podemos citar la Carta Apostólica Ante el tercer milenio en el apartado que dedica al ‘diálogo interreligioso’. Allí se propone intensificar el diálogo con los hebreos según las claras enseñanzas del Concilio Vaticano II en la declaración Nostra aetate. Pero el documento finaliza advirtiendo: “Sin embargo, siempre se deberá tener cuidado para no provocar peligrosos malentendidos, vigilando el riesgo del sincretismo y de un fácil y engañoso irenismo”.
Finalmente, la respuesta que debe ofrecer la teología debe estar fundada en la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia. En este sentido, desde el punto de vista bíblico, la carta a los Romanos es el único documento neotestamentario que afronta globalmente el problema judío dándole una solución de fondo. Sobre este particular, David Flusser, en la ‘Introducción’ al libro de Clemens Thoma, afirma que San Pablo en la carta a los Romanos no responde a la cuestión acerca del modo de valorar teológicamente el judaísmo no creyente en Cristo ya que el Apóstol consideró la existencia del mismo desde el punto de vista del futuro cuando todo Israel será salvado. Luego concluye: “A mí me parece que tal perspectiva escatológica hoy no baste. Será tarea de los teólogos cristianos explicar la existencia del Israel no cristiano en este tiempo histórico”.
Pensamos que este autor tenga razón en parte. En efecto, es verdad que no sea suficiente la sola perspectiva escatológica para afrontar el problema de Israel y que los teólogos cristianos tengan actualmente la tarea de dar una respuesta al Israel no cristiano. Pero no compartimos con Flusser que San Pablo haya considerado solamente al judaísmo desde el punto de vista del futuro escatológico. Pensamos que el Apóstol ha dejado los elementos necesarios para dar una respuesta al Israel que ha existido a lo largo del tiempo histórico después de Cristo. Sobre estos elementos construiremos nuestra propuesta teológica, que dividiremos en tres puntos.
En primer lugar, es necesario recordar que definitivamente no es una respuesta válida aquella de la ‘vía especial’ para Israel, ya sea la que pone la salvación de Israel por un acto soberano de Dios o de Jesucristo en la Parusía sin necesidad de pasar por la fe en el Evangelio. Sobre esto San Pablo es muy claro: es necesaria la fe en Jesucristo para alcanzar la salvación (Rm 10). Sobre esto no nos detenemos por haberlo ya tratado en diversos lugares de nuestro trabajo.
En segundo lugar, pensamos que sea de gran importancia el concepto de ‘resto’ para dar una respuesta adecuada. Hemos visto que Dios se ha elegido un resto del pueblo de Israel (Rm 11,5.7) cuya existencia es la prueba de que “no ha fallado la palabra de Dios” (Rm 9,6a) y, al mismo tiempo, la garantía de la salvación de ‘todo Israel’. Pero, a nuestro modo de ver, este ‘resto’ no es solamente un concepto histórico o temporal aplicable al grupo fundacional de israelitas que constituyó la primitiva comunidad cristiana, sino que se trata de un concepto teológico cuya característica es la de estar por encima de la dimensión temporal. En otras palabras, pensamos que el ‘resto’ abraza a todos aquellos judíos que a lo largo de la historia se han agregado explícitamente a Jesucristo mediante la fe en Él: San Pablo nos ofrece un concepto extra-temporal aplicable a todos aquellos llamados de entre los judíos que - junto con los llamados de entre los gentiles - son incorporados a Jesucristo (Rm 9,24). Además, el concepto de resto, al estar fuera del concepto de tiempo, desaparecerá cuando aparezca el otro concepto teológico del que nos habla San Pablo: ‘todo Israel’. Es decir, que en el tiempo histórico en el que nos movemos, todos los israelitas que se incorporen a Jesucristo forman parte del ‘resto fiel’ de Israel, y una vez que haya entrado la plenitud de los gentiles, ‘todo Israel’ será salvado: allí el concepto de ‘resto’ dará lugar al concepto de ‘todo Israel’. De todos modos, tanto los israelitas incorporados a Jesucristo mediante el ‘resto’, como aquellos que se incorporarán a Jesucristo en la fase escatológica, son Israel: el Israel de Dios (Ga 6,16).
En tercer lugar, nos queda tratar acerca del otro grupo del que habla San Pablo en Rm 11,7: los ‘endurecidos’. Hemos anticipado en el Capítulo 3 que no necesariamente se debe entender que endurecimiento es sinónimo de condenación. A nuestro modo de ver, esto lo resume muy bien Jean Daniélou cuando habla del ‘significado teológico de la conversión de los hebreos’:
“...insistiendo de todos modos que la maldición golpea una raza no significa condena individual de los miembros que la componen. Sería intolerable y significaría que Dios ha condenado a la pena eterna todo un pueblo, y sobre todo su pueblo, cosa absolutamente contraria al espíritu de S. Pablo, porque se ve como S. Pablo mire a sus hermanos y exalte su grandeza.
