Segunda Parte
2. Elementos a considerar acerca de
la naturaleza de la relación
de los cristianos con el pueblo de Israel
Respecto a la segunda parte de nuestra conclusión, queremos dar algunos elementos que puedan ayudar a los cristianos para comprender mejor la naturaleza de su relación con el pueblo de Israel. Ofreceremos, pues, dos puntos que permitan aclarar este tema: el primero tratará sobre la llamada ‘teoría de la sustitución’, y el segundo, sobre el ‘género literario’ de Rm 11,25-32.
Respecto a la segunda parte de nuestra conclusión, queremos dar algunos elementos que puedan ayudar a los cristianos para comprender mejor la naturaleza de su relación con el pueblo de Israel. Ofreceremos, pues, dos puntos que permitan aclarar este tema: el primero tratará sobre la llamada ‘teoría de la sustitución’, y el segundo, sobre el ‘género literario’ de Rm 11,25-32.
2.1. La ‘teoría de la sustitución’
En relación al primer punto, se puede observar que en los últimos tiempos se ha ido superando la idea de la llamada "teoría de la sustitución" y es bueno que así sea. Hemos visto que el hecho de transferir el nombre de Israel a la Iglesia, como nuevo Israel, no es correcto. En efecto, hemos verificado que San Pablo en particular, y el Nuevo Testamento en general, tienen gran cuidado de no emplear el nombre "Israel" para referirse a la Iglesia o a los cristianos. Estas solas apreciaciones lingüísticas son suficientes para entender que la Iglesia no ha sustituido a Israel.
En relación al primer punto, se puede observar que en los últimos tiempos se ha ido superando la idea de la llamada "teoría de la sustitución" y es bueno que así sea. Hemos visto que el hecho de transferir el nombre de Israel a la Iglesia, como nuevo Israel, no es correcto. En efecto, hemos verificado que San Pablo en particular, y el Nuevo Testamento en general, tienen gran cuidado de no emplear el nombre "Israel" para referirse a la Iglesia o a los cristianos. Estas solas apreciaciones lingüísticas son suficientes para entender que la Iglesia no ha sustituido a Israel.
Ahondando sobre este tema, el problema de la "teoría de la sustitución" se planteó ante la pregunta de si el "cristianismo" formaba un "nuevo pueblo de Dios" que sustituía al antiguo, o si existía un "único pueblo de Dios" que comenzó con Abraham, y al que luego se le incorporaron los gentiles.
Ciertas expresiones evangélicas, como "les será quitado el reino y dado a las gentes" (Mt 21,43; cfr. también Mt. 8,12 y Lc. 21,24), parecían apoyar lo primero; en cambio, las afirmaciones de San Pablo en estos capítulos de la carta a los Romanos, más bien, parecerían insinuar lo contrario. Como se puede observar, la cuestión es bastante compleja. A ella se aludió en las discusiones que precedieron a la Declaración "Nostra Aetate" del Concilio Vaticano II.
Había quienes afirmaban que Israel no sólo había dejado de ser el pueblo elegido, sino que, desde aquel grito revelador "...su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (Mt 27,25), sus títulos de privilegio habían perecido totalmente pasando a ser un pueblo reprobado y maldito de Dios. Otros, por el contrario, afirmaban que los judíos, a pesar de su condición mayoritaria de "ramas desgajadas", seguían siendo "amados de Dios a causa de los padres" (Rm 11,28), es decir, que Dios se mantenía fiel a su elección y continuaba amando a su pueblo (Rm 11,1). En este sentido, todas esas expresiones peyorativas, que también usa el Apóstol como: "vasos de ira..., se han endurecido..., han caído..., ramas cortadas..." (Rm 9,22; 11,7.12.17), no mirarían al pueblo como tal, sino a aquella parte del pueblo, ciertamente mayoritaria, que no cree, y a la cual por eso le viene sustraído el Reino de Dios y la abundancia de gracia que se le ofrecía con la venida de Cristo. Además, de ese pueblo ha quedado un "resto", al que pertenecen Cristo, los Apóstoles y las más primitivas comunidades cristianas, es decir, el "núcleo primero de la Iglesia", que está en absoluta línea de continuidad con el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, tanto es así, que los judíos que permanecen fuera del Evangelio no son sino "ramas desgajadas".
