San Agustín, siguiendo a San Ireneo, San Gregorio de Nisa y
otros santos Padres, enseña que fue el Verbo quien se manifestó a Moisés en forma de llama de fuego, dentro de la zarza sin consumirla.
Ya hemos explicado en la entrada dedicada a la zarza ardiente y los Sagrados Corazones que ese texto puede estarnos hablando de corazones de fuego, o de corazones humanos que estando entre las espinas no las destruyen.
El Señor se le manifestó a Moisés en la zarza como antes se había mostrado y hablado con
Adán llamándolo en el Edén cuando se ocultaba de su mirada, o con Noé
instruyéndolo para construir el arca y
mostrándose en el arco iris, o con Abraham,
Jacob y Moisés.
Así nos lo enseña a enteder la Carta a los Hebreos cuando comienza diciendo:
“Dios, que en los tiempos pasados había hablado con nuestros padres de muchas e imperfectas maneras por medio de los profetas, al final de estos días nos habló ahora a nosotros en el Hijo” (Hebreos 1, 1-2)
“Todo lo hizo [el Padre] por su
Verbo, y, según nos enseña la regla ortodoxa de la fe, el Verbo es el Hijo
unigénito. Y si Dios Padre habló al primer hombre y Él paseaba por el edén en
la penumbra del atardecer, y de su rostro se escondió en la floresta al
pecador, ¿por qué no admitir que fue Él quien se apareció a Moisés, a Abrahán y
a todos aquellos a quienes plugo manifestarse por medio de la criatura visible
y caduca, sujeta a su dominio soberano, permaneciendo Él inmutable e invisible
en su esencia? Con todo, cabe en la Escritura un paso inadvertido de persona a
persona, de suerte que al decir Dios Padre: “sea la luz”, y todas las demás
cosas que se dicen hechas por el Verbo, se quiera indicar que fue el Hijo el
que habló al primer hombre, aunque esto no se diga claramente, sino tan sólo se
insinúe a un buen entendedor” (Tratado De
Trinitate II,10,17).
Y en otro lugar, en uno de sus sermones, San Agustín explica que cuando en este pasaje de la
zarza ardiente y en otros lugares del Antiguo Testamento, se habla de la
aparición del Ángel del Señor, el que se aparece es el Hijo, enviado del Padre:
“Algunos dicen que se llama ángel del Señor y Señor porque
era Cristo, de quien claramente dice el profeta que es “ángel del gran
consejo”. Porque ángel es nombre de función[y significa enviado a anunciar o a
enseñar, mensajero], no de naturaleza (Hijo).
Se dice ángel en griego a quien en latín llamamos mensajero. Mensajero es
vocablo de acción: obrando, es decir, anunciando, se llama nuncio. ¿Y quién
niega que Cristo nos anunció el reino de los cielos? Además, el ángel, es
decir, el nuncio, es enviado por alguien que por medio de él anuncia una cosa.
¿Y quién duda de que fue enviado Cristo, el cual dice tantas veces: “no vine a
hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió?” Por eso es
propiamente enviado...
Pues del mismo
modo Dios, aunque apareció en el fuego, no es fuego; si apareció en el humo, no
es humo; si apareció en un sonido, no es sonido. Estas realidades no son Dios,
sino que indican a Dios. Habida cuenta de esto, creemos con seguridad que el
Hijo, que se apareció a Moisés, era el Señor y el ángel del Señor”
(Sermón 7, 3.4).
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