A raíz de la entrada de fecha 17 de enero en este Blog, que trata sobre la historicidad o no historicidad del relato del diluvio, se ha suscitado en algunos visitantes un cierto malentendido acerca de la afirmación del Magisterio de la Iglesia que llama "género histórico" a los relatos bíblicos contenidos en los capítulos 1 al 11 del libro del Génesis.
El malentendido se debe en primer lugar a que no se comprende que un género pueda llamarse “género histórico” y al mismo tiempo contener una narración “no histórica”, en el sentido que dan a esta palabra las ciencias históricas modernas y grecolatinas.
De modo que el género es histórico pero los hechos narrados no lo son. Son narraciones populares trasmitidas por tradición cuya pretensión no es afirmar "sucedidos" sino expresar verdades en un género afin a las parábolas.
La Sagrada Escritura conoce narraciones sapienciales afines a las parábolas, que vehiculan un sentido real, objetivo y revelatorio y son por eso considerados “género histórico” aunque contengan narraciones “no históricas”.
El pequeño libro de Jonás, por ejemplo, podría ubicarse entre estas narraciones sapienciales “no históricas” (en sentido moderno)
pero verídicas (en sentido bíblico).
A los efectos de tratar de disipar estas confusiones, me ha parecido conveniente presentar lo que enseñaron a este propósito los papas Pío XII y Juan Pablo II.
1) Pío XII, mediante dos documentos: una carta de la Pontificia Comisión Bíblica al Cardenal de París en 1948; y dos años después en la Encíclica Humani Generis (1950).
2) Juan Pablo II en la catequesis de la audiencia pública del miércoles 19 de septiembre de 1979
A los efectos de tratar de disipar estas confusiones, me ha parecido conveniente presentar lo que enseñaron a este propósito los papas Pío XII y Juan Pablo II.
1) Pío XII, mediante dos documentos: una carta de la Pontificia Comisión Bíblica al Cardenal de París en 1948; y dos años después en la Encíclica Humani Generis (1950).
2) Juan Pablo II en la catequesis de la audiencia pública del miércoles 19 de septiembre de 1979
sobre el relato del capítulo 2 del Génesis donde explicita en qué sentido y bajo qué condiciones se podría llamar “mítico” al relato popular allí recogido y en qué sentido ese relato tiene validez objetiva y merece el nombre de “género histórico” de contenido parabólico (por avanzar una calificación provisoria).
Ofrezco aquí reunidos y comento brevemente el contenido de esos tres textos del magisterio que son:
1) Carta de la Comisión Bíblica al Cardenal de París
2) Encíclica Humani Generis Nº 31 y ss.
3) Catequesis sobre Génesis 2, del 19-09-1079 y en especial la nota sobre el concepto de mito.
1948 La Carta del Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica al Cardenal de París Emmanuel Célestin Suhard:
En ella se afirma que los relatos de Génesis 1-11:
“cuentan en lenguaje sencillo y figurado, adaptado a las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, las verdades fundamentales presupuestas a la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo escogido…”
En esta Carta del Secretario de la Comisión Bíblica al Cardenal Suhard, arzobispo de París, fecha a 16 de enero de 1948, dicha comisión se expidió sobre varios temas sometidos a consulta y en particular del que aquí me ocupo:
“El Padre Santo se ha dignado confiar al examen de la Pontificia Comisión Bíblica, dos cuestiones que fueron recientemente sometidas a Su Santidad acerca de las fuentes del Pentateuco y de la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos cuestiones, con sus considerandos y votos, han sido objeto del más atento estudio por parte de los Rvmos. Consultores y de los Eminentísimos Cardenales, miembros de dicha Comisión. Como resultado de sus deliberaciones, Su Santidad se ha dignado aprobar la respuesta siguiente en la audiencia concedida al que suscribe con fecha de 16 de enero de 1948”.