Hay que advertir, por lo tanto, que hay clara diferencia entre los judíos y los otros pueblos paganos en relación con la Iglesia: mientras la entrada de éstos en la Iglesia es considerada como pura misericordia de Dios (Rm 11,18.30), en la de los judíos entra un elemento nuevo, es decir, su precedente elección por parte de Dios, pues "los dones y la vocación son irrevocables" (Rm 11,29). De este modo, se podría afirmar que, en cierto sentido, los judíos pertenecen a la Iglesia como miembros por naturaleza o de derecho; de ahí que, cuando se conviertan a Cristo, no harán sino volver a su lugar, es decir, serán injertados "en el propio tronco". Fundamentalmente nosotros adherimos a esta segunda postura.
Ahora bien, supuesto todo esto, podemos responder de si hemos de considerar o no a la Iglesia como "nuevo pueblo de Dios". En primer lugar, hemos de decir que si con esto queremos decir que Dios ha tenido "dos pueblos", uno primero que rechazó y otro que eligió después en su lugar, con ruptura completa entre ambos, no debemos hablar de la Iglesia como "nuevo pueblo de Dios".
Esa concepción no es exacta, pues la Iglesia, dentro del plan salvífico de Dios, es continuación legítima y realización plena del "pueblo de Dios" del Antiguo Testamento. En este sentido la Iglesia no "sustituyó" a Israel.
Pero sobre este aspecto es necesario realizar dos aclaraciones. En primer término, debemos decir que en lugar de hablar de "sustitución" debemos hablar de "continuidad": esto es algo de primordial importancia: Israel e Iglesia son inseparables.
San Pablo lo afirma claramente en Rm 11,1-2: si algunos israelitas - entre los cuales encontramos a los Apóstoles y al mismo San Pablo - han adherido al Evangelio y pertenecen a la Iglesia, la dicotomía es imposible. Es más, ellos mismos pertenecen todavía al pueblo de Israel y componen el >resto fiel= que conforma el núcleo inicial de la Iglesia naciente, junto con aquellos que han sido llamados de entre los paganos (Rm 9,24). Sólo este argumento es suficiente para demostrar que la Iglesia continúa legítimamente y realiza plenamente al pueblo de Dios del Antiguo Testamento. En segundo lugar, es necesario afirmar que la Iglesia no es una "mera continuación" del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, pues hay un elemento nuevo que entra en juego: Jesucristo.
Esto lo explica muy bien L. Turrado:
"Sin embargo, la Iglesia no es mera continuación del antiguo pueblo de Dios, pues en su formación entra un elemento nuevo, Cristo, cuya obra es de tal magnitud que hace que podamos hablar de fundación nueva sobre Cristo, es decir, de 'nuevo pueblo de Dios'. Cierto que la Escritura no usa nunca dicha expresión, pero sí habla de 'nueva' Alianza (1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Lc 22,20); y esa nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo, aparece estrechamente vinculada con la idea de nuevo pueblo de Dios, cuya existencia constituye el fundamento (cf. Heb 8,8-12). En otras palabras, la muerte y resurrección de Cristo introducen características nuevas en la noción misma de 'pueblo de Dios' y en el modo de agregación a él. Por eso, nada tiene de extraño que la expresión 'nuevo Pueblo de Dios', aunque no la encontremos en la Escritura, sea corriente en la literatura cristiana, a partir ya de los primeros siglos, y la siga usando también el concilio Vaticano II".
De todo esto podemos decir que hay dos elementos indispensables a tener en cuenta: "continuidad y novedad" pero sin ruptura o separación entre Israel e Iglesia. El Cristianismo es las dos cosas, algo nuevo y algo antiguo: una fundación nueva en Cristo pero con un >grande patrimonio espiritual en común= con Israel y que ha recibido de Él. Son elementos inseparables que es necesario tener en cuenta para una correcta comprensión de la naturaleza de la Iglesia y de las relaciones de los cristianos con los hebreos.
2.2. El género literario de Rm 11,25-32
Lo que acabamos de afirmar en el punto anterior se relaciona estrechamente con el segundo punto de nuestra reflexión: aquel referido al "género literario" de Rm 11,25-32. Hemos visto que San Pablo da a conocer el misterio con una eminente finalidad parenética o exhortativa: "para que no presumáis de sabios" (Rm 11,25a). La frase es introducida por hina [para que] que está cumpliendo la función de mostrar la finalidad por la cual se revela el misterio.
