Mientras en los sinópticos se los llama simplemente pescados [de: ijthus Mt 14,18-19; Mc 6,38.42-43]; Juan explicita que se trata de pescados salados [opsarion-a Jn 6, 9.11; Cfr 21,9.10.13].
La diferencia entre
ijthus y
opsarion es fundamental para entender mejor la escena d
el capítulo 21 del evangelio según san Juan, en que Jesús resucitado recibe a los discípulos con un pez salado sobre las brasas. Juan distingue muy claramente entre los pescados de la pesca milagrosa en el lago Tiberíades (ijthuôn: en 21, 6, 8 y 11) y el pez salado (opsarion: en 21, 9) sobre las brasas con que los agasaja Jesús.
Pero además, en el discurso del Pan de Vida de Juan 6 es bien clara la oposición que establece Jesús, entre dos panes distintos, dos trabajos distintos para obtener cada uno, y dos vidas distintas que dichos panes alimentan. Y Jesús alega que, mientras ellos lo buscan porque les ha dado un pan para esta vida, sin trabajar, Jesús les trae un pan, que mediante la fe (trabajad: es aquí creer, claramente) da la vida eterna.
Y lo que produce el abandono de muchos discípulos es precisamente lo mismo que hoy produce la negación de la multiplicación y el silenciamiento de la vida eterna.
ConclusiónLa Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II resume toda la tradición exegética e interpretativa católica. Y de acuerdo a ella recuerda y enseña que: “Habiendo hablado Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar con atención qué pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos”.
Y agrega: “para descubrir la intención del autor... el intérprete indagará lo que el autor sagrado intenta decir y dice, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor quiere afirmar en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que se solían emplear en la conversación ordinaria”. (Dei Verbum 12).
A la luz de lo dicho, esperamos que quede claro en qué dirección se ha de buscar el sentido literal del episodio de la multiplicación de los panes y de los peces. Y qué ajena es tanto a la verdad evangélica como a la intención de los evangelistas la interpretación reduccionista que ve en este episodio solamente un mensaje moral y filantrópico.
Cerrarse a la posibilidad de los milagros contradice también la norma hermenéutica de la Sagrada Escritura que La Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II expresa en estos términos: “Y como a la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió, para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, con un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Porque todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios” (Dei Verbum 12).
Y quien tergiversa el sentido literal de las Sagradas Escrituras, sustituyéndolo por interpretaciones antojadizas, mata con ellas. Mata la fe de los creyentes y deja detrás de sí el desierto de la incredulidad, que es su propio desierto.
Ya nos hemos referido en este blog al peligro de las interpretaciones acomodadas o acomodaticias, que comienzan presentándose como alternativas válidas de interpretación de un hecho bíblico, siguen sustituyéndose a él, y terminan desautorizándolo y exiliándolo de la fe y de la predicación.
Detrás de esas acomodaciones se disfraza un uso simoníaco de las Sagradas Escrituras. La simonía consiste en la usurpación de los nombres y bienes sagrados con fines no religiosos. Simonía era el comercio en el Templo, que Jesús considera ofensivo al Padre. La Simonía tergiversa el sentido de las palabras y bienes religiosos, con fines que no eran los de Jesucristo sino sus fines propios: bienes de este mundo, dinero, prestigio, poder, ganar la simpatía del mundo, evitar el sufrimiento y la persecución que acarrea la vida fervorosamente cristiana de hijos de Dios y seguidores de Cristo…
Simonía, hipocresía, apostasía primero anónima y finalmente abierta, nacen, cualquiera o todas, de los tres amores opuestos al amor al Padre: concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de esta vida, con menosprecio de la eterna.
La letra mata, el Espíritu vivifica. Vivifica porque da vida eterna Una vida que se alimenta con el pan eucarístico al que se tiene acceso únicamente por “el trabajo” de la fe.
El que niega el carácter milagroso de la multiplicación de panes y pescados, ya se ha apartado de la fe católica. Lamentablemente, cuando usurpa el ministerio de la palabra, que debería abandonar en el momento de abandonar su fe, pero en el que continúa simoníacamente, destruye también la fe del pueblo.
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