Omito el dictamen relativo al primero punto y me limito al tema que trato aquí que es el de la historicidad del Génesis. Acerca de este asunto, la Comisión dictaminó lo siguiente:
“La cuestión de las formas literarias de los once primeros capítulos del Génesis es mucho más oscura y compleja [que la de las fuentes del Pentateuco y la autenticidad mosaica del mismo]. Estas formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No puede consiguientemente negarse ni afirmarse en bloque la historicidad de estos capítulos sin aplicarles indebidamente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Si se admite que en estos capítulos no se encuentra historia en el sentido clásico y moderno, hay que confesar también que los datos científicos actuales no permiten dar una solución positiva a todos los problemas que plantea... Declarar a priori que sus relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, dejaría fácilmente entender que no la contienen en ningún sentido, cuando en realidad cuentan en lenguaje sencillo y figurado, adaptado a las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, las verdades fundamentales presupuestas a la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo escogido...” [Acta Apostolicae Sedis 40 (1948) 45 s y Denzinger 3864 ]
[Sobre el Cardenal Suhard véase: http://en.wikipedia.org/wiki/Emmanuel_C%C3%A9lestin_Suhard ]
1950 Pío XII la Encíclica Humani Generis
El Papa Pío XII precisó más, dos años después de esta carta, en la Encíclica Humani Generis 32, el alcance de las afirmaciones Comisión Bíblica sobre el carácter de los relatos populares asumidos por los hagiógrafos, aunque evitando usar la palabra “mito” que, en ese momento se habría prestado para convalidar afirmaciones arriesgadas de algunos docentes audaces, que el Papa estaba empeñado en ahorrarle a los oídos de los fieles de aquella época.
Escribe así S. S. Pío XII en la Humani Generis:
“Mas si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones populares —lo cual puede ciertamente concederse—, nunca ha de olvidarse que ellos obraron así ayudados por la divina inspiración, la cual los hacía inmunes de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos. Por lo tanto, las narraciones populares incluidas en la Sagrada Escritura, en modo alguno pueden compararse con las mitologías u otras narraciones semejantes, las cuales más bien proceden de una encendida imaginación que de aquel amor a la verdad y a la sencillez que tanto resplandece en los libros Sagrados, aun en los del Antiguo Testamento, hasta el punto de que nuestros hagiógrafos deben ser tenidos en este punto como claramente superiores a los escritores profanos” (32).
S. S. Pío XII enfatiza las grandes diferencias cualitativas de contenido que separan los “relatos míticos” de las religiones vecinas del pueblo bíblico de las “tradiciones o narraciones populares” que adoptaron o crearon los antiguos hagiógrafos.
1979 Catequesis de Juan Pablo II
En lo que va de 1950 a 1979, se fueron despejando los peligros que hubiera implicado referirse a los relatos bíblicos como pertenecientes a un género mítico, dado los progresos en la comprensión del valor de este género narrativo para expresar verdades de orden antropológico y filosóficos.
Eso explica que S. S. Juan Pablo II se ocupara más detenidamente del rol que puede ocupar un relato de género mítico de carácter inspirado y creado por el hagiógrafo bajo inspiración divina para expresar verdades reveladas de naturaleza histórica, o más exactamente protohistóricas en los relatos contenidos en Génesis 1-11, tocantes a los orígenes de la Humanidad.
También S. S. Juan Pablo II emplea el término “mito” con cierta cautela y dedicándole una larga nota explicativa en la que se descartan los sentidos del término que no se podrían aplicar al texto bíblico.
En realidad, el magisterio pontificio parece avanzar una explicación de las “tradiciones o narraciones populares” en la dirección del género de los “meshalim”, o sea relatos sapienciales afines a las parábolas, en las que el mismo Señor Jesucristo reveló misterios objetivos volcándolos en moldes narrativos.
Aunque haya una cierta afinidad entre el género de la protohistoria bíblica y la de los paralelos míticos del Antiguo Oriente, el Magisterio le reserva una originalidad proveniente de su origen inspirado.
