonado a las fauces de un león que quiere despedazarlo (7,3; 22,14), un león implacable (10,9; 17,12; 34,11; 58,7) de fauces abiertas (35,21) y de dientes que "desgarran las carnes" (27,2).
También hay una simbología cósmica negativa: lo nocturno, que el Talmud atribuirá a Adán y Eva como signo de su creaturalidad ("vieron con terror a la noche cubrir el horizonte y al horror de la muerte invadir sus corazones temblorosos") y que los salmos pintan como signo infernal (18,29; 22,3; 23,4; 91,5-6; 104,20-21; 139,11-15).
Está por fin una simbología psico-física en la cual la enfermedad es considerada como el primer girón de Sheol (6,3; 30,3; 32; 38; 41; 88; 103,3-4; 107,12-22; 118,17-18; 130).
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(Ravasi, I,31 nota 39)
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