viernes, 13 de diciembre de 2013

DOS ACTITUDES ANTE EL EVANGELIO
Dimas Antuña Gadea


Del Evangelio sólo pueden hablar: el Sacerdote ―que ha recibido potestad de leer el Evangelio a los vivos y a los muertos―, y el Santo a quien la unción interior del Espíritu le sugiere toda la verdad y le da ciencia de voz. Yo no hablaré del Evangelio pues. Yo sólo hablaré de dos entradas que hace el hombre al Evangelio.

 Y la primera entrada es así: cuando la soberbia del hombre, quiero decir, cuando la alta crítica inventada por los herejes del siglo de las luces, se digna a entrar en el Evangelio de Jesu-Cristo, Hijo de Dios, hace su entrada con hinchazón ―porque la ciencia hincha―, y no como quiera, sino armada de todas las armas. Harnack, Loisy, Sabatier, cuando entran al Evangelio, entran para juzgar al Hijo de Dios. 
Entran armados de arqueología, y epigrafía, y paleografía, y saben (lo que no supo Jesús, como dice Renán) saben griego y latin  y hebreo y caldeo , y arameo, saben muchas otras cosas; aunque no saben distinguir la derecha de la izquierda del Hijo del Hombre.
Estos escribas, pues, hacen su lectura, y no para tomar lección sino para darla. Pero Dios ciega a los que quiere perder; el Evangelio se escurre de sus manos, y creyendo que leen el Evangelio, lo único que leen son las palabras del Evangelio. Esa es, pues, una entrada al Evangelio, la entrada de los escribas y los doctores, la entrada de los exegetas de la letra que mata.

La otra entrada es la entrada de los hijos, es la entrada de los hijos de la Iglesia, a quienes la Iglesia, como madre que los dio a luz en el bautismo, y los fortificó en la confirmación, y los purifica en la penitencia, y los alimenta en la Eucaristía, les abre esa puerta del Evangelio para que no los pierdan las palabras; antes, superando las palabras del Evangelio, tengan la inteligencia del Evangelio.

Esta entrada de los hijos es la entrada que nos es abierta en la Misa. Es ésta de la que venimos hablando.
Porque el Evangelio es la palabra de Dios, y para entender palabra de Dios es necesario de algún modo ser igual a Dios. Ahora bien, el hombre no puede ser igual a Dios sino es por gracia y para recibir esta primera gracia y despertarnos y movernos hacia Dios, la Iglesia nos da la Epístola. 

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