recién ocupado, en un mediodía de fuego, junto al camino por donde volvíamos de visitar las ruinas de la antigua capital de Samaría. Después de habernos agasajado con té frío y frutas y con una afable y larga conversación en inglés (había sido oficial de las tropas inglesas, durante el protectorado) aquel musulmán, se despidió de los dos sacerdotes católicos diciéndonos: “desde ahora somos amigos”. Entonces comprendí que aquél hombre había cumplido con nosotros con un rito religioso de piadosa hospitalidad. Y en verdad no he podido olvidarlo más, aunque nunca más lo volví a ver. Si volviera a Palestina, desearía volver a esa granja a saludarlo. Sé que pasados tantos años, con seguridad, sólo encontraría a sus descendientes, porque nuestro anfitrión tendría ya más de sesenta años. Pero de todos modos, me presentaría a sus hijos como un amigo de su padre.
El tema de la recepción hospitalaria o el rechazo, es uno de los grandes temas de la presentación evangélica de Marcos y enmarca en particular ambas multiplicaciones. Para sensibilizarnos a ello – porque desgraciadamente los occidentales hemos perdido, en gran medida, junto con la cultura de la hospitalidad también las virtudes que implica - hay que atender a las veces que Jesús es recibido -o no- en una casa, en Cafarnaúm, en Nazareth, en Tiro, etc. En las instrucciones para la misión, la ley de la hospitalidad brindada a los enviados, se convierte en el principio rector del cauce por donde se difundirá el evangelio.
En la actual cultura occidental se separa cada vez más el auxilio caritativo de la vinculación y el compromiso interpersonal. En oriente ayudar era implicarse.
Jesús y los apóstoles, como anfitriones.
Jesús da de comer a la muchedumbre galilea - compuesta de judíos y gentiles - y establece con ella un vínculo que la constituye en pueblo y lo ata a ella y recíprocamente vincula a la muchedumbre con Jesús. La multiplicación de los panes es necesaria para que se dé esa comida de hospitalidad que genera alianza. Es absurdo proponer que Jesús no haya puesto la comida, sino que haya actuado de “facilitador”, de “intermediario”, promoviendo simplemente un intercambio solidario de alimentos pertenecientes a terceros. Esa propuesta interpretativa sólo puede provenir o sostenerse por ignorancia del sentido global del episodio evangélico y por alienidad cultural.
Esa visión es, además, como ya adelantáramos, opuesta a los datos del texto evangélico. En todas las narraciones, sobre todo en las sinópticas, Jesús aparece sintiéndose responsable de alimentar a la muchedumbre, como buen pastor, y responsibilizando luego a los apóstoles para que den de comer a la multitud.
Primeramente Jesús alimenta a la muchedumbre con sus enseñanzas. Tan largas son, que merecen una advertencia de los discípulos (Mc 6,34-36); cuya misericordia, en este caso tiene como objeto ya no el hambre espiritual sino la física. Los apóstoles tienen que recorrer todavía un largo camino antes de apropiarse las prioridades de Jesús: “No parece bien que descuidemos la palabra de Dios por servir a las mesas”... “nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra” (Hechos 6,2.4).
No me extenderé aquí a explicar lo que he dicho y escrito en la explicación de la cuarta bienaventuranza a propósito de la multiplicación de los panes y pescados. Me limitaré a reproducir un trozo que me parece que resume esa explicación:
“El hambre de la muchedumbre, que para los apóstoles hubiera sido motivo para desentenderse de ella y despedirla, es para Jesús ocasión de hacerse cargo de ellos y atárselos con un gesto hospitalario, con una alianza de pan y pescado salado.
Los Apóstoles no alcanzan a comprender el sentido de este gesto. Tampoco la muchedumbre beneficiada, que después lo busca para hacerlo rey y solamente porque les mató el hambre: "aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho, dijeron: 'Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo'. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerlo rey, volvió a retirarse al monte él solo". (Juan 6, 14-15).
No hay que extrañarse que haya todavía quien no entiende, como es el caso de algunos exegetas y predicadores tocados de racionalismo almidonado, que quieren explicar este pasaje sin milagro, y se sacan de la galera de su imaginación ingeniosas explicaciones, inequívocamente marcadas por su origen moralizante y puritano. Al estilo de "seamos solidarios y repartamos, que así alcanzará para todos".
Ninguna de estas clases de incomprensión le importa ni lo inhibe a Jesús. Abundan en sus parábolas sobre el banquete del Rey las alusiones y referencias a los invitados que no eran dignos. Eso no quita que para Jesús, toda comida, cualquier comida, sea algo más que consumir ración, porque está referida a una comunión de amor, divino-humana. El hombre es un peregrino a quien Dios da de comer de sus bienes terrenos, en su peregrinación hacia la patria celestial.” (Vivir como hijos, vivir como el Hijo. Las Bienaventuranzas. Comentario Espiritual, Edit. Lumen, Buenos Aires 2003)
No hay comentarios:
Publicar un comentario