Noé, los Patriarcas, Egipto, la Tierra Prometida Muestran al Señor que da el alimento
"ÉL da alimento a todo viviente porque es eterna su misericordia" (Sal 135,25)
Como sucede en la creación, también en la Alianza con Noé, después del diluvio, el Señor dispensa el alimento del hombre y los animales [Gn 9,1-3].
Ahora, el hombre tiene derecho a comer carne de animales, puesto que el haberlos salvado de la destrucción parece darle un cierto derecho sobre ellos. No obstante, su derecho no se extiende a la vida misma, por lo que debe abstenerse de su sangre. La vida, la especie, pertenecen al Creador. Y si el hombre puede matar es solamente para comer.
De hecho, toda matanza debe hacerse sobre un altar, para ofrecer la sangre a Dios, y es por lo tanto un acto religioso: un sacrificio de comunión. En esta visión, el hombre no es nunca un mero matarife sino un sacerdote.
Dios se muestra también nutricio en las promesas a Abraham y a los patriarcas, a quienes les promete hijos y una tierra para alimentarlos [Gn 15,5-7].
Envía a José a Egipto para que, en su momento, acoja a sus hermanos empujados por el hambre [Gn 37-47].
Da de comer a su pueblo en el desierto y lo abreva de modo milagroso [Ex 16-17].
Lo introduce en una tierra que mana leche y miel y le entrega plantíos, viñedos y olivares; riega esa tierra con rocíos y lluvias y la fecunda con su bendición [Ex 3,8; Nm 13,27-28; Dt 6,10-12; 8,10-16; 11,9-15; 32,13-15].
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