“Estimado Padre: La consulta que quiero hacer no tiene que ver con el presente artículo, pero como no he encontrado alguna dirección de mail, le pregunto por acá. A partir de las afirmaciones de ciertos exégetas modernistas, he caído en una gran confusión con el tema del pecado original. Quisiera saber qué elementos del Génesis son directos y qué elementos son figurados o metafóricos, y cuáles son las fuentes de la Tradición en las que podemos apoyarnos para fundamentar este tema. Por ejemplo, ¿existe alguna pronunciación del Magisterio acerca de la existencia real de la pareja primordial? ¿Cuáles son las consecuencias inmediatas de negar la existencia de ella? Agradecería mucho que me ilumine en este tema En Cristo y María”
Estimado Miguelito:
Tengo que responderte largamente, porque tu pregunta lo exige. Pero ni aún así, mi larga respuesta te exime de un esfuerzo de estudio que tendrás que hacer para sacarte el anzuelo de la duda que me parece que mordiste. En fin. Te encomiendo.
Ahí va lo que puedo responderte, por ahora, estando con un pie en el estribo para irme...
Acerca de los modernistas
Los modernistas niegan el pecado original, porque niegan que haya habido una revelación histórica de Dios. Ellos proponen que la verdadera revelación de Dios se da en la experiencia interior del hombre, en sus sentimientos, etc. Para ellos: “La revelación no ha podido ser otra cosa más que la conciencia que el hombre adquiere de su relación con Dios”.
Permítame que le diga fraternalmente y en toda humildad, que es una falta de prudencia y una temeridad, leer a esos autores y sus obras sin la debida preparación para detectar sus errores y responderlos. ¡La fe, es una gracia, un don! ¡Y si nos exponemos temerariamente a los maestros de la duda, la podemos perder! No podemos arriesgarnos temerariamente a perderla. Por eso le recomiendo que antes de leer autores que lo confunden, se forme primero sólidamente en su fe. Para una exposición de los errores modernistas lea la Encíclica “Pascendi” de San Pío X y su decreto “Lamentabili”.
DE LA DOCTRINA DEL MONOGENISMO
Del monogenismo en los primeros capítulos del Génesis, se ocupó el Papa Pío XII en su Encíclica Humani Generis que trata “sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la Doctrina Católica. El Papa defiende en esa Encíclica los datos de la Sagrada Escritura que contienen la revelación de Dios, contra las impugnaciones que vienen del racionalismo o de impugnaciones en nombre de la ciencia.
En los números 30 y 31 se lee: “30. los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protopariente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un solo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio [12]. 31. Y como en las ciencias biológicas y antropológicas, también en las históricas algunos traspasan audazmente los límites y las cautelas que la Iglesia ha establecido. De un modo particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros del Antiguo Testamento.”
Aunque no tengo las referencias bibliográficas, he oído que los nuevos adelantos en el conocimiento del Genoma Humano y del ADN, vienen a fortalecer la revelación bíblica, acerca del monogenismo. Eso tendrá que buscarlo Usted, porque no tengo tiempo de recabar esa información ahora.
SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS Y SU SENTIDO LITERAL
El Papa Pío XII también se ocupó de la interpretación de las Sagradas Escrituras y de su sentido literal en su Encíclica Divino Afflante Spiritu, que cito en este blog en una de las primeras entradas (21 diciembre 2008) y Usted podrá consultar allí. Pero le aconsejo que estudie esa Encíclica que da las pautas sobre cómo interpretar las Sagradas Escrituras.
Esa doctrina y la de sus predecesores, fue retomada y sintetizada genialmente en la Constitución DEI VERBUM del Concilio Vaticano II, que le aconsejo estudiar también. Lea especialmente el número 12 que resume las pautas de una recta interpretación bíblica. Esta Constitución fue ignorada por muchos incluso dentro del mundo académico, teológico y exegético, del catolicismo. Benedicto XVI lo aplica en su obra Jesús de Nazareth.
Me he ocupado en las primeras entradas de Toma y Lee de cómo se ha de interpretar rectamente las Sagradas Escrituras y de una ¡entre tantas! interpretación que confunde a los fieles sirviéndoles sentido acomodado no bíblico ni divinamente inspirado, como si fuera equivalente al sentido literal inspirado y divino. Pero Anselm Grün no es el único. “Vendrán muchos diciendo yo soy”. Así que, dice Jesús, ¡Cuídense!.
