El discurso del Pan de Vida
y los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola
1) Sentido literal y sentido acomodado de la multiplicación de los panes
En hermenéutica bíblica se llama sentido literal al que el autor inspirado quiso decir y dijo con su palabras, y es lo que Dios quiso hacerle decir y dice por boca de ese autor.
Sentido acomodado acomodado o translaticio, es el uso que se hace de textos bíblicos aplicados a otro propósito distinto del que fue intentado por el hagiógrafo. Esta acomodación, que es obra humana, se funda en cierta analogía argumental o verbal entre el texto bíblico y el propósito al que un hombre lo quiere aplicar. El hombre usa las palabras del autor sagrado en un sentido distinto, que no es el que Dios intenta, sino el que el hombre inventa.
Cuando se hace una interpretación acomodada de un pasaje bíblico, conviene confrontarla siempre con el sentido literal del texto, es decir, el sentido que el autor le quiso dar y le dio. Y además iluminar el pasaje con el contexto de pasajes paralelos o de toda la Sagrada Escritura. De esa manera, el sentido literal gobierna la acomodación para que ésta ilumine y para que aplique a la situación no solamente las palabras del texto sino su sentido bíblico literal. De otro modo, la acomodación puede dejar a oscuras aspectos del sentido literal y podría llegar a contradecirlo.
Tomo como ejemplo la multiplicación de los panes según Marcos 6, 30-44 entendido a la luz de los paralelos en los demás evangelios y principalmente a la luz del pasaje en el evangelio según San Juan 6, 1-71, que es el que más elabora el sentido teológico del milagro, como signo de otro pan, otra hambre y otra vida.
En el texto de San Juan es muy claro que Jesucristo habla y enseña a distinguir dos hambres, dos panes, dos trabajos y dos vidas.
El texto presenta primero
un hambre (biológica),
un pan común (el que él multiplicó e hizo repartir),
un trabajo (el de los que habían producido el pan repartido o repartieron el pan que algunos tenían)
y una vida (bíos leemos en griego = designando la vida humana biológica) (Juan 6, 1-15).
La muchedumbre no entiende el sentido de signo que tiene este milagro. Jesús huye porque quieren hacerlo rey al servicio de esta hambre, este pan, este trabajo y esta vida.
En una segunda sección, que se designa como “el discurso del Pan de Vida”, Jesús se refiere a otro apetito,
otro pan,
otro trabajo
y otra vida.
Jesús declara que la multiplicación es un signo o sea una realidad de orden sensible que designa una realidad de otro orden, o sea que apunta a otra realidad, de otro orden: “vosotros me buscáis no porque habéis visto “señales” (sêmeia = signos) sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Trabajad (ergazesthe) no por el alimento (brôsin) perecedero sino por el alimento que permanece para vida (zôên) eterna (aiônion)” (Juan 6, 26-27).
De modo que Jesús anuncia que él viene a satisfacer otra hambre, mediante otro pan (el que dará, y que es su cuerpo), que se consigue mediante otro trabajo (creer) y proporciona otra vida diferente (zoé).
Hambre de pan y anorexia de Dios
El problema al que se enfrenta Jesucristo en su aproximación a la muchedumbre que lo seguía es doble: por un lado, tiene ante sí una muchedumbre famélica; por otro lado tiene ante sí una muchedumbre anoréxica.
Famélica del pan biológico para esta vida (bios). Pero anoréxica para el pan que Jesús viene a ofrecerle: su cuerpo, que es a su vez signo visible de su alma humana y de su Persona divina. De su naturaleza humana que es signo creado del Verbo increado. El mensaje de Juan es que aunque Jesús mismo sea incapaz de vencer la anorexia, no se deja doblegar por ella y hasta la desafía: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Juan 6, 67).
El trabajo de repartir el pan, es pues “signo” de otra cosa. Signo del trabajo de creer y de sembrar la fe. El pan repartido en la multiplicación, es signo de otro pan: el anuncio de Cristo que revela al Padre. Y la vida (bios) que alimentan los panes (artous) es signo de otra vida (zôê, y no bíos) eterna o divina (aiônion) que Jesús viene a traer.