La verdad es que el plan de Dios, en ciertos momentos puede golpear una raza cuyos individuos podrán salvarse o no, individualmente, según su correspondencia o resistencia personal a la gracia. Hay judíos cuya responsabilidad en la condena de Cristo es extremadamente grave, pero en el conjunto ciertamente ellos no saben lo que se hacen, como dijo Jesús. Cuando S. Pablo perseguía los cristianos, era en buena fe, estaba persuadido de cumplir la obra de Dios. Ejemplo característico. No se quiere por eso afirmar que hay una condena individual de los judíos, sino que había en el plan de Dios que aquel pueblo, en cuanto tal, fuese separado por algún tiempo”.
Nos parecen muy claras las palabra de Daniélou. En este sentido, pensamos que el tema del endurecimiento lo podemos observar desde la óptica de Dios o de los hombres. Si lo vemos desde la óptica de Dios, sabemos que Dios no endurece directamente para provocar la condenación. Además, en el endurecimiento de Israel se debe tener en cuenta que hay una finalidad providencial: para que entrasen los gentiles a la salvación (Rm 11,12.15.28). Por lo tanto, está la acción de Dios en este endurecimiento.
En este caso, el Señor en su infinita misericordia y por los caminos que sólo Él conoce, salvará en Cristo aquellos endurecidos que sin culpa se encuentran en esa situación. Desde la óptica de los hombres, hay que reconocer que hubo una responsabilidad en el Israel endurecido que rechazó a Cristo. En efecto, San Pablo quiere que se salven (Rm 10,1) pero observa que el pueblo de Israel ha rechazado la justicia de Dios en Cristo empeñándose en establecer la suya propia (Rm 10,3) y han rechazado concientemente a Jesús, lo cual les habría traído la salvación (Rm 10,9.10-13.17-21). Por lo tanto, cuando habla de aquellos ‘vasos preparados para la perdición’ (Rm 9,22) pensamos que se refiere a aquellos endurecidos que libremente se han hecho responsables ante Dios por su incredulidad. Esto explica la preocupación del Apóstol por salvar al menos ‘alguno’ de ellos (Rm 11,14).
Por otro lado, es necesario establecer distintos niveles de responsabilidad ante Dios por la incredulidad de los diversos individuos pertenecientes al pueblo de Israel. En este sentido, es necesario dejar en las manos de Dios todo tipo de definición salvífica por escapar al ámbito humano el realizar tales definiciones. Sabemos que Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2,4). Es decir, hay una Voluntad salvífica universal y Dios juzgará cada conciencia según Él mismo la conozca. Sobre este aspecto nos parecen muy claras las palabras del Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium:
“En efecto, los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”.
De todo esto podemos concluir que el ‘endurecimiento’ es también un ‘concepto teológico’ por ser introducido por Dios y que durará hasta que entre la plenitud de los gentiles (Rm 11,25). Ahora bien, a cada ‘endurecido’ individualmente a lo largo de la historia, Dios lo juzgará según su propia conciencia asociándolo al misterio pascual de su Hijo Jesucristo según el Señor conozca a cada persona.
Esta propuesta consideramos que da los elementos necesarios para resolver distintas dificultades. Un ejemplo puede ser aquella dificultad planteada por Aletti cuando define la extensión de ‘todo Israel’. Este autor sostiene que por ‘todo Israel’ se debe entender el ‘Resto santo’ de Rm 9 y el conjunto de los ‘refractarios’ al Evangelio de Rm 10. Sobre esto ya hemos expresado nuestro parecer afirmando que no se debe incluir en ‘todo Israel’ a todos los endurecidos de todos los tiempos ya que el pensamiento paulino no nos autoriza a considerar tal hipótesis.
Pero luego Aletti se pregunta si ‘todo Israel’ incluye o no a aquellos que siendo de origen judío no viven según la Toráh por indiferencia, tibieza o ignorancia. A este planteo el autor va a responder que es imposible dar una respuesta ya que el Apóstol sólo considera al Israel endurecido y no prevé el caso de los no-practicantes, aunque esto no implique que se los deba excluir del Israel escatológico y salvado, si bien, la Escritura y la literatura judía del tiempo parecen apoyar la interpretación restrictiva. Sobre este último caso nos retrotraemos a los conceptos que acabamos de exponer en nuestra propuesta teológica, dejando en las manos de Dios que juzgará según la conciencia de cada hombre, practicante o no, según el Señor los conozca.
Con esto finalizamos nuestra propuesta teológica para el Israel que ha existido a lo largo de los siglos después de Cristo, tratando de ofrecer una respuesta que no se limite solamente a la fase salvífica escatológica sino que abarque a las sucesivas generaciones de israelitas que han existido desde Cristo hasta hoy. Juzgamos que en estos tres puntos se contienen en manera resumida elementos que pueden servir de principios para un desarrollo más amplio. Además, nuestra propuesta es incondicionada, clara y fundada en la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia, como habíamos anticipado que se requería para que fuera genuina. Finalmente, creemos que el pensamiento paulino contenga los elementos señalados y no nos autorice a ir más allá.
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