Podría decirse que las ciencias históricas se basan en testimonios confiables.
La ciencia de la Historia se basa en el testimonio oral, escrito o elaborado
por hombres. La ciencia de la Prehistoria se basa en el testimonio de la
naturaleza, fósiles, estratos geológicos.
Pero acerca de los orígenes que están más allá de toda
investigación humana, no se puede acceder por vía de las ciencias del pasado.
Allí, la razón racional encuentra límites y los acepta. Una razón que no acepta
sus límites es irracional. Por eso
Esto
lo expresó de manera radical el filósofo que fundó el camino filosófico griego apoyándolo
sobre la modestia y el humilde reconocimiento de los límites del propio saber:
“Yo sólo sé que no sé nada”.
Cuando Sócrates dice esto en uno de los diálogos de Platón, no afirma que sea
un ignorante total, sino que ante la magnitud de lo que ignora, lo que conoce
con certeza le parece nada. Sócrates deriva todo el conocimiento de la duda
acerca de lo que uno cree saber y no sabe. Así pues, se debe comenzar
admitiendo la propia ignorancia. Y por eso su esfuerzo filosófico comienza con
conocer los límites de lo que se sabe y no sabe.
En
su discurso en la Universidad de Ratisbona, Benedicto XVI dijo al mundo
universitario, lo mismo que dijo en el Bundestag al mundo de los políticos: Que
la razón que no reconoce sus límites es irracional y que la razón, para ser
racional, debe reconocer que hay fuentes reveladas por Dios y que la razón no
debe temer abrirse a ellas pues en ella encuentra conocimientos y un saber
orientador para la razón y para el diálogo entre las culturas.
En esa ocasión dijo el Papa concluyendo su discurso; “En
el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón
positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales.
Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que
precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón
constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a
lo divino y que relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de
entrar en el diálogo de las culturas.”
“La razón moderna tiene que aceptar sencillamente la
estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y
las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho,
en el que se basa su método. Pero de hecho se plantea la pregunta sobre el
porqué de este dato, y las ciencias naturales deben dejar que respondan a ella
otros niveles y otros modos de pensar, es decir, la filosofía y la teología.
Para la filosofía y, de
modo diferente, para la teología, escuchar las grandes experiencias y
convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las
de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; no aceptar esta
fuente de conocimiento sería una grave limitación de nuestra escucha y nuestra
respuesta”.
El Beato Papa Juan Pablo II,
en las catequesis sobre la teología del cuerpo comenzadas en setiembre de 1979,
se ocupa por separado del capítulo primero del Génesis y de los capítulos 2 y
3.
Juan Pablo II enseña que el primero es más bien teológico
y metafísico, se ocupa del ser y de la existencia del ser humano y de su relación
con el mundo y con Dios, mostrando que es imposible reducir al hombre al mundo.
Porque el ser humano es, entre todas las creaturas corporales, la única creada
a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, en el ser humano, la semejanza
divina es mucho más decisiva que su semejanza con el mundo corpóreo.
El segundo relato de la creación del hombre (donde se
presenta la creación, ordenamiento y caíd en el desorden) y que encontramos en los
capítulos 2 y 3, es un relato de naturaleza diversa que la del capítulo
primero. Este segundo relato nos sorprende, dice el Papa, con su profundidad
propia, distinta del primer capítulo. Es una profundidad sobre todo subjetiva y
en cierto modo psicológica. El capítulo segundo del Génesis constituye en
cierto modo, la más antigua descripción registrada de la auto-comprensión del
hombre. Y junto con el capítulo 3 es el primer testimonio de la conciencia
humana.
El Papa reconoce que bajo la
forma de una narración de género literario mítico hay en el texto la revelación
divina de una reflexión profunda que contiene todos los elementos del análisis
del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna, y
sobre todo la contemporánea.
Juan Pablo segundo no vacila
en reconocerle a este pasaje un primitivo carácter mítico, pero, en una larga
nota,
explica en qué sentido se parece a los mitos de la Antigüedad y en qué sentido
los supera y se diferencia de ellos.
