"La voz del Señor descuaja los cedros del Líbano"
La epifanía de Dios en la tormenta
Atributo principal de Dios de Israel
Los demás atributos divinos parecerían, como dijimos antes, estar subordinados y ser tributarios de este título de Goel, que expresa la condición de pariente, de Dios, respecto de los Patriarcas y de su descendencia.
Si la fe bíblica comparte con otras religiones circunvecinas las epifanías cósmicas, telúricas y políticas de Dios, las comparte a su manera peculiarísima. Al igual que los dioses cananeos El o Baal, también el Dios bíblico es un Dios que se manifiesta en la montaña, el rayo, la tormenta, el oleaje, y los astros.
Israel comparte también, con otros cultos religiosos de los pueblos vecinos, la fe en que Dios se manifiesta en la naturaleza: en el cosmos, en la fertilidad de la tierra, el sol y las lluvias que la fecundan; o, por el contrario en las plagas de langosta, las sequías y las pestes.
Comparte, por fin, la visión del Dios-Rey, que gobierna a su pueblo y a todas las naciones, o sea las epifanías en la esfera política.
Pero, como se ve en el pensamiento religioso de los profetas, la fe de Israel toma distancia de la divinización de las esferas cósmica-telúrica, agrícola-económica y política que implicaban los mitos del Antiguo Oriente.
Como nos empeñamos aquí en subrayar, el epicentro de sus epifanías está en el orden familiar, interpersonal. El rasgo que nos parece más propio y distintivo del Dios bíblico, es ser el Dios-Pariente, el Dios cercano. Y por eso mismo tutelador, a la vez, de los vínculos familiares. Un ejemplo.
El capítulo 18 del Levítico - que forma parte del así llamado "Código de Santidad" (Lv 17-26) - estipula una pormenorizada normativa tendiente a salvaguardar la identidad de la familia israelita, distinguiéndola de la de egipcios y cananeos. La pertenencia de este pueblo a la Alianza de parentesco con el Dios-Santo, exige de él comportamientos específicos, diferenciantes e identificatorios, en la esfera de la sexualidad. A su vez, la santidad de la familia israelita se pone como condición de posibilidad de permanencia en la Tierra Prometida.
Los Tabúes
Existe a veces la impresión de que la cultura bíblica ha sido origen de tabúes sexuales. Los autores que incurren precipitadamente en este error por falta de nociones claras, piensan equivocadamente acerca del tabú. Reducen la idea de tabú a la idea de prohibición. Pero ambas nociones no son equivalentes.
No toda prohibición tiene la categoría de tabú. El tabú, - como hemos advertido al comienzo de este estudio - pertenece al orden de lo que en nuestra cultura llamamos "principios". Es decir, aquella esfera de presupuestos indiscutidos e indiscutibles, "intangibles" se les llama a veces, que no se pueden tocar sin destruir las bases del acuerdo y la convivencia, y cuya intangibilidad, por lo tanto, todos están interesados en salvaguardar.
La prohibición de tocar, subvertir, remover los principios es sin embargo de un orden totalmente distinto a los preceptos y prohibiciones positivas. Esa prohibición es en sí misma un principio: de ella deriva todo precepto y toda prohibición positiva, destinada a proteger su intangibilidad. Volviendo al caso bíblico, la Biblia no contiene tabúes sexuales, aunque contenga prohibiciones de ciertas conductas sexuales.
Esas prohibiciones no son tabúes, sino barreras protectoras de uno de los verdaderos tabúes bíblicos: la familia. Al revés de lo que algunos afirman, los tabúes bíblicos recaen sobre los vínculos familiares. Son éstos los límites infranqueables que debe respetar la sexualidad.
En la visión bíblica los vínculos familiares son realidades sacras e intocables, porque espejan un modelo ejemplar: el Dios-pariente. Pero más todavía, porque son vínculos pertenecientes a una red de relaciones de las que forma parte el Dios-pariente. No se puede hacer impura un Nosotros del que forma parte Dios mismo. Como no se puede tampoco manchar la tierra en que Él habita en medio de su pueblo.
Si el Dios bíblico no es solamente una divinidad cósmica y de la fertilidad, sino también un Dios de la historia, es precisamente porque encuentra su inserción histórica como miembro del clan patriarcal; o, más tarde, como Dios que acompaña a su pueblo y habita en medio de él, ya sea en la tienda-tabernáculo del desierto, ya sea en los santuarios locales, ya sea - después de la unificación del culto - en el templo de Jerusalén: "¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos¬?" interroga Moisés (Deut 4,7).