ACERCA DEL GÉNERO LITERARIO DE LOS PRIMEROS CAPÍTULOS DEL GÉNESIS
El Papa Juan Pablo II dedicó muchas catequesis a hablarnos de la revelación bíblica sobre el varón y la mujer en los primeros capítulos del Génesis. En la del 19 de setiembre de 1979, en una nota explica en qué sentido el género literario de esos primeros capítulos puede llamarse “mítico” y por qué y cómo su carácter mítico no la desacredita como fuente de revelación divina. Te copio las tres notas, porque las tres aclaran el tema:
Permítame que le diga fraternalmente y en toda humildad, que es una falta de prudencia y una temeridad, leer a esos autores y sus obras sin la debida preparación para detectar sus errores y responderlos. ¡La fe, es una gracia, un don! ¡Y si nos exponemos temerariamente a los maestros de la duda, la podemos perder! No podemos arriesgarnos temerariamente a perderla. Por eso le recomiendo que antes de leer autores que lo confunden, se forme primero sólidamente en su fe. Para una exposición de los errores modernistas lea la Encíclica “Pascendi” de San Pío X y su decreto “Lamentabili”.
DE LA DOCTRINA DEL MONOGENISMO
Del monogenismo en los primeros capítulos del Génesis, se ocupó el Papa Pío XII en su Encíclica Humani Generis que trata “sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la Doctrina Católica. El Papa defiende en esa Encíclica los datos de la Sagrada Escritura que contienen la revelación de Dios, contra las impugnaciones que vienen del racionalismo o de impugnaciones en nombre de la ciencia.
En los números 30 y 31 se lee: “30. los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protopariente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un solo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio [12]. 31. Y como en las ciencias biológicas y antropológicas, también en las históricas algunos traspasan audazmente los límites y las cautelas que la Iglesia ha establecido. De un modo particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros del Antiguo Testamento.”
Aunque no tengo las referencias bibliográficas, he oído que los nuevos adelantos en el conocimiento del Genoma Humano y del ADN, vienen a fortalecer la revelación bíblica, acerca del monogenismo. Eso tendrá que buscarlo Usted, porque no tengo tiempo de recabar esa información ahora.
SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS Y SU SENTIDO LITERAL
El Papa Pío XII también se ocupó de la interpretación de las Sagradas Escrituras y de su sentido literal en su Encíclica Divino Afflante Spiritu, que cito en este blog en una de las primeras entradas (21 diciembre 2008) y Usted podrá consultar allí. Pero le aconsejo que estudie esa Encíclica que da las pautas sobre cómo interpretar las Sagradas Escrituras.
Esa doctrina y la de sus predecesores, fue retomada y sintetizada genialmente en la Constitución DEI VERBUM del Concilio Vaticano II, que le aconsejo estudiar también. Lea especialmente el número 12 que resume las pautas de una recta interpretación bíblica. Esta Constitución fue ignorada por muchos incluso dentro del mundo académico, teológico y exegético, del catolicismo. Benedicto XVI lo aplica en su obra Jesús de Nazareth.
Me he ocupado en las primeras entradas de Toma y Lee de cómo se ha de interpretar rectamente las Sagradas Escrituras y de una ¡entre tantas! interpretación que confunde a los fieles sirviéndoles sentido acomodado no bíblico ni divinamente inspirado, como si fuera equivalente al sentido literal inspirado y divino. Pero Anselm Grün no es el único. “Vendrán muchos diciendo yo soy”. Así que, dice Jesús, ¡Cuídense!.
ACERCA DEL GÉNERO LITERARIO DE LOS PRIMEROS CAPÍTULOS DEL GÉNESIS
El Papa Juan Pablo II dedicó muchas catequesis a hablarnos de la revelación bíblica sobre el varón y la mujer en los primeros capítulos del Génesis. En la del 19 de setiembre de 1979, en una nota explica en qué sentido el género literario de esos primeros capítulos puede llamarse “mítico” y por qué y cómo su carácter mítico no la desacredita como fuente de revelación divina. Te copio las tres notas, porque las tres aclaran el tema:
Notas
[1] Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término "mito" indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito.
L. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento del conocimiento religioso; para C. G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del "inconsciente colectivo", símbolo de los procesos interiores.
M. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr. Traité d'histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images et symboles, París 1952, págs. 199-235).
Según P. Tillich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el acto religioso.
H. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre igual.
Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.
[*] Según P. Ricoeur: "Le mythe est autre chose qu'une explication du monde, de l'histoire et de la destinée: il exprime, en terme de monde, voire d'outre monde ou de second monde, la compréhension que l'homme prend de lui-même par rapport au fondement et à la limite de son existence. (...) Il exprime dans un langage objectif le sens que l'homme prend de sa dépendance à que l'homme prend de su dépendance à l'egard de cela qui se tient à la limite et à l'origine de son monde". (P. Ricoeur. Le Conflict des interprétations, París [Seuil] 1969, pág. 383).
"Le mythe adamique est par excellence le mythe anthropologique; Adam veut dire Homme; mais tout mythe de Thomme primordial' n'est pas 'mythe adamique', qui... est seul proprement anthropologique; par là trois traits sont désignés:
— le mythe étiologique rapporte l'origine du mal à un ancêtre de l'humanité actuelle dont la condition est homogène à la nôtre (...)
— Le mythe etiologique est la tentative la plus extrême pour dédoubler l'origine du mal et du bien. L'intention de ce mythe est de donner consistance à une origine radicale du mal distincte de l'origine plus originaire de lêtre-bon des choses. (...) Cette distinction du radical et d'originaire est essentielle au caractèer anthropologique du mythe adamique; c'est elle qui fait de l'hommeun commencement du mal au sein d'une création qui a déjà son commencement absolu dans l'acte créateur de Dieu.
— le mythe adamique subordonne à la figure centrale de l'homme primordial d'autres figures qui tendent à décentrer le récit, sans pourtant supprimer le primat de la figure adamique. (...) Le mythe, en nommant Adam, l'homme, explicite l'universalité concrète du mal humain; l'esprit de pénitence se donne dans le mythe adamique le symbole de cette universalité. Nous retrouvons ainsi (...) la fonction universalisante du mythe. Mais en même temps nous retrouvons les deux autres fonctions, également suscitées par l'expérience pénitentielle (...). Le mythe proto-historique servit ansi non seulement à généraliser l'experience d'Israël à l'humité de tous les temps et de tous les lieux, mais à étendre à celle-ci la grande tension de la condamnation et de la miséricorde que les prophètes avaient enseignè à discerner dans le propre destin d'Israël.
Enfin, dernière fonction du mythe, motivée dans la foi d'Israël : le mythe prépare la spéculation en explorant le point de rupture de l'ontoligique et de l'historique". (P. Ricoeur, Finitude et culpabilité: II. Symbolique du mal, París 1960 [Aubier], págs. 218-227).
[2] En cuanto a la etimología, no se excluye que el término hebreo 'is se derive de una raíz que significa "fuerza" ('is o también 'ws); en cambio, 'iisâ está unido a una serie de términos semíticos, cuyo significado oscila entre "hembra y "mujer".
La etimología propuesta por el texto bíblico es de carácter popular y sirve para subrayar la unidad del origen del hombre y de la mujer: esto parece confirmado por la asonancia de ambas palabras.
[3] "El mismo lenguaje religioso pide la transposición de las "imágenes", o mejor, "modalidades simbólicas" a "modalidades conceptuales" de expresión.
A primera vista esta transposición puede parecer un cambio puramente extrínseco (...). El lenguaje simbólico parece inadecuado para emprender el camino del concepto por un motivo que es peculiar de la cultura occidental. En esta cultura el lenguaje religioso ha estado siempre condicionado por otro lenguaje, el filosófico, que es lenguaje conceptual por excelencia. Si es verdad que un vocabulario religioso es comprendido sólo en una comunidad que lo interpreta y según una tradición de interpretación, sin embargo también es verdad que no existe tradición de interpretación que no esté "mediatizada" por alguna concepción filosófica.