Veamos el texto principal de Juan Pablo II en la catequesis del 19 de setiembre de 1979 y de las dos notas adjuntas al término “mito” allí empleado.
Así enseñó en dicha catequesis el Papa Juan Pablo II:
“El segundo relato de la creación del hombre (vinculado a la presentación tanto de la inocencia y felicidad originales, como a la primera caída) tiene un carácter diverso por su naturaleza. Aún no queriendo anticipar los detalles de esta narración —porque nos convendrá retornar a ellos en análisis ulteriores— debemos constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos sorprende con su profundidad típica, distinta de la del primer capítulo del Génesis. Se puede decir que es una profundidad de naturaleza sobre todo subjetiva y, por lo tanto, en cierto sentido, sicológica. El capítulo 2 del Génesis constituye, en cierto modo, la más antigua descripción registrada de la autocomprensión del hombre y, junto con el capítulo 3, es el primer testimonio de la conciencia humana. Con una reflexión profunda sobre este texto a través de toda la forma arcaica de la narración, que manifiesta su primitivo carácter mítico [1] ([*]) encontramos allí "in núcleo" casi todos los elementos del análisis del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna y sobre todo la contemporánea. Se podría decir que el Génesis 2 presenta la creación del hombre especialmente en el aspecto de la subjetividad. Confrontando a la vez ambos relatos, llegamos a la convicción de que esta subjetividad corresponde a la realidad objetiva del hombre creado "a imagen de Dios". E incluso este hecho es —de otro modo— importante para la teología del cuerpo, como veremos en los análisis siguientes.”
En la nota [1] el Papa recorre los diversos avances en la comprensión de la naturaleza gnoseológica del género mito que han tenido lugar en los estudios filosóficos y de historia de las religiones. A esta nota le agrega, mediante un asterisco [*], otra nota en que resume el estudio de Paul Ricoeur que cita en francés pero yo he traducido para el visitante que no conozca esa lengua.
Copio aquí primero el texto de la nota [1]:
“[1] Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término "mito" indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito.
L. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento del conocimiento religioso; para C. G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del "inconsciente colectivo", símbolo de los procesos interiores.
M. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr. Traité d'histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images et symboles, París 1952, págs. 199-235).
Según P. Tillich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el acto religioso.
H. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre igual.
Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.”
Hasta aquí la nota [1] que finaliza con una frase aplicable a los “meshalim” o relatos parabólicos: “finalmente el mito tiende a conocer lo que es incongnoscible”.
Veamos ahora la otra nota en la que Juan Pablo II resume el pensamiento de Paul Ricoeur sobre el mito:
[*]Según P. Ricoeur: "El mito es no pretende ser una explicación del mundo, de la historia y del destino. El mito expresa en términos de mundo, más aún, de ultra-mundo o segundo-mundo, la comprensión que el hombre logra de sí mismo por su relación al fundamento y al límite de su existencia. (...) expresa, en un lenguaje objetivo, el sentido que el hombre logra de su dependencia respecto de aquéllo que está situado en los límites y los orígenes del mundo (P. Ricoeur. Le Conflict des interprétations, París [Seuil] 1969, pág. 383).
"El mito adámico es el mito antropológico por excelencia. Adam significa Hombre, pero no todo mito del hombre primordial es ‘mito adámico’, que (…) es el único [mito] propiamente antropológico, caracterizado por tres rasgos:
— el mito adámico es etiológico y narra el origen del mal remitiéndolo a un ancestro de la humanidad actual cuya condición es homogénea con la nuestra (...)
— El mito etiológico adámico es el intento más extremo de desdoblar el origen del mal y del bien. La intención de este mito es dar consistencia a un origen radical del mal distinto del origen último del ‘ser-bueno’ de las cosas (...) Esta distinción entre lo radical y originario es esencial al carácter antropológico del mito adámico. Es esta distinción la que hace del hombre un comienzo del mal en el seno de la creación, la cual ya tenía un comienzo absoluto (anterior al hombre) en el acto creador de Dios.