"Sin embargo, la Iglesia no es mera continuación del antiguo pueblo de Dios, pues en su formación entra un elemento nuevo, Cristo, cuya obra es de tal magnitud que hace que podamos hablar de fundación nueva sobre Cristo, es decir, de 'nuevo pueblo de Dios'. Cierto que la Escritura no usa nunca dicha expresión, pero sí habla de 'nueva' Alianza (1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Lc 22,20); y esa nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo, aparece estrechamente vinculada con la idea de nuevo pueblo de Dios, cuya existencia constituye el fundamento (cf. Heb 8,8-12). En otras palabras, la muerte y resurrección de Cristo introducen características nuevas en la noción misma de 'pueblo de Dios' y en el modo de agregación a él. Por eso, nada tiene de extraño que la expresión 'nuevo Pueblo de Dios', aunque no la encontremos en la Escritura, sea corriente en la literatura cristiana, a partir ya de los primeros siglos, y la siga usando también el concilio Vaticano II".
De todo esto podemos decir que hay dos elementos indispensables a tener en cuenta: "continuidad y novedad" pero sin ruptura o separación entre Israel e Iglesia. El Cristianismo es las dos cosas, algo nuevo y algo antiguo: una fundación nueva en Cristo pero con un >grande patrimonio espiritual en común= con Israel y que ha recibido de Él. Son elementos inseparables que es necesario tener en cuenta para una correcta comprensión de la naturaleza de la Iglesia y de las relaciones de los cristianos con los hebreos.
2.2. El género literario de Rm 11,25-32
Lo que acabamos de afirmar en el punto anterior se relaciona estrechamente con el segundo punto de nuestra reflexión: aquel referido al "género literario" de Rm 11,25-32. Hemos visto que San Pablo da a conocer el misterio con una eminente finalidad parenética o exhortativa: "para que no presumáis de sabios" (Rm 11,25a). La frase es introducida por hina [para que] que está cumpliendo la función de mostrar la finalidad por la cual se revela el misterio.
En este sentido, recordamos a Wilckens quien afirma que en esta perícopa nos encontramos frente a una "cima parenética" que parte desde 11,17, y pensamos que tenga razón. En efecto, San Pablo que tiene una gran preocupación por los de su raza ya que han sido desgajados del olivo salvífico a causa de su incredulidad (11,20), también experimenta una preocupación análoga por los cristianos provenientes de la gentilidad, ya que también ellos corren el riesgo de ser desgajados a causa de su presunción.
Por este motivo les hará sucesivas advertencias contra tal engreimiento al punto de confesarles: "Así pues, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron, bondad contigo, si es que te mantienes en la bondad; que si no, también tú serás desgajado" (Rm 11,22). Este es el motivo por el cual les revela el misterio en esta cima parenética, es decir, para que no se frustre el plan salvífico de Dios en ellos a causa de su pecado de presunción mirando por encima del hombro a los judíos incrédulos o querer ser orgullosos en su círculo propio frente a éstos. Esto lo deben aprender definitivamente los cristianos. Efectivamente, así como jamás existe verdadera prudencia en el jactarse de sí mismo, del mismo modo, no puede darse una prudencia de la Iglesia cristiano-gentil en sí ni de sí misma, sino sólo en Dios, quien ha ligado conjuntamente a Israel y a los gentiles en caminos de gracia ocultos para una prudencia meramente humana, y no quiere salvar a los cristianos-gentiles sin Israel.
Además, San Pablo en Rm 11,30-31 explica a los cristianos de Roma que así como los judíos al presente son rebeldes, también ellos lo han sido con anterioridad, y por lo tanto, no hay motivo para engreírse: por ello en Rm 11,32 establece el gran principio de que Dios ha encerrado a todos los hombres, judíos y gentiles, en la rebeldía para usar con todos de misericordia: es el principio de la misericordia divina universal que tiene la misión de hacer comprender que absolutamente nadie puede engreírse ya que Dios ha usado de misericordia con todos. Por el contrario, algunos cristianos no han comprendido este mensaje permitiéndose comportamientos deplorables a lo largo de la historia.
