A los hijos de una época como la nuestra, dominada por los prejuicios antirreligiosos de la Ilustración militante, herederos de siglos de polémica racionalista y positivista antievangélica, imbuidos de prejuicios histórico-críticos tanto más peligrosos cuanto inconscientes, nos resulta difícil comprender a Lucas. ¿Cómo es posible que este médico heredero de una formación científica de alto nivel, y que se propone precisamente certificar a Teófilo de la firmeza de la doctrina recibida, lo confronte de entrada con el evangelio de la infancia, cuajado de hechos milagrosos como la concepción milagrosa de la anciana Isabel y la concepción virginal de María?
¿Por qué motivo no calló Lucas estos hechos tan escandalosos para una razón naturalista y positivista? ¿Por qué, puesto que sigue tan escrupulosamente a Marcos, no se conformó con silenciar esos misterios de la infancia, que sólo podían chocar a sus oyentes? Su modelo marcano lo hubiera autorizado a ello y habría facilitado la adhesión al cristianismo de muchos gentiles, sobre todo los más ilustrados, evitándolos un escollo y un escándalo en su adhesión de fe.
Pero Lucas no sólo no silenció los milagros de la concepción del Bautista y de Jesús, sino que los subrayó, superando incluso la audacia de Mateo.
Y no hizo esto sólo con los milagros relativos al evangelio de la infancia. A la lista de milagros evangélicos, ya de suyo bastante escandalosa para los ilustrados de la época, se permitió agregar milagros como el de la reanimación del hijo de la viuda de Naím (Lucas 7,11-17), que sólo él narra entre todos los evangelistas, y como la resurrección de Eutico (Hechos 20,7-9).
Lucas no era ni un crédulo, ni un supersticioso, Era además bien consciente de que no podía sino chocar con esos relatos a un mundo capaz de tomar distancia crítica, y que estaba “de vuelta” de los mitos y las fábulas. Basta leer e Credo del pagano Plinio o recordar el episodio antes citado del Areópago, para persuadirse de que no podía hacerse ilusiones acerca del rechazo que necesariamente debía suscitar con estos relatos.
Para Plinio es vana fatiga que el hombre busque saber algo de Dios [Hist Nat., Lib. II, cap. IV: “Quapropter effigien Dei, formanmque quarere, imbecilllitatis humanae reor]. Todos sus esfuerzos han llevado al ser humano a caer en creencias ridículas: divinizar las virtudes, pero lo que es peor, también las pasiones y necesidades. Lo sensato –dice Plinio- es decir que Dios es “que un mortal ayude al otro” (Deus est mortali juvare mortalem) puesto que es ridículo pensar que Dios se inmiscuya en los asuntos humanos (Irridendum vero, agere curam rerum humanarum). De ahí que sea divino el Emperador, máximo bienhechor de los hombres y providente gobernador del mundo (maximus omnis aevi rector Vespasianus Augustus). La fe en una providencia divina es simplemente, en último término, el nombre que damos al poder de la Naturaleza (haud dubie Naturae potentia, idque esse, quod Deum vocamus).
Plinio fustiga también las creencias supersticiosas acerca del origen de la Ciencia médica.
“El origen de la medicina se atribuyó a los dioses, para hacerla provenir de los cielos: por esto aún hoy se sigue rezando a favor de los enfermos y consultando oráculos. Luego se pensó en prestigiarla y darle brillo con una patraña, fingiendo que Esclapio había sido herido por un rayo por haber resucitado a Tíndaro” (Hist. Nat. Lib. XXIX, cap. I)
Sin embargo el médico Lucas, no sólo no se creyó dispensado de relatarlos, sino que consideró oportuno hacerlo para fundar la fe de Teófilo sobre un fundamento cierto.
Por formación médica estaba al tanto de los conocimientos acerca de la anatomía y la fisiología de la generación humana y pudo conocer las observaciones sobre embriología de Aristóteles.
Aristóteles, nos ha dejado descripciones, válidas hasta hoy, del desarrollo del embrión de las aves y comparaciones con el desarrollo del embrión de los vivíparos, notando las semejanzas de las primeras etapas.
El tema de la reproducción en los animales, lo desarrolló Aristóteles sobre todo en el libro De Animalibus Historiae.
LOCY, ofrece una elogiosa reseña de sus conocimientos de embriología, contenidos también en sus libros De partibus Animalium y De generatione animalium [O.c.pp.29ss*.
Este autor, cita autores modernos como Lewes y Lones en cuya opinión, el De Generatione de Aristóteles es una obra maestra, no igualada en la Antigüedad y que supera a algunas modernas por sus análisis a la vez detallados y completos y por sus intuiciones especulativas.
Estas obras antiguas han sido desprestigiadas por una burlona selección de sus errores y el silencio sobre sus conquistas. Un solo ejemplo: Aristóteles describió la quasi-placenta en los cetáceos. Nombra 500 especies de animales sin contar las más comunes y conocidas. Esto da una idea de la extensión de sus observaciones.
Sólo caben tres posibilidades:
1) Lucas fue un crédulo. Lo cual nos parece precisamente descartable por su formación médica).
2) Lucas quiso aprovecharse de la credulidad de clases ignorantes. Esta hipótesis parece también descartable. Un médico de la época no necesitaba, si era un hábil estafador, inscribirse en una secta religiosa como la cristiana, para medrar consiguiendo honores y dinero. Si ese era el móvil de Lucas, no habría elegido la causa de gente perseguida a muerte, ni se habría expuesto a los peligros a los que se expuso, permaneciendo fiel a Pablo hasta en su última prisión y condena a muerte. Esa no es una conducta lógica para un charlatán que busca su propio provecho y medrar con fábulas.
3) Lucas estuvo convencido de que lo que relataban eran realmente hechos, ante los cuales debían ceder los preconceptos de cualquier orden. Y ésta parece la única explicación coherente.
Su honestidad intelectual le impidió – como Pablo—silenciar los hechos salvíficos, porque estaba convencido de que la salvación venía precisamente a través de ellos, y de la fe en ellos.
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