El trabajo para obtener este nuevo pan y esta nueva vida es creer en Jesucristo.
Esto permite alimentarse con el Amor divino por el que ofrece su propio cuerpo Permite entrar en comunión con la vida divina, con el amor divino (Zoé aiônion).
En realidad, en el fondo de este paralelo contrastante entre las dos hambres, los dos trabajos, los dos panes y las dos vidas, subyace el paralelo contrastante entre las dos Alianzas. La Antigua que prometía bienes de este Eón: hijos y tierra. La Nueva que promete bienes divinos, participación en la vida divina, divinización ya en la tierra y en esta vida, participación en la gloria después, en la casa del Padre.
Subyace un paralelo contrastante entre dos bienes, entre dos esperanzas y entre dos diversos fundamentos de esas mismas esperanzas.
2. Hambres y… anorexia
Paso ahora a encarar el segundo punto, relativo a las hambres.
Les podemos también llamar apetitos, o deseos, o pasiones, o afectos.
Es un punto central de la sabiduría espiritual ignaciana y por eso del carisma de la Compañía de Jesús fundada por San Ignacio de Loyola: Las afecciones, ya sea desordenadas ya sea ordenadas.
Para Ignacio, el punto de partida de las almas es el desorden de sus afectos, porque el pecado original ha producido el desorden de los apetitos, que ya no se dejan ordenar por la razón y según razón.
Sus Ejercicios espirituales van dirigidos al triple fin de
1) quitar las affecciones desordenadas (deseos, pasiones, hambres, apetitos)
2) después de quitadas buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida (bios)
3) para la salud de su alma (zôê)
“Después de quitadas”:
Esta frase de san Ignacio se refiere a la sustitución de un hambre mala por un hambre buena.
En otras palabras: la sustitución de una búsqueda por otra, la sustitución de unos deseos por otros.
Pastoral de los deseos
Aquí nos encontramos con el Ignacio maestro y pastor de los deseos.
Es decir un atento observador de las “hambres” y administrador de los propios “recursos”
Entre muchos otros ejemplos posibles, esto se ve muy claramente en la anotación 18 de los Ejercicios Espirituales.
Ignacio invita al que da los ejercicios a estar atento a los deseos de las personas: “Según la disposición de las personas que quieren tomar ejercicios… “Asimismo según que se quisieren disponer… “Por tanto al que se quiere ayudar… “cierto grado de contentar su alma… (es decir saciar su deseo)
En esta misma anotación Ignacio nos enseña también la sabia administración de nuestro “recursos”: “mayormente cuando en otros se puede hacer mayor provecho, faltando tiempo para todo”.
Ignacio calibra la intensidad y calidad de los deseos. Enseña a prestar atención a todas las personas, pero a la medida de cada una, para dedicar más tiempo a los que dan “mayor provecho” porque tienen deseos más intensos y de bienes mejores.
Para él, el mayor de los bienes es “la mayor gloria de Dios”, o sea el mayor conocimiento de Dios, su servicio y alabanza.
En su primera época de convertido, en Manresa, San Ignacio pedía limosnas y las repartía con los pobres del hospital donde le daban albergue como a mendigo. Atendía pues al primer pan, trabajaba mendigando para obtenerlo y lo compartía, reconociendo que es necesario para esta vida (bios). No hay desorden en esta necesidad. No es mala esta hambre, mientras no produzca anorexia del otro pan. Pero sabemos que las preocupaciones de este mundo son espinas que ahogan la semilla [Marcos 4, 18-19] o hacen pesado el corazón, embarazándolo para las cosas de Dios: “Tengan cuidado con ustedes mismos, no sea que se embaracen vuestros corazones […] por las preocupaciones de esta vida (merimnais biôtikais)” (Lucas 21,32)
Con la visión que tuvo San Ignacio junto al puente del Río Cardoner parece producirse una inflexión en los deseos (el hambre misericordiosa) del corazón de Ignacio. El mayor conocimiento que recibe de los misterios divinos, hace nacer en él un “hambre” de repartir ahora estos nuevos “recursos” a los mismos que antes había repartido el pan mendigado por las puertas.