De allí que nos parezca necesario recordar lo que Schlier manifiesta acerca de Israel:
"Sobre Israel no se puede hablar si no se acepta la revelación en el misterio. Todas las nociones históricas, sociológicas y psicológicas concernientes a este pueblo no son suficientes, es más inducen a error. Por sí mismo Israel es, en definitiva, un misterio. Pero es justo esto que la sola razón humana no entiende".
Esto nos parece de fundamental importancia: Israel no se entiende con una visión puramente humana sino a la luz de la fe. De hecho, San Pablo coloca a Israel dentro del "misterio" de Rm 11,25, y un misterio se logra penetrar, en cuanto nos es concedido, sólo por la luz de la fe y no de otro modo. Por este motivo, juzgamos que hay algunos elementos que se deben subrayar para que los cristianos sepan encauzar, desde una visión de fe, "sus relaciones con los judíos".
"Sobre Israel no se puede hablar si no se acepta la revelación en el misterio. Todas las nociones históricas, sociológicas y psicológicas concernientes a este pueblo no son suficientes, es más inducen a error. Por sí mismo Israel es, en definitiva, un misterio. Pero es justo esto que la sola razón humana no entiende".
Esto nos parece de fundamental importancia: Israel no se entiende con una visión puramente humana sino a la luz de la fe. De hecho, San Pablo coloca a Israel dentro del "misterio" de Rm 11,25, y un misterio se logra penetrar, en cuanto nos es concedido, sólo por la luz de la fe y no de otro modo. Por este motivo, juzgamos que hay algunos elementos que se deben subrayar para que los cristianos sepan encauzar, desde una visión de fe, "sus relaciones con los judíos".
En este sentido, el Apóstol se nos presenta como el modelo de aquél que, desde una visión de fe, mira a Israel.
En primer lugar, San Pablo experimenta una "gran tristeza y un dolor incesante en el corazón" (Rm 9,2), por la vocación malograda de una parte de Israel. Del mismo modo, el cristiano debe sentir un profundo dolor porque aquel pueblo que desde toda la eternidad, y con el cual tiene un "gran patrimonio espiritual en común", fue elegido para ser depositario de las promesas ha fracasado en su misión, al menos en una parte importante de él.
En segundo lugar, el cristiano debe saber que las ramas del olivo fueron desgajadas por su incredulidad (Rm 11,20), pero serán injertadas nuevamente ya que "...poderoso es Dios para injertarlos de nuevo" (Rm 11,23): saber esto le ayudará a no engreírse contra las ramas desgajadas.
En tercer lugar, el cristiano debe esperar con ansia el día en que Israel será injertado nuevamente en el olivo de la salvación:
“Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita y gran parte de los judíos no recibieron el Evangelio, e incluso no pocos se opusieron a su difusión. No obstante, según el Apóstol, los judíos siguen siendo todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente ni de sus dones ni de su vocación. Juntamente con los profetas y el mismo Apóstol, la Iglesia espera el día, conocido sólo por Dios, en que todos los pueblos con una sola voz invocarán al Señor y le servirán bajo un mismo yugo (Sof 3,9)”.
Ciertamente que el cristiano debe esperar ese día ya que traerá consigo una gran bonanza a la humanidad. En efecto: “Y, si su caída ha sido una riqueza para el mundo, y su mengua, riqueza para los gentiles ¡qué no será su plenitud!” (Rm 11,12; cfr. también Rm 11,15).
3. El ‘Diálogo’ judeo-cristiano
Finalmente, queremos hacer algunas apreciaciones respecto al ‘Diálogo’ que la Iglesia ha abierto con los hebreos. Sobre ello podemos constatar que se han dado pasos muy importantes en los últimos años en vista a un acercamiento con los judíos.
“Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita y gran parte de los judíos no recibieron el Evangelio, e incluso no pocos se opusieron a su difusión. No obstante, según el Apóstol, los judíos siguen siendo todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente ni de sus dones ni de su vocación. Juntamente con los profetas y el mismo Apóstol, la Iglesia espera el día, conocido sólo por Dios, en que todos los pueblos con una sola voz invocarán al Señor y le servirán bajo un mismo yugo (Sof 3,9)”.
Ciertamente que el cristiano debe esperar ese día ya que traerá consigo una gran bonanza a la humanidad. En efecto: “Y, si su caída ha sido una riqueza para el mundo, y su mengua, riqueza para los gentiles ¡qué no será su plenitud!” (Rm 11,12; cfr. también Rm 11,15).