He aquí que la palabra "Dios", que en los textos bíblicos recibe su significado por la convergencia de diversos modos de narración (relatos y profecías, textos de legislación y literatura sapiencial, proverbios e himnos) —vista esta convergencia, tanto como el punto de intersección, como el horizonte que se desvanece en toda y cualquier forma— debió ser absorbida en el espacio conceptual, para ser reinterpretada en los términos del Absoluto filosófico como primer motor, causa primera, Actus Essendi, ser perfecto, etc. Nuestro concepto de Dios pertenece, pues, a una onto-teología, en la que se organiza toda la constelación de las palabras-clave de la semántica teológica, pero en un marco de significados dictados por la metafísica". (Paul Ricoeur, Ermenéutica Bíblica, Brescia 1978, Morcelliana, págs. 140-141; título original: Biblical Hermeneutics. Montana 1975).
La cuestión sobre si la reducción metafísica expresa realmente el contenido que oculta en sí el lenguaje simbólico y metafórico, es un tema aparte.
EL PECADO ORIGINAL EN EL MAGISTERIO DE BENEDICTO XVI CATEQUESIS DEL 03-12-2008
El Papa actual ha abordado el tema del pecado original en su Audiencia y catequesis del 03 de diciembre de 2008:
Le copio aquí parte de esa catequesis que excusa todo comentario:
“Como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿Qué es el pecado original? ¿Qué enseña san Pablo? ¿Qué enseña la Iglesia? ¿Es sostenible también hoy esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o no?
Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible —yo diría, tangible— para todos; y un aspecto misterioso, que concierne al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo.
San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: "Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.
Como consecuencia de este poder del mal en nuestra alma, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló de una "segunda naturaleza", que se superpone a nuestra naturaleza originaria, buena. Esta "segunda naturaleza" nos presenta el mal como algo normal para el hombre. Así también la típica expresión "esto es humano" tiene un doble significado. "Esto es humano" puede querer decir: este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un hombre. Pero "esto es humano" puede también querer decir algo falso: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una segunda naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: por ejemplo, en la política todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mundo más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de que haya una liberación de la contradicción que experimentamos en nosotros mismos.
Por tanto, el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿Cómo se explica este mal? En la historia del pensamiento, prescindiendo de la fe cristiana, existe un modelo principal de explicación, con algunas variaciones. Este modelo dice: el ser mismo es contradictorio, lleva en sí tanto el bien como el mal. En la antigüedad esta idea implicaba la opinión de que existían dos principios igualmente originarios: un principio bueno y un principio malo. Este dualismo sería insuperable: los dos principios están al mismo nivel, y por ello existirá siempre, desde el origen del ser, esta contradicción. Así pues, la contradicción de nuestro ser reflejaría sólo la contrariedad de los dos principios divinos, por decirlo así.
En la versión evolucionista, atea, del mundo vuelve de un modo nuevo esa misma visión. Aunque, en esa concepción, la visión del ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la historia humana desarrollaría solamente el modelo ya presente en toda la evolución precedente. Lo que los cristianos llaman pecado original sólo sería en realidad el carácter mixto del ser, una mezcla de bien y de mal que, según esta teoría, pertenecería a la naturaleza misma del ser. En el fondo, es una visión desesperada: si es así, el mal es invencible. Al final sólo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría que pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo, está planteada sobre estas premisas, y vemos sus efectos. Este pensamiento moderno, al final, sólo puede crear tristeza y cinismo.
Así, preguntamos de nuevo: ¿Qué dice la fe, atestiguada por san Pablo? Como primer punto, la fe confirma el hecho de la competición entre ambas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el capítulo 7 de la carta a los Romanos, pero podríamos añadir el capítulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explicación, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos considerado brevemente y que nos han parecido desoladores, la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que sin embargo está rodeado por los misterios de luz. El primer misterio de luz es este: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien existir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad que abusa.
¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se lo representa con grandes imágenes, como lo hace el capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche.
Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas, incluido el monismo del evolucionismo, no pueden decir que el hombre es curable; pero si el mal procede sólo de una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el libro de la Sabiduría dice: "Las criaturas del mundo son saludables" (Sb 1, 14).
Y finalmente, como último punto, el hombre no sólo se puede curar, de hecho está curado. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente en la historia: son los santos, los grandes santos, pero también los santos humildes, los simples fieles. El río de luz que procede de Cristo está presente, es poderoso.
Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla, para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, debemos agradecer el hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: "Rorate caeli desuper". Y oramos con insistencia: Ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven a donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, agentes de paz, testigos de la verdad. ¡Ven, Señor Jesús! [Benedicto XVI 03/12/2009]
[1] Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término "mito" indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito.
L. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento del conocimiento religioso; para C. G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del "inconsciente colectivo", símbolo de los procesos interiores.
M. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr. Traité d'histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images et symboles, París 1952, págs. 199-235).
Según P. Tillich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el acto religioso.
H. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre igual.
Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.
[*] Según P. Ricoeur: "Le mythe est autre chose qu'une explication du monde, de l'histoire et de la destinée: il exprime, en terme de monde, voire d'outre monde ou de second monde, la compréhension que l'homme prend de lui-même par rapport au fondement et à la limite de son existence. (...) Il exprime dans un langage objectif le sens que l'homme prend de sa dépendance à que l'homme prend de su dépendance à l'egard de cela qui se tient à la limite et à l'origine de son monde". (P. Ricoeur. Le Conflict des interprétations, París [Seuil] 1969, pág. 383).
"Le mythe adamique est par excellence le mythe anthropologique; Adam veut dire Homme; mais tout mythe de Thomme primordial' n'est pas 'mythe adamique', qui... est seul proprement anthropologique; par là trois traits sont désignés:
— le mythe étiologique rapporte l'origine du mal à un ancêtre de l'humanité actuelle dont la condition est homogène à la nôtre (...)
— Le mythe etiologique est la tentative la plus extrême pour dédoubler l'origine du mal et du bien. L'intention de ce mythe est de donner consistance à une origine radicale du mal distincte de l'origine plus originaire de lêtre-bon des choses. (...) Cette distinction du radical et d'originaire est essentielle au caractèer anthropologique du mythe adamique; c'est elle qui fait de l'hommeun commencement du mal au sein d'une création qui a déjà son commencement absolu dans l'acte créateur de Dieu.
— le mythe adamique subordonne à la figure centrale de l'homme primordial d'autres figures qui tendent à décentrer le récit, sans pourtant supprimer le primat de la figure adamique. (...) Le mythe, en nommant Adam, l'homme, explicite l'universalité concrète du mal humain; l'esprit de pénitence se donne dans le mythe adamique le symbole de cette universalité. Nous retrouvons ainsi (...) la fonction universalisante du mythe. Mais en même temps nous retrouvons les deux autres fonctions, également suscitées par l'expérience pénitentielle (...). Le mythe proto-historique servit ansi non seulement à généraliser l'experience d'Israël à l'humité de tous les temps et de tous les lieux, mais à étendre à celle-ci la grande tension de la condamnation et de la miséricorde que les prophètes avaient enseignè à discerner dans le propre destin d'Israël.
Enfin, dernière fonction du mythe, motivée dans la foi d'Israël : le mythe prépare la spéculation en explorant le point de rupture de l'ontoligique et de l'historique". (P. Ricoeur, Finitude et culpabilité: II. Symbolique du mal, París 1960 [Aubier], págs. 218-227).
[2] En cuanto a la etimología, no se excluye que el término hebreo 'is se derive de una raíz que significa "fuerza" ('is o también 'ws); en cambio, 'iisâ está unido a una serie de términos semíticos, cuyo significado oscila entre "hembra y "mujer".
La etimología propuesta por el texto bíblico es de carácter popular y sirve para subrayar la unidad del origen del hombre y de la mujer: esto parece confirmado por la asonancia de ambas palabras.
[3] "El mismo lenguaje religioso pide la transposición de las "imágenes", o mejor, "modalidades simbólicas" a "modalidades conceptuales" de expresión.
A primera vista esta transposición puede parecer un cambio puramente extrínseco (...). El lenguaje simbólico parece inadecuado para emprender el camino del concepto por un motivo que es peculiar de la cultura occidental. En esta cultura el lenguaje religioso ha estado siempre condicionado por otro lenguaje, el filosófico, que es lenguaje conceptual por excelencia. Si es verdad que un vocabulario religioso es comprendido sólo en una comunidad que lo interpreta y según una tradición de interpretación, sin embargo también es verdad que no existe tradición de interpretación que no esté "mediatizada" por alguna concepción filosófica.
