Tota pulchra est anima mea.
(Cant. IV-7)
i. Está naciendo el día. Es el momento
de la sana alegría sin motivo
de la inocencia y la niñez…
Parece que, al asomarse el alba enrojecida,
por la cumbre, entre nieblas escondida,
la tierra se espereza, y se estremece
en sus entrañas húmedas, la Vida…
Y sus rumores
como un salmo de glorias y de amores,
se elevan por los cielos, juntamente
con el cándido aroma de las flores.
II.
¡Oh Madre, cual
ninguna Inmaculada,
limpia, blanca y hermosa cual ninguna,
revestida de luna
de estrellas coronada!
III.
A tus pies está el orbe que te adora
cual paje que a los pies de su Señora
la cantara esperando una sonrisa:
sus manos son los soplos de la brisa,
su cítara los rayos de la aurora…
VII.
Tus ojos, luz de aurora
sobre el desierto frío.
Tú mirada, rocío
sobre la dura arcilla pecadora.
VIII.
No es más hermosa el alba cuando asoma
por los montes floridos. Ni más pura
la tímida paloma
que anida en la espesura.
IX.
Toda tú como flores
en medio de los prados.
Y el Espíritu en ti, cual los colores
en el rayo de sol.
X.
Entrelazados,
en tus carnes de flores virginales,
Dios y la arcilla en ti. Como pardales
en un tronco anidados.
XI.
Inmaculada siempre, y siempre pura,
diste ser, de tus carnes al Bien mío.
Así en la blanca altura
la limpia nieve se convierte en río
sin perder su limpieza y su blancura.
XII.
La carne de Dios llena
que redimió la tierra pecadora
atravesó, Señora,
tu carne de azucena,
como el cristal el rayo de la aurora.
XIII.
En Ti el Alma se ampara.
A Ti endereza el
Alma su carrera.
Así la corza tímida
y ligera
hacia la fuente
clara.
XIV.
Limpia, Madre, los cuerpos pecadores,
como limpian las
aguas del riachuelo
los guijarros del
suelo,
cuando van, entre
jaras y entre flores
cantando paz y
reflejando cielo.
XV.
¿Qué alma a llegar se atreve
hasta Ti, si, cual
Tú, no es blanca y pura?
Sólo el aire y la
luz, sobre la altura,
pueden tocar los
ampos de la nieve.
XVI.
¡Ay, madre, si escucharas
las quejas que
exhalamos!
¿En qué flores o
jaras
escondiste la
fuente que buscamos?
XVII. ¡Cantad, cantad, amores,
hojas del olivar, fuentes del prado!
Que un ángel en las nubes ha cantado
con místicos fervores:
¡Alégrate, Israel, porque es llegado
el día de los hombres deseado,
y el rosal de David ha dado flores!
………………………………………………
Por los aires preñados de alegría
el son de las campanas se ha perdido.
Hasta el cielo ha subido
la clara melodía:
y el Arcángel allí, se la ha ofrecido,
cual cestillo de flores, a María.
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