3. El ‘Diálogo’ judeo-cristiano
Finalmente, queremos hacer algunas apreciaciones respecto al ‘Diálogo’ que la Iglesia ha abierto con los hebreos. Sobre ello podemos constatar que se han dado pasos muy importantes en los últimos años en vista a un acercamiento con los judíos.
En efecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II en la Declaración «Nostra Aetate» ha venido a significar un “...giro decisivo en las relaciones de la Iglesia católica con el Hebraísmo...”31, y, a su vez, ha fijado ‘metas muy claras’ a cumplimentar en dicho ‘Diálogo’.
Haciendo un balance de estos últimos años Juan Pablo II, en la carta preparatoria a su peregrinación a los lugares santos, podía afirmar lo siguiente: “En estos últimos decenios, especialmente después del Concilio Vaticano II, se han dado muchos pasos para establecer un diálogo fecundo con el pueblo que Dios ha elegido como primer destinatario de sus promesas y de la Alianza”.
Esto es totalmente verdadero: se han dado ‘muchos pasos’ en este camino que se ha emprendido, pero juzgamos absolutamente necesario que se den muchos pasos más en vista de aquellas ‘metas’ propuestas por la Declaración «Nostra Aetate». Efectivamente, esta Declaración proponía diversas actividades a desarrollar donde se fomentase y recomendase el mutuo conocimiento y estima, tales como, estudios bíblicos y teológicos en un marco de diálogo fraterno.
También se proponía que en la catequesis y en la predicación de la palabra de Dios se enseñara que los judíos no son reprobados por Dios, ni que se extendiera la responsabilidad por la muerte de Jesús a todos los judíos indistintamente. Además, se incentivaba a que se deplorase toda forma de odio, persecución o manifestación de antisemitismo de que han sido objeto los judíos de cualquier tiempo y por parte de cualquier persona.
En fin, actividades diversas que permitiesen a los cristianos conocer mejor la naturaleza del pueblo de Israel y así poder penetrar en el ‘misterio de Israel’ con una visión de fe.
Pero pensamos que estos objetivos no se han cumplido en su totalidad sino que queda mucho por hacer. Es cierto que la Iglesia a ‘nivel oficial’ se muestra como modelo de aquella que cumple con las ‘metas fijadas’ por el Concilio, pero pensamos que este mensaje todavía no se ha captado en su totalidad a nivel de Iglesia universal ni por todos los cristianos.
En efecto, a nivel de predicación, cursos y catequesis, estudios bíblicos y teológicos, publicaciones u otras formas que puedan hacer conocer los documentos oficiales y del magisterio pontificio sobre los hebreos y el hebraísmo, pensamos que todavía no han alcanzado el nivel necesario para lograr cambiar la mentalidad del pueblo cristiano y del mundo en general. En este sentido, será necesario redoblar esfuerzos para que las Conferencias Episcopales tomen más conciencia de las metas fijadas por «Nostra Aetate».
También habrá que esforzarse por el servicio de caridad que se ofrece a los hebreos en el intento de crear en ellos un espíritu más abierto. De particular importancia será el servicio que ofrezcan los teólogos tratando de iluminar la realidad con principios claros, como hicimos referencia al inicio de esta ‘Conclusión general’. Para ello servirá de estímulo recordar aquella frase de San Pablo a los Corintios: “Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones; mas cuando se vuelvan al Señor, será corrido el velo” (2 Co 3,15-16).
Por este motivo, se deberá adoptar la paciente actitud del Divino Maestro para con los discípulos de Emaús: “Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras” (Lc 24,27), esperando que el Señor les abra la inteligencia al entendimiento (Lc 24,31). Esta actitud se deberá acrecentar a lo largo de la Iglesia universal tratando de mostrar a Cristo que está latente en las páginas del Antiguo Testamento: los cristianos deberán hacer el esfuerzo mediante el ‘diálogo’ a los efectos de disponer el corazón de Israel para que el Señor los vuelva a Sí en el día que sólo Él conoce. Sabemos que actualmente Israel se encuentra en un endurecimiento parcial hasta que entre la plenitud de los gentiles, pero una vez que esto suceda, habrá llegado el día en que el Señor lo sacará de este endurecimiento: “... y así todo Israel será salvado...” (Rm 11,26a).
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