martes, 24 de diciembre de 2013
LO RECOSTÓ EN EL PESEBRE
Homilía navideña
LO ENVOLVIO EN PAÑALES Y LO
RECOSTO EN UN PESEBRE
En el pesebre se pone el forraje para
los animales. ¿Qué hace Jesús allí?
Nos dice: "Esta es mi carne para alimento
del mundo". "Tomad y comed, porque mi carne es verdadera comida".
María lo pone en el pesebre como quien
da a su hijo en ofrenda para la vida del mundo. Con un gesto sacerdotal y
nutricio, lo pone entre el heno, como quien nos lo da para alimento. También ella puede decir: "esta es mi carne" y con su gesto dice "tomad y comed, porque mi carne es verdadera comida", el alimento puro.
Isaías había hablado del pasto y de la
carne: "Toda carne es como el heno, y todo su esplendor como flor del
campo. La flor se marchita, se seca la hierba en cuanto le da el soplo de
Dios" (Isaías 40,6-7). La imagen es proverbial en la Escritura: "No te
exasperes por causa de los malvados, no envidies a los que hacen injusticias. Porque
se marchitan pronto como el pasto, como la hierba tierna se secan" (Salmo
36(37),1-2). "Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo: `¡Volved hijos
de Adán!'. Porque mil años son a tus ojos como un día, un ayer que pasó, una
vigilia de la noche. Tú los arrebatas, no son más que un sueño, como la hierba
que a la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y se seca" (Salmo
89(90),3-6).
El pasto y toda hierba verde es el
alimento que Dios había dado desde el principio al hombre y a los animales:
"Mirad que yo os he dado toda hierba de semilla que existe sobre el haz de
la tierra y todo árbol de fruto con semilla: eso os servirá de alimento. Y a
todo animal terrestre, a toda ave de los cielos y a todo ser animado que se
arrastra sobre la tierra, les doy por alimento toda hierba verde" (Génesis
1,29-30).
"Dime lo que comes y te diré quién
eres". El hombre y los animales, "toda carne" como dice la Escritura, se alimentan
de hierba y son transitorios como ella. Y aunque la hierba sea fugaz, la carne,
los vivientes, no pueden subsistir sin ese alimento perecedero. De lo que es
más perecedero que nosotros, recibimos permanencia los que somos fugaces.
Por eso, la profecía de Isaías
introduce una promesa y una esperanza inauditas, cuando - anunciando la Encarnación de la Palabra eterna de Dios -
injerta sobre el pie de aquél melancólico proverbio bíblico, el alegre anuncio
del Evangelio: "La hierba se seca, la flor se marchita (¡es verdad!), pero
la Palabra de
Dios permanece para siempre" (Isaías 40,8).
¿Qué pasa cuando, por el misterio de la Encarnación, la Palabra eterna, permanente
y duradera de Dios, toma carne humana y entra en esta carne transitoria? Pasa -
para decirlo con palabras de Pablo - que "esto mortal, se reviste de
inmortalidad" (1 Corintios 15,54). ¿Cómo podrían, si no, heredar el Reino
de los Cielos la carne y la sangre mortales, ni heredar la incorrupción lo
corruptible?
Esta carne del hijo de María, será pues
alimento de inmortalidad, bajo las especies del alimento perecedero de la fugacidad:
bajo las especies eucarísticas, preparadas desde el tercer día de la Creación, cuando dijo
Dios: "brote la tierra verdor: hierbas de semilla y árboles frutales que
den sobre la tierra fruto con su semilla dentro" (Génesis 1,11).
Esto debía suceder como sucedió, al
tercer día de la
Creación. En ese día y "al comienzo", la Palabra de Dios, por la
que todo es creado y viene a la existencia, se reveló como la Semilla de todas las
semillas, semilla primordial de la que proviene toda hierba verde y todo árbol
de fruto, entre ellos el trigo y la vid eucarísticos. Pan y vino para el
sacrificio según el orden de Jesús.