— El mito adámico le subordina a la figura central del hombre primordial, otras figuras que tienden a descentrar el relato, sin suprimir sin embargo el primado de la figura adámica (...) El mito, nombrando a Adán, el Hombre, explicita la universalidad concreta del mal humano; el espíritu de penitencia se da a sí mismo en el mito adámico el símbolo de esta universalidad. Reencontramos así (...) la función universal del mito. Pero, al mismo tiempo, reencontramos las otras dos funciones, también suscitadas por la experiencia penitencial (...).
El mito proto-histórico sirvió así no solamente a generalizar la experiencia de Israel para la humanidad de todos los tiempos y de todos los lugares, sino a extender esta experiencia a la gran tensión de la condenación y de la misericordia que los profetas habían enseñado a discernir en el propio destino de Israel.
Y por fin, una última función del mito, motivada en la fe de Israel: el mito prepara la especulación al explorar el punto de ruptura entre lo ontológico y lo histórico". (P. Ricoeur, Finitude et culpabilité: II. Symbolique du mal, París 1960 [Aubier], págs. 218-227).
Ofrezco aquí reunidos y comento brevemente el contenido de esos tres textos del magisterio que son:
1) Carta de la Comisión Bíblica al Cardenal de París
2) Encíclica Humani Generis Nº 31 y ss.
3) Catequesis sobre Génesis 2, del 19-09-1079 y en especial la nota sobre el concepto de mito.
1948 La Carta del Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica al Cardenal de París Emmanuel Célestin Suhard:
En ella se afirma que los relatos de Génesis 1-11:
“cuentan en lenguaje sencillo y figurado, adaptado a las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, las verdades fundamentales presupuestas a la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo escogido…”
En esta Carta del Secretario de la Comisión Bíblica al Cardenal Suhard, arzobispo de París, fecha a 16 de enero de 1948, dicha comisión se expidió sobre varios temas sometidos a consulta y en particular del que aquí me ocupo:
“El Padre Santo se ha dignado confiar al examen de la Pontificia Comisión Bíblica, dos cuestiones que fueron recientemente sometidas a Su Santidad acerca de las fuentes del Pentateuco y de la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos cuestiones, con sus considerandos y votos, han sido objeto del más atento estudio por parte de los Rvmos. Consultores y de los Eminentísimos Cardenales, miembros de dicha Comisión. Como resultado de sus deliberaciones, Su Santidad se ha dignado aprobar la respuesta siguiente en la audiencia concedida al que suscribe con fecha de 16 de enero de 1948”.
Omito el dictamen relativo al primero punto y me limito al tema que trato aquí que es el de la historicidad del Génesis. Acerca de este asunto, la Comisión dictaminó lo siguiente:
“La cuestión de las formas literarias de los once primeros capítulos del Génesis es mucho más oscura y compleja [que la de las fuentes del Pentateuco y la autenticidad mosaica del mismo]. Estas formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No puede consiguientemente negarse ni afirmarse en bloque la historicidad de estos capítulos sin aplicarles indebidamente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Si se admite que en estos capítulos no se encuentra historia en el sentido clásico y moderno, hay que confesar también que los datos científicos actuales no permiten dar una solución positiva a todos los problemas que plantea... Declarar a priori que sus relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, dejaría fácilmente entender que no la contienen en ningún sentido, cuando en realidad cuentan en lenguaje sencillo y figurado, adaptado a las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, las verdades fundamentales presupuestas a la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo escogido...” [Acta Apostolicae Sedis 40 (1948) 45 s y Denzinger 3864 ]
[Sobre el Cardenal Suhard véase: http://en.wikipedia.org/wiki/Emmanuel_C%C3%A9lestin_Suhard ]
1950 Pío XII la Encíclica Humani Generis
El Papa Pío XII precisó más, dos años después de esta carta, en la Encíclica Humani Generis 32, el alcance de las afirmaciones Comisión Bíblica sobre el carácter de los relatos populares asumidos por los hagiógrafos, aunque evitando usar la palabra “mito” que, en ese momento se habría prestado para convalidar afirmaciones arriesgadas de algunos docentes audaces, que el Papa estaba empeñado en ahorrarle a los oídos de los fieles de aquella época.