Así se produce en él un cambio de prioridades e intereses. Sin abandonar su compasión por los pobres ni su actividad “asistencial” se inquieta por atender a los deseos de las almas por los bienes espirituales y servirlos.
Esto lo lleva a estudiar latín y a irse a Alcalá para poder enseñar los bienes que ha entrevisto en el Cardoner y de los cuales encuentra anorexia en muchos, incluso quizás entre sus asistidos, famélicos de pan, pero a veces anoréxicos de Dios.
Entonces Ignacio quiere ser no sólo ya proveedor de pan para los mendigos hambrientos sino también médico de los anoréxicos de los misterios divinos.
Anoréxicos de Dios hartos de pan
Lo encontramos en Alcalá predicando ejercicios a los mozos y mozas en la cuadra de una panadería.
Todo un signo.
Allí no hay hambre de pan.
Pero tampoco una exagerada hambre de Dios.
Los deseos de este mundo están satisfechos pero es necesario purgar las almas de pasiones que producen anorexia de Dios.
Ignacio atiende ahora a suscitar la otra hambre: la de Dios, que aquellas almas necesitan.
Y comienza precisamente la experiencia que parece reflejarse en la anotación dieciocho. Avivar el buen deseo.
Ignacio es portador de las experiencias del Cardoner, pero la experiencia mística de Dios no es transvasable, no es comunicable directamente. Es necesaria una pastoral de los deseos del alma para que ésta se capacite para recibir directamente de la acción de la gracia.
Es aquí que Ignacio comienza a querer asociar compañeros a su tarea y junta su primer grupito en Alcalá para que lo ayuden en esta tarea.
Resumiendo:
San Ignacio es sensible a las necesidades del necesitado y el mendigo y se dedica al comienzo de su vida de converso, a una tarea asistencial para aliviar las necesidades del bios.
Pero su evolución espiritual lo lleva a querer capacitarse para ponerse al servicio de las necesidades de la zôê aiônion.
Comienza a atender y querer potenciar para esta tarea a algunas almas más selectas en las que encuentra y fomenta hambres espirituales.
Ignacio que pudo reconocer su propia anorexia en sus tiempos de juventud en los que más tarde se reconocería viviendo como un soldado “desgarrado y vano”, se ha topado con el mismo fenómeno de la anorexia por los bienes que anuncia Jesucristo.
Se lo ha topado en el mundo musulmán que encuentra en su visita a Palestina.
Pero se lo encuentra también en el mundo cristiano de su época.
Por ejemplo en su hermano y familia que se alarmaban con su conversión y querían impedirle entregar su vida a Dios.
Se trata de la misma anorexia de la muchedumbre que buscaba a Jesús, pero para hacerlo rey y que es causa del alejamiento de muchos de sus discípulos, decepcionados por su mensaje.
Ignacio tiene “recursos” para ofrecer, pero advierte que no hay demanda para ellos, por anorexia hacia Dios.
Como jesuitas discípulos suyos estamos capacitados para dirigir nuestra atención no solamente a “las hambres”, sino también a la indebida ausencia de apetito por el mensaje explícitamente religioso: a la anorexia de la cultura hoy dominante por el discurso explícitamente espiritual y evangélico y por la consideración y contemplación de las realidades reveladas. Podemos, gracias a Jesucristo e Ignacio, estar atentos a los buenos deseos, pero también a la insensibilidad anoréxica de esta civilización post cristiana.
Necesitamos una reflexión acerca de este fenómeno que no podemos tomar resignadamente como un dato de hecho, sino que tenemos que examinar con sabiduría como un hecho de naturaleza espiritual, teológica.
Porque la anorexia para Dios que, en la tradición teológica se ha llamado acedia, es un hecho de naturaleza espiritual, del orden de las mociones de mal espíritu y desoladoras a las que se refiere nuestro Padre Maestro Ignacio en sus reglas de discernimiento y en otros documentos de ejercicios y cartas
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