El Verbo, la Palabra de Dios, Semilla
primordial, es el origen de todo alimento, y propiamente lo que vivifica:
"No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de
Dios" (Deuteronomio 8,3; Mateo 4,4). Todo escriba instruido en el Reino de
los Cielos puede saber que la semilla de donde vino el Pan cotidiano y el Pan
de Vida, fue un "Dijo Dios", es decir, una Palabra suya. Y que es sin
duda por esto que Jesús tuvo predilección por compararse con la Semilla en sus parábolas.
María, en cuya carne la Palabra se hizo carne,
donde lo corruptible comenzó a
revestirse de incorrupción, es la que, en el pesebre: "da esta carne para
vida del mundo" (Ver Juan 6,51). Por eso, dicen los Santos Padres, al
reclinar al Niño en un pesebre, ella ofrecía a su hijo como sobre un altar,
como alimento, como pan del camino, puesto que tampoco nació en su hogar, sino
en un albergue precario durante un viaje.
San Beda el Venerable, comentando el
pasaje "lo recostó en un pesebre", dice: "Aquél que es el Pan de
los ángeles, está recostado en un pesebre, para poder fortificarnos como
`animales' santos, con el trigo de su carne". Y San Cirilo explica:
"Encontró al hombre embrutecido en su alma, y por esto fue colocado en un
pesebre como alimento, para que mudando la vida bestial, podamos ser llevados a
una vida conforme con la dignidad humana, tomando, no el heno, sino el pan
celestial, que es el cuerpo de vida".
El mismo San Cirilo interpreta
simbólicamente el pesebre como: "el altar, en el que durante la Misa, Cristo, por la
consagración es como si naciese y se inmolase".
San Gregorio, comentando el significado
de la palabra Belén, que en hebreo se dice Beit- léjem, dice: "Nace
convenientemente en Belén, que se interpreta Casa del Pan. Ya que él mismo dice
de sí mismo: Yo soy el Pan Vivo que bajó del Cielo. El lugar donde nace el
Señor, se había llamado antes `de pan', en previsión de que iba a aparecer allí
en materia de carne, el que restauraría las mentes de los elegidos con una
saciedad interior".
El sabio intérprete Cornelio A Lápide,
ve el pesebre como un púlpito desde donde nos predica y enseña el Verbo de
Dios, no con palabras sino con hechos: "¿Qué hace un Dios tan grande
metido en este poquito de carne yacente en el pesebre? Oigámoslo predicar a él
mismo en la cátedra del pesebre, no con palabras sino con hechos, enseñando y
predicando:`...me hice pequeño, hombre de carne y hueso como tú, para hacerte
Dios. Yazgo en el pesebre entre el asno y el buey, porque tú vivías como un
jumento y un animal, complaciéndote en la carne y la sangre. Eras como `el
hombre rico e inconsciente, que es como el animal que perece' (Salmo 48(49),21)
de quien dice también la
Escritura: `no seáis como caballos y mulos cuyo brío hay que
domar con freno y brida' (Salmo 31(32),9).
Asumí pues - prosigue Jesús - esta
carne, para que comas mi carne, y la mía no es carne de jumento sino de Dios,
para que uniendo mi carne a la tuya, boca con boca, mano con mano, pie con pie
y cuerpo con cuerpo, como lo hizo el profeta Eliseo para resucitar a aquél niño
muerto (2 Reyes 4,34), inspire en tí un hálito de vida celestial y divina
Porque
no había lugar para ellos en el albergue
El
pesebre es pues altar y púlpito, con lo que apunta a la Palabra hecha carne.
Pero es también argumento que convence
de pecado al pueblo que no le hizo lugar. María: "lo reclinó en el pesebre
porque no había sitio para ellos en la posada" (Lucas 2,7). "Vino a
su casa pero los suyos no lo recibieron" (Juan 1,11).
María recuesta a su hijo en el pesebre
donde pastan los animales, porque no ha habido lugar para él bajo los techos de
los habitantes de Belén, ciudad de David. El Pan vino a la Casa del Pan, pero no fue
recibido.
Ya antes, en el desierto, el pueblo de
dura cerviz - como Dios le llama - murmuraba, incrédula y sacrílegamente,
contra el maná: "estamos hartos de este pan miserable" (Números
21,5). Nada extraño pues, que ahora el Pan de vida vaya a dar entre el forraje.