Escribe así S. S. Pío XII en la Humani Generis:
“Mas si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones populares —lo cual puede ciertamente concederse—, nunca ha de olvidarse que ellos obraron así ayudados por la divina inspiración, la cual los hacía inmunes de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos. Por lo tanto, las narraciones populares incluidas en la Sagrada Escritura, en modo alguno pueden compararse con las mitologías u otras narraciones semejantes, las cuales más bien proceden de una encendida imaginación que de aquel amor a la verdad y a la sencillez que tanto resplandece en los libros Sagrados, aun en los del Antiguo Testamento, hasta el punto de que nuestros hagiógrafos deben ser tenidos en este punto como claramente superiores a los escritores profanos” (32).
S. S. Pío XII enfatiza las grandes diferencias cualitativas de contenido que separan los “relatos míticos” de las religiones vecinas del pueblo bíblico de las “tradiciones o narraciones populares” que adoptaron o crearon los antiguos hagiógrafos.
1979 Catequesis de Juan Pablo II
En lo que va de 1950 a 1979, se fueron despejando los peligros que hubiera implicado referirse a los relatos bíblicos como pertenecientes a un género mítico, dado los progresos en la comprensión del valor de este género narrativo para expresar verdades de orden antropológico y filosóficos.
Eso explica que S. S. Juan Pablo II se ocupara más detenidamente del rol que puede ocupar un relato de género mítico de carácter inspirado y creado por el hagiógrafo bajo inspiración divina para expresar verdades reveladas de naturaleza histórica, o más exactamente protohistóricas en los relatos contenidos en Génesis 1-11, tocantes a los orígenes de la Humanidad.
También S. S. Juan Pablo II emplea el término “mito” con cierta cautela y dedicándole una larga nota explicativa en la que se descartan los sentidos del término que no se podrían aplicar al texto bíblico.
En realidad, el magisterio pontificio parece avanzar una explicación de las “tradiciones o narraciones populares” en la dirección del género de los “meshalim”, o sea relatos sapienciales afines a las parábolas, en las que el mismo Señor Jesucristo reveló misterios objetivos volcándolos en moldes narrativos.
Aunque haya una cierta afinidad entre el género de la protohistoria bíblica y la de los paralelos míticos del Antiguo Oriente, el Magisterio le reserva una originalidad proveniente de su origen inspirado.
Veamos el texto principal de Juan Pablo II en la catequesis del 19 de setiembre de 1979 y de las dos notas adjuntas al término “mito” allí empleado.
Así enseñó en dicha catequesis el Papa Juan Pablo II:
“El segundo relato de la creación del hombre (vinculado a la presentación tanto de la inocencia y felicidad originales, como a la primera caída) tiene un carácter diverso por su naturaleza. Aún no queriendo anticipar los detalles de esta narración —porque nos convendrá retornar a ellos en análisis ulteriores— debemos constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos sorprende con su profundidad típica, distinta de la del primer capítulo del Génesis. Se puede decir que es una profundidad de naturaleza sobre todo subjetiva y, por lo tanto, en cierto sentido, sicológica. El capítulo 2 del Génesis constituye, en cierto modo, la más antigua descripción registrada de la autocomprensión del hombre y, junto con el capítulo 3, es el primer testimonio de la conciencia humana. Con una reflexión profunda sobre este texto a través de toda la forma arcaica de la narración, que manifiesta su primitivo carácter mítico [1] ([*]) encontramos allí "in núcleo" casi todos los elementos del análisis del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna y sobre todo la contemporánea. Se podría decir que el Génesis 2 presenta la creación del hombre especialmente en el aspecto de la subjetividad. Confrontando a la vez ambos relatos, llegamos a la convicción de que esta subjetividad corresponde a la realidad objetiva del hombre creado "a imagen de Dios". E incluso este hecho es —de otro modo— importante para la teología del cuerpo, como veremos en los análisis siguientes.”