“Si en el lenguaje del
racionalismo del siglo XIX – dice el Papa - el término "mito"
indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación, o
lo que es irracional. Pero en el siglo XX ha modificado la concepción del mito
El avance de los conocimientos que se aguardaba en
tiempos del Papa Pío XII se fue produciendo en los años transcurridos. Ahora es
posible entender mejor que el relato de tipo en las grandes religiones.
Todos
los relatos míticos, dice el Papa, en todas las culturas y religiones antiguas,
tendían a conocer lo que es incognoscible, lo que el hombre no puede alcanzar
por sus propios medios.
Ha
sido el mérito del historiador de las Religiones M. Eliade descubrir en el
relato mítico una estructura de la realidad que es inaccesible a la
investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso
en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; es un
acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la
revelación (Cfr. Traité d'histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images
et symboles, París 1952, págs. 199-235).
El
Papa cita también al filósofo Paul Ricoeur que reconoce que “el mito es una explicación
del mundo, de la historia y del destino. Expresa en términos de mundo, ver de
otro modo, o de un segundo modo, la comprensión que el hombre capta de sí mismo
en referencia al fundamento y al límite de su existencia […] Expresa en un
lenguaje objetivo el sentido que el hombre capta de su dependencia a la vista
de aquello que se refiere al límite y al origen del mundo”.
Como
adelantaba al principio: El mito ha sido en la historia de las religiones
humanas un producto proveniente en gran proporción de la ignorancia humana en
busca de revelación. Dios ha tomado ese producto del deseo de saber y se ha
valido de él para revelar lo que el hombre aspiraba siempre a saber sin
lograrlo. En su misericordia se ha valido de un género nacido de la ignorancia,
para trasmitirnos, para revelarnos lo que Él solo podía revelarnos a los
hombres ignorantes.
Lo
paradógico es que los hombres que hoy se creen sabios, menosprecian los textos
de la revelación divina, porque los ven superficialmente como mitos y los
confunden con los mitos de las religiones primitivas.
Me he permitido esta algo
extensa introducción a mi lectura del relato de la creación que voy a leer y
comentar, para reivindicar la profundidad y la riqueza de los textos bíblicos, ante
prejuicios muy extendidos. Muchos los minusvaloran como un cuento para niños
que puede contarle el catequista al hijo, pero que no tiene nada serio para
enseñar a los adultos, y menos a los que tienen cultura universitaria.
Retornamos así a la actualidad del mensaje de Benedicto
XVII que reivindica ante la razón irracional, la necesidad que tiene la razón,
para ser racional, de abrirse a los conocimientos que le ofrece la revelación.
Lo que SS Benedicto XVI dijo en Ratisbona, en el
Parlamento Alemán, y en tantas ocasiones, lo abrevió así para los periodistas
en el avión que lo llevaba a Portugal en mayo de 2010:
“En la situación multicultural en la que todos
estamos, se ve que una cultura europea que fuera únicamente racionalista no
tendría la dimensión religiosa trascendente, no estaría en condiciones de
entablar un diálogo con las grandes culturas de la humanidad, que tienen todas
ellas esta dimensión religiosa trascendente, que es una dimensión del ser
humano. Por tanto, pensar que hay sólo una razón pura, anti-histórica, sólo
existente en sí misma, y que ésta sería «la» razón, es un error; descubrimos
cada vez más que toca sólo una parte del hombre, expresa una cierta situación
histórica, pero no es la razón en cuanto tal. La razón, como tal, está abierta
a la trascendencia y sólo en el encuentro entre la realidad trascendente, la fe
y la razón, el hombre se encuentra a sí mismo. Por tanto, pienso que
precisamente el cometido y la misión de Europa en esta situación es encontrar
este diálogo, integrar la fe y la racionalidad moderna en una única visión
antropológica, que completa el ser humano y que hace así también comunicables
las culturas humanas. Por eso, diría que la presencia del secularismo es algo
normal, pero la separación, la contraposición entre secularismo y cultura de la
fe es anómala y debe ser superada. El gran reto de este momento es que ambos se
encuentren y, de este modo, encuentren su propia identidad. Como he dicho, ésta
es una misión de Europa y una necesidad humana de esta historia nuestra.”
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