He aquí que la palabra "Dios", que en los textos bíblicos recibe su significado por la convergencia de diversos modos de narración (relatos y profecías, textos de legislación y literatura sapiencial, proverbios e himnos) —vista esta convergencia, tanto como el punto de intersección, como el horizonte que se desvanece en toda y cualquier forma— debió ser absorbida en el espacio conceptual, para ser reinterpretada en los términos del Absoluto filosófico como primer motor, causa primera, Actus Essendi, ser perfecto, etc. Nuestro concepto de Dios pertenece, pues, a una onto-teología, en la que se organiza toda la constelación de las palabras-clave de la semántica teológica, pero en un marco de significados dictados por la metafísica". (Paul Ricoeur, Ermenéutica Bíblica, Brescia 1978, Morcelliana, págs. 140-141; título original: Biblical Hermeneutics. Montana 1975).
La cuestión sobre si la reducción metafísica expresa realmente el contenido que oculta en sí el lenguaje simbólico y metafórico, es un tema aparte.
EL PECADO ORIGINAL EN EL MAGISTERIO DE BENEDICTO XVI CATEQUESIS DEL 03-12-2008
El Papa actual ha abordado el tema del pecado original en su Audiencia y catequesis del 03 de diciembre de 2008:
Le copio aquí parte de esa catequesis que excusa todo comentario:
“Como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿Qué es el pecado original? ¿Qué enseña san Pablo? ¿Qué enseña la Iglesia? ¿Es sostenible también hoy esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o no?
Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible —yo diría, tangible— para todos; y un aspecto misterioso, que concierne al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo.
San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: "Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.
Como consecuencia de este poder del mal en nuestra alma, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló de una "segunda naturaleza", que se superpone a nuestra naturaleza originaria, buena. Esta "segunda naturaleza" nos presenta el mal como algo normal para el hombre. Así también la típica expresión "esto es humano" tiene un doble significado. "Esto es humano" puede querer decir: este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un hombre. Pero "esto es humano" puede también querer decir algo falso: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una segunda naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: por ejemplo, en la política todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mundo más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de que haya una liberación de la contradicción que experimentamos en nosotros mismos.
Por tanto, el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿Cómo se explica este mal? En la historia del pensamiento, prescindiendo de la fe cristiana, existe un modelo principal de explicación, con algunas variaciones. Este modelo dice: el ser mismo es contradictorio, lleva en sí tanto el bien como el mal. En la antigüedad esta idea implicaba la opinión de que existían dos principios igualmente originarios: un principio bueno y un principio malo. Este dualismo sería insuperable: los dos principios están al mismo nivel, y por ello existirá siempre, desde el origen del ser, esta contradicción. Así pues, la contradicción de nuestro ser reflejaría sólo la contrariedad de los dos principios divinos, por decirlo así.
En la versión evolucionista, atea, del mundo vuelve de un modo nuevo esa misma visión. Aunque, en esa concepción, la visión del ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la historia humana desarrollaría solamente el modelo ya presente en toda la evolución precedente. Lo que los cristianos llaman pecado original sólo sería en realidad el carácter mixto del ser, una mezcla de bien y de mal que, según esta teoría, pertenecería a la naturaleza misma del ser. En el fondo, es una visión desesperada: si es así, el mal es invencible. Al final sólo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría que pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo, está planteada sobre estas premisas, y vemos sus efectos. Este pensamiento moderno, al final, sólo puede crear tristeza y cinismo.
Así, preguntamos de nuevo: ¿Qué dice la fe, atestiguada por san Pablo? Como primer punto, la fe confirma el hecho de la competición entre ambas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el capítulo 7 de la carta a los Romanos, pero podríamos añadir el capítulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explicación, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos considerado brevemente y que nos han parecido desoladores, la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que sin embargo está rodeado por los misterios de luz. El primer misterio de luz es este: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien existir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad que abusa.
¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se lo representa con grandes imágenes, como lo hace el capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche.
Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas, incluido el monismo del evolucionismo, no pueden decir que el hombre es curable; pero si el mal procede sólo de una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el libro de la Sabiduría dice: "Las criaturas del mundo son saludables" (Sb 1, 14).
Y finalmente, como último punto, el hombre no sólo se puede curar, de hecho está curado. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente en la historia: son los santos, los grandes santos, pero también los santos humildes, los simples fieles. El río de luz que procede de Cristo está presente, es poderoso.
Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla, para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, debemos agradecer el hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: "Rorate caeli desuper". Y oramos con insistencia: Ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven a donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, agentes de paz, testigos de la verdad. ¡Ven, Señor Jesús! [Benedicto XVI 03/12/2009]
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