También se leía esto entre líneas en los profetas: "Crié hijos hasta
hacerlos hombres, pero ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño
y el burro conoce el pesebre de su amo, pero Israel no conoce, mi pueblo no
discierne" (Isaías 1,2-3).
Por
fin: lo sucedido es irreversible
Por fin, lo sucedido aquella noche es
algo que está en el tiempo para siempre y en forma irreversible: "El niño
Dios ha nacido". Dios niño ha nacido y está para siempre, como hombre y
Dios, en el tiempo y en la eternidad, a la derecha del Padre. Por eso el que
vino, viene, está viniendo siempre, está ahí, fiel a sí mismo, fiel a nosotros,
fiel al Padre. Está siempre, viene siempre, está como el que viene siempre y
viene como el que siempre está.
Por eso su nombre es Emmanuel =
Immanu-El = Dios está con nosotros, de nuestra parte, a favor nuestro. Dios de
nuestra parte.
Y
es ella, la Madre,
la que nos lo entrega siempre. Tanto cuando lo recuesta en el pesebre, como
cuando le está al lado a los pies de la
Cruz, recibiendo a Juan como hijo, es decir a nosotros. La
que nos entregó a su Hijo, es la que nos recibe de su Hijo como hijos.
Y Jesús, El Hijo que salió del Padre para volver al
Padre, salió del Padre a través del seno lleno de gracia de María. Y habiendo
salido del Padre y del seno de María, que es sacramento del seno del Padre, no
vuelve al Padre solo. Vuelve con Juan, el primogénito de todos nosotros.
Al ponerlo en el pesebre, María lo muestra y lo
expone, lo expone y lo arriesga, y arriesgándolo, lo ofrece y lo entrega, a la
vez que lo contempla y lo adora. Ella que es el testigo único y privilegiado
del misterio de la concepción virginal, guarda estas cosas en su corazón.
Madre, danos la gracia de tener parte en esa mirada
tuya sobre este niño nacido de tus entrañas. De conocerlo como tú lo conoces y
de participarnos algo de ese tesoro que guarda tu corazón. Reclina tu misterio
en el pesebre de nuestros corazones llenos de pasto seco, de forraje, de cosas
transitorias destinadas a ser devoradas por las bestias útiles y de la
utilidad. Que nuestras comuniones eucarísticas pongan ante ti el pesebre de
nuestros corazones, para que tú los consagres con la carne de tu Hijo.
Ahora te contemplamos mientras tú lo contemplas y
queremos tomarte como Madre y Maestra de contemplación. En el silencio de la
noche, en el silencio del Padre, también tu corazón contempla en silencio y en
paz a ese hijo del prodigio y del milagro: Mira a tu hijo. Ahora él recibe tu
mirada y la busca.
Un día, desde la Cruz, hecho Señor y Maestro de tu Corazón y de tu
mirada, te invitará a mirarlo a Él en sus discípulos y te enseñará a vernos en
él.
"Sissel - In The Bleak Mid-Winter"
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lunes, 23 de diciembre de 2013
SANTA Y FELIZ NAVIDAD 2012
DIOS SE HACE VISIBLE A LOS HOMBRES
CON LA VENIDA DE CRISTO
San Ireneo de Lyon

Uno es Dios, quien por su palabra y su sabiduría hizo y dispuso todas las cosas.
Su Palabra es nuestro Señor Jesucristo, que en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para reunir el término con el comienzo [El fin con el principio = Alfa y Omega] es decir al hombre con Dios.
Los profetas, que habían recibido el don de la profecía de la misma Palabra, anunciaron su venida según la carne. Por esta venida se realizó la unión y comunión de Dios y el hombre, conforme a la voluntad del Padre. En efecto, la Palabra de Dios había anunciado de antemano que Dios sería visto por los hombres, que viviría con ellos en la tierra; había anunciado que hablaría y que estaría con su creatura para salvarla, que ella lo conocería; y había anunciado también que, librándonos de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian, es decir de todo espíritu de pecado, nos haría servirle con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días, a fin de que el hombre, unido al Espíritu de Dios, glorificara al Padre.