En la nota [1] el Papa recorre los diversos avances en la comprensión de la naturaleza gnoseológica del género mito que han tenido lugar en los estudios filosóficos y de historia de las religiones. A esta nota le agrega, mediante un asterisco [*], otra nota en que resume el estudio de Paul Ricoeur que cita en francés pero yo he traducido para el visitante que no conozca esa lengua.
Copio aquí primero el texto de la nota [1]:
“[1] Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término "mito" indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito.
L. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento del conocimiento religioso; para C. G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del "inconsciente colectivo", símbolo de los procesos interiores.
M. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr. Traité d'histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images et symboles, París 1952, págs. 199-235).
Según P. Tillich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el acto religioso.
H. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre igual.
Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.”
Hasta aquí la nota [1] que finaliza con una frase aplicable a los “meshalim” o relatos parabólicos: “finalmente el mito tiende a conocer lo que es incongnoscible”.
Veamos ahora la otra nota en la que Juan Pablo II resume el pensamiento de Paul Ricoeur sobre el mito:
[*]Según P. Ricoeur: "El mito es no pretende ser una explicación del mundo, de la historia y del destino. El mito expresa en términos de mundo, más aún, de ultra-mundo o segundo-mundo, la comprensión que el hombre logra de sí mismo por su relación al fundamento y al límite de su existencia. (...) expresa, en un lenguaje objetivo, el sentido que el hombre logra de su dependencia respecto de aquéllo que está situado en los límites y los orígenes del mundo (P. Ricoeur. Le Conflict des interprétations, París [Seuil] 1969, pág. 383).
"El mito adámico es el mito antropológico por excelencia. Adam significa Hombre, pero no todo mito del hombre primordial es ‘mito adámico’, que (…) es el único [mito] propiamente antropológico, caracterizado por tres rasgos:
— el mito adámico es etiológico y narra el origen del mal remitiéndolo a un ancestro de la humanidad actual cuya condición es homogénea con la nuestra (...)
— El mito etiológico adámico es el intento más extremo de desdoblar el origen del mal y del bien. La intención de este mito es dar consistencia a un origen radical del mal distinto del origen último del ‘ser-bueno’ de las cosas (...) Esta distinción entre lo radical y originario es esencial al carácter antropológico del mito adámico. Es esta distinción la que hace del hombre un comienzo del mal en el seno de la creación, la cual ya tenía un comienzo absoluto (anterior al hombre) en el acto creador de Dios.
— El mito adámico le subordina a la figura central del hombre primordial, otras figuras que tienden a descentrar el relato, sin suprimir sin embargo el primado de la figura adámica (...) El mito, nombrando a Adán, el Hombre, explicita la universalidad concreta del mal humano; el espíritu de penitencia se da a sí mismo en el mito adámico el símbolo de esta universalidad. Reencontramos así (...) la función universal del mito. Pero, al mismo tiempo, reencontramos las otras dos funciones, también suscitadas por la experiencia penitencial (...).
El mito proto-histórico sirvió así no solamente a generalizar la experiencia de Israel para la humanidad de todos los tiempos y de todos los lugares, sino a extender esta experiencia a la gran tensión de la condenación y de la misericordia que los profetas habían enseñado a discernir en el propio destino de Israel.
Y por fin, una última función del mito, motivada en la fe de Israel: el mito prepara la especulación al explorar el punto de ruptura entre lo ontológico y lo histórico". (P. Ricoeur, Finitude et culpabilité: II. Symbolique du mal, París 1960 [Aubier], págs. 218-227).
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