El Surgimiento de la cultura esponsal cristiana en las cartas de San Pablo
Éfeso: El Misterio grande, el matrimonio sanado bajo el signo de Cristo [2] Cuando los esposos son, ambos, hijos de Dios Padre 90) Sigue diciendo Pablo a los efesios: “Sed pues imitadores de Cristo como hijos queridos y vivid en la caridad como Cristo os amó y se entregó por nosotros” (Efesios 5, 2). Es el ideal, ¿no? Cristo murió por los hombres, y éste es el modelo que va a poner Pablo al varón cristiano: así como Cristo murió por nosotros vos tenés que morir por tu mujer. Morir incluso a tu pasión por amor a tu esposa. “La fornicación y toda clase de impureza ni se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Lo mismo que la grosería, las necedades, las chocarrerías, cosas que no están bien; sino más bien, acciones de gracias. Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso, que es lo mismo que idólatra, participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5,3) No entrará como hijo en la herencia, ¡no va a ser hijo! No entra en la condición filial.
91) Después Pablo va particularizando distintos aspectos de la vida cristiana como derivados de acá, de esta contemplación de Cristo, del Padre, del Hijo, y llega a la moral familiar, al comportamiento familiar y dice: “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo.” El temor de Cristo no es el miedo a Cristo; es el respeto y no tanto el respeto a Cristo sino el respeto que Cristo le tenía al Padre, lo interpreto yo. Él como Hijo tenía temor de ofender al Padre. Cuando hablamos del Don del temor, es la parte del amor que teme ofender al que ama; es el temor de ofender. El temor de Dios es el temor de ofender a Dios, es esa especie de advertencia del corazón filial que está pensando qué le va a parecer al Padre lo que hago, está pendiente de lo que al Padre le importa, de lo que el Padre puede pensar de lo que yo estoy haciendo. ¡Es el tener en cuenta al Padre! Si falta ese aspecto, todavía la conciencia filial no es perfecta, uno no ha entrado en el Reino, en la realidad de la filiación, de la filialidad. Ahí hay que crecer. Tenemos todo lo necesario por el Bautismo, pero hay que practicarlo. 92) “Sed sumisos”. Jesús se hizo esclavo. Sigue diciendo Pablo: “Las mujeres a sus maridos, como al Señor”. Cuando escuchan esto se quedan con “ser sumisas a sus maridos” y se olvidan de “como al Señor”. Y sigue: “Porque el marido es cabeza de la mujer –de nuevo se quedan con eso sin tomar en cuenta lo que sigue-, como Cristo es Cabeza de la Iglesia”. No de cualquier manera: como Cristo lo es de la Iglesia. “El salvador del Cuerpo”. Es Cabeza pero me salva el cuerpo; el varón es cabeza porque debe salvar a la mujer. “Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.” Hay que tener en cuenta el “así como”. El modelo de la relación matrimonial es el modelo de Cristo con la Iglesia y de la Iglesia con Cristo. Así como en algunos pasajes del Evangelio Jesús nos pone como ejemplo al Padre y a Él, Dios es siempre el modelo del comportamiento humano; es como el modelo de la cultura. Pero, ¡claro! ¿Cómo yo en mi vida cotidiana voy a vivir esto si no tengo muy presente, por una vida espiritual intensa, el modelo que tengo que imitar? Más bien a veces pasa que los gritos de mi vida cotidiana me impiden escuchar las voces del Modelo Divino, ¿verdad? 93) Y ahora habla a los maridos –primero habla a las damas (risas): “Maridos, amad a vuestras mujeres – y de nuevo el modelo- como Cristo ama a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. Debe morir por la esposa y entre las formas de morir está el morir a la pasión, a la pasión lujuriosa por supuesto. “Para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo”. Acá hace alusión Pablo a los baños precisamente purificatorios que tenía la mujer judía después de sus reglas cuando se preparaba de nuevo para reiniciar la relación conyugal; ese baño ritual. “Sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos”. ¡Claro, si el marido es la cabeza, la mujer es el cuerpo! ¿Qué cabeza habría sin cuerpo? “El que ama a su mujer se ama a sí mismo.” El que ama a su mujer se ama a sí mismo. “Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo.”
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