Los profetas anunciaban que Dios sería visto por los hombres, y así lo proclamó el mismo Señor cuando dijo: dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Pero nadie puede ver a Dios en su grandeza y en su gloria inenarrable y seguir viviendo: el Padre es inaccesible. Sin embargo, porque ama al hombre y porque todo lo puede, aún este don concedió a los que lo aman: ver a Dios. Y esto también lo anunciaron los profetas: Lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios.
El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el Reino de los Cielos como Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.
Pues así como los que ven la luz están en la luz y reciben su claridad, así también los que ven a Dios están en Dios y reciben su claridad. La claridad de Dios vivifica y, por lo tanto, los que ven a Dios reciben la vida.
[San Ireneo de Lyon, Tratado contra las Herejías, L.IV, 20, 4-5. S. C. 100, 634-640 (Liturgia de las Horas, 2ª Lectura en el Miércoles de la Segunda Semana de Adviento)]
CON LA VENIDA DE CRISTO
San Ireneo de Lyon

Uno es Dios, quien por su palabra y su sabiduría hizo y dispuso todas las cosas.
Su Palabra es nuestro Señor Jesucristo, que en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para reunir el término con el comienzo [El fin con el principio = Alfa y Omega] es decir al hombre con Dios.
Los profetas, que habían recibido el don de la profecía de la misma Palabra, anunciaron su venida según la carne. Por esta venida se realizó la unión y comunión de Dios y el hombre, conforme a la voluntad del Padre. En efecto, la Palabra de Dios había anunciado de antemano que Dios sería visto por los hombres, que viviría con ellos en la tierra; había anunciado que hablaría y que estaría con su creatura para salvarla, que ella lo conocería; y había anunciado también que, librándonos de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian, es decir de todo espíritu de pecado, nos haría servirle con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días, a fin de que el hombre, unido al Espíritu de Dios, glorificara al Padre.
Los profetas anunciaban que Dios sería visto por los hombres, y así lo proclamó el mismo Señor cuando dijo: dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Pero nadie puede ver a Dios en su grandeza y en su gloria inenarrable y seguir viviendo: el Padre es inaccesible. Sin embargo, porque ama al hombre y porque todo lo puede, aún este don concedió a los que lo aman: ver a Dios. Y esto también lo anunciaron los profetas: Lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios.
El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el Reino de los Cielos como Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.
Pues así como los que ven la luz están en la luz y reciben su claridad, así también los que ven a Dios están en Dios y reciben su claridad. La claridad de Dios vivifica y, por lo tanto, los que ven a Dios reciben la vida.
[San Ireneo de Lyon, Tratado contra las Herejías, L.IV, 20, 4-5. S. C. 100, 634-640 (Liturgia de las Horas, 2ª Lectura en el Miércoles de la Segunda Semana de Adviento)]
sábado, 21 de diciembre de 2013
MEDITACIONES DE NAVIDAD Y EPIFANÍA
EJERCICIOS ESPIRITUALES
SOBRE LA INFANCIA DE JESÚS
Pedicados por el
R.P. Fr. JESÚS VILLARROEL O.P.
03. La herida de Isabel
SOBRE LA INFANCIA DE JESÚS
Pedicados por el
R.P. Fr. JESÚS VILLARROEL O.P.
viernes, 13 de diciembre de 2013
DOS ACTITUDES ANTE EL EVANGELIO
Dimas Antuña Gadea
Del Evangelio sólo pueden hablar: el Sacerdote ―que ha recibido potestad de leer el Evangelio a los vivos y a los muertos―, y el Santo a quien la unción interior del Espíritu le sugiere toda la verdad y le da ciencia de voz. Yo no hablaré del Evangelio pues. Yo sólo hablaré de dos entradas que hace el hombre al Evangelio.
Y la primera entrada es así: cuando la soberbia del hombre, quiero decir, cuando la alta crítica inventada por los herejes del siglo de las luces, se digna a entrar en el Evangelio de Jesu-Cristo, Hijo de Dios, hace su entrada con hinchazón ―porque la ciencia hincha―, y no como quiera, sino armada de todas las armas. Harnack, Loisy, Sabatier, cuando entran al Evangelio, entran para juzgar al Hijo de Dios.