El Nuevo Testamento y la Iglesia Católica
Continuarán en esta misma dirección de la inhabitación y el parentesco. Dios es para Israel un Dios próximo (=Yo soy el que estoy contigo: Yahwéh, Immanu-el) porque es su Dios-prójimo. Y le es prójimo con la projimidad de un parentesco. Dios es su Goel, su Dios-Pariente por Alianza. La Alianza bíblica, cuyos efectos no se ciñen exclusivamente al individuo que la pacta sino que alcanza a su familia y a su pueblo, funda pues, siempre, un nosotros divino-humano, que abarca en un solo nosotros a Dios, al pactante y a su colectividad humana, familiar, tribal, clánica, nacional. La palabra hebrea cam significa todas esas cosas y permite comprenderlas a la luz de la estructura familiar de parentesco. Como quien comprende el todo por la célula.
Comparte, por fin, la visión del Dios-Rey, que gobierna a su pueblo y a todas las naciones, o sea las epifanías en la esfera política.
Pero, como se ve en el pensamiento religioso de los profetas, la fe de Israel toma distancia de la divinización de las esferas cósmica-telúrica, agrícola-económica y política que implicaban los mitos del Antiguo Oriente.
Como nos empeñamos aquí en subrayar, el epicentro de sus epifanías está en el orden familiar, interpersonal. El rasgo que nos parece más propio y distintivo del Dios bíblico, es ser el Dios-Pariente, el Dios cercano. Y por eso mismo tutelador, a la vez, de los vínculos familiares. Un ejemplo.
El capítulo 18 del Levítico - que forma parte del así llamado "Código de Santidad" (Lv 17-26) - estipula una pormenorizada normativa tendiente a salvaguardar la identidad de la familia israelita, distinguiéndola de la de egipcios y cananeos. La pertenencia de este pueblo a la Alianza de parentesco con el Dios-Santo, exige de él comportamientos específicos, diferenciantes e identificatorios, en la esfera de la sexualidad. A su vez, la santidad de la familia israelita se pone como condición de posibilidad de permanencia en la Tierra Prometida.
Los Tabúes
Existe a veces la impresión de que la cultura bíblica ha sido origen de tabúes sexuales. Los autores que incurren precipitadamente en este error por falta de nociones claras, piensan equivocadamente acerca del tabú. Reducen la idea de tabú a la idea de prohibición. Pero ambas nociones no son equivalentes.
No toda prohibición tiene la categoría de tabú. El tabú, - como hemos advertido al comienzo de este estudio - pertenece al orden de lo que en nuestra cultura llamamos "principios". Es decir, aquella esfera de presupuestos indiscutidos e indiscutibles, "intangibles" se les llama a veces, que no se pueden tocar sin destruir las bases del acuerdo y la convivencia, y cuya intangibilidad, por lo tanto, todos están interesados en salvaguardar.
La prohibición de tocar, subvertir, remover los principios es sin embargo de un orden totalmente distinto a los preceptos y prohibiciones positivas. Esa prohibición es en sí misma un principio: de ella deriva todo precepto y toda prohibición positiva, destinada a proteger su intangibilidad. Volviendo al caso bíblico, la Biblia no contiene tabúes sexuales, aunque contenga prohibiciones de ciertas conductas sexuales.
Esas prohibiciones no son tabúes, sino barreras protectoras de uno de los verdaderos tabúes bíblicos: la familia. Al revés de lo que algunos afirman, los tabúes bíblicos recaen sobre los vínculos familiares. Son éstos los límites infranqueables que debe respetar la sexualidad.
En la visión bíblica los vínculos familiares son realidades sacras e intocables, porque espejan un modelo ejemplar: el Dios-pariente. Pero más todavía, porque son vínculos pertenecientes a una red de relaciones de las que forma parte el Dios-pariente. No se puede hacer impura un Nosotros del que forma parte Dios mismo. Como no se puede tampoco manchar la tierra en que Él habita en medio de su pueblo.
Si el Dios bíblico no es solamente una divinidad cósmica y de la fertilidad, sino también un Dios de la historia, es precisamente porque encuentra su inserción histórica como miembro del clan patriarcal; o, más tarde, como Dios que acompaña a su pueblo y habita en medio de él, ya sea en la tienda-tabernáculo del desierto, ya sea en los santuarios locales, ya sea - después de la unificación del culto - en el templo de Jerusalén: "¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos¬?" interroga Moisés (Deut 4,7).
El Nuevo Testamento y la Iglesia Católica
Continuarán en esta misma dirección de la inhabitación y el parentesco. Dios es para Israel un Dios próximo (=Yo soy el que estoy contigo: Yahwéh, Immanu-el) porque es su Dios-prójimo. Y le es prójimo con la projimidad de un parentesco. Dios es su Goel, su Dios-Pariente por Alianza. La Alianza bíblica, cuyos efectos no se ciñen exclusivamente al individuo que la pacta sino que alcanza a su familia y a su pueblo, funda pues, siempre, un nosotros divino-humano, que abarca en un solo nosotros a Dios, al pactante y a su colectividad humana, familiar, tribal, clánica, nacional. La palabra hebrea cam significa todas esas cosas y permite comprenderlas a la luz de la estructura familiar de parentesco. Como quien comprende el todo por la célula.
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