Entran armados de arqueología, y epigrafía, y paleografía, y saben (lo que no supo Jesús, como dice Renán) saben griego y latin y hebreo y caldeo , y arameo, saben muchas otras cosas; aunque no saben distinguir la derecha de la izquierda del Hijo del Hombre.
Estos escribas, pues, hacen su lectura, y no para tomar lección sino para darla. Pero Dios ciega a los que quiere perder; el Evangelio se escurre de sus manos, y creyendo que leen el Evangelio, lo único que leen son las palabras del Evangelio. Esa es, pues, una entrada al Evangelio, la entrada de los escribas y los doctores, la entrada de los exegetas de la letra que mata.
La otra entrada es la entrada de los hijos, es la entrada de los hijos de la Iglesia, a quienes la Iglesia, como madre que los dio a luz en el bautismo, y los fortificó en la confirmación, y los purifica en la penitencia, y los alimenta en la Eucaristía, les abre esa puerta del Evangelio para que no los pierdan las palabras; antes, superando las palabras del Evangelio, tengan la inteligencia del Evangelio.
Esta entrada de los hijos es la entrada que nos es abierta en la Misa. Es ésta de la que venimos hablando.
Porque el Evangelio es la palabra de Dios, y para entender palabra de Dios es necesario de algún modo ser igual a Dios. Ahora bien, el hombre no puede ser igual a Dios sino es por gracia y para recibir esta primera gracia y despertarnos y movernos hacia Dios, la Iglesia nos da la Epístola.
Pero aún por gracia el hombre no puede tener inteligencia de Dios si la gracia no lo ha llevado a perfección e igualdad del amor, y para eso está la lección inspirada: el Gradual, el Alleluia, el Tracto. El hombre, pues, que entra al Evangelio no como ladrón para destrozar por esa puerta falsa de la crítica, sino como hijo, por la puerta que le abre quien tiene las llaves para abrirla; el hombre que entra al Evangelio con conocimiento y desprecio de sí, según la Epístola, y con olvido de sí y de todo, por perfección de amor, según el Gradual, ese sí, entra realmente al Evangelio ―y oyendo las palabras del Evangelio con los oídos, halla en su corazón la palabra del Evangelio y es transformado en su vida por la virtud del Evangelio.
Porque en el Evangelio hay palabras, hay muchas palabras si queréis, y una son griegas y otras latinas; pero el Evangelio no está en las palabras, porque el Evangelio es palabra, es la sola palabra del Padre, y es virtud, es decir, es la virtud, la fuerza del Espíritu Santo.
Los hijos, pues, no entran al Evangelio armados sino protegidos; no entran para destrozarlo como el ladrón que entra armado por una puerta falsa, antes, entran por la puerta que les es abierta de par en par por quien tiene las llaves, ―y las dos hojas de esta puerta abierta de par en par son la Epístola y el Gradual.
La Epístola es una palabra que se enuncia, es una lección dada en extensión.
El Gradual es una palabra que brota, es lección dada en profundidad. Una y otra, las dos lecciones, son extensión y profundidad del Evangelio; porque la extensión del Evangelio es la predicación de la palabra, y eso comienza en la Epístola, y la profanidad del Evangelio es el peso del amor, y eso rebosa en el Gradual.
Versión de la segunda conferencia pronunciada el 5º Domingo, después de Pentecostés, por
iniciativa de la Acción Católica, en el salón parroquial de la iglesia de los Padres Benedictinos, en Buenos Aires. Publicada luego como «Lectura sobre la misa», en la revista ARX del Instituto Santo Tomás de Aquino, Córdoba, RA, 1933, pp. 47-82. [Digitalizada y amablemente comunicada por la investigadora Alejandra Niño Amieva]
jueves, 12 de diciembre de 2013
miércoles, 11 de diciembre de 2013
sábado, 7 de diciembre de 2013
AVE MARIA GRATIA PLENA: INMACULADA
"BIENAVENTURADA ME LLAMARÁN
TODAS LAS GENERACIONES"
Joven católica de 12 años de edad canta a la Virgen en Inglaterra
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