Lucas
12, 39-48
Conferencia radial
Las
parábolas que estamos comentando hoy, pertenecen a un género de parábolas de
Jesús a las que les hemos llamado: “Parábolas del
Retorno”.
A este grupo de parábolas pertenecen,
la parábola de los viñadores homicidas [1],
las parábola de los administradores infieles [2] , la de las vírgenes necias y las
vírgenes prudentes [3] , la parábola de los talentos [4] , la parábola del juicio final de las
naciones [5].
Y
yo pondría, como en la cumbre de todas ellas, la que encontramos al final del
Apocalipsis, y que es como el cierre solemne del Nuevo Testamento: la parábola,
-si es que la podemos llamar así-, de la esposa que espera la venida del esposo,
y lo llama: ¡Ven Señor Jesús! ¡Marán attá!.
Hay
una gradación y una progresión en las parábolas del retorno, que se diversifican
según la disposición apropiada o no, de los que deben aguardar y recibir al
Señor.
La
disposición más hostil es la de los viñadores homicidas, que asesinan a todos
los que vienen a cobrar los derechos del dueño de la viña, hasta que por fin
matan al hijo
«Un
hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una
torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los
labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de
la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías.
De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le
descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a
otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo
querido; les envió a éste, el último, diciendo: `A mi hijo le respetarán'. Pero
aquellos labradores dijeron entre sí: `Éste es el heredero. Vamos, matémosle, y
será nuestra la herencia.' Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la
viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y
entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta
Escritura:
La
piedra que los constructores desecharon,
en
piedra angular se ha convertido;
fue
el Señor quien hizo esto
y
es maravilloso a nuestros ojos?»
Trataban
de detenerle -pero tuvieron miedo a la gente- porque habían comprendido que la
parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron
[6].
Esta parábola del retorno muestra que
los que viven haciéndose dueños de la creación y de sí mismos, los que
privatizan su vida y su existencia, los que viven su relación con Dios según la
dialéctica del amo y del esclavo, sienten que Dios y sus enviados son como
intrusos que amenazan su propiedad
Dice Juan Pablo II: “poniendo en duda
la verdad de Dios, que es Amor, y dejando sólo la conciencia de amo y esclavo
[...] el Señor aparece como celoso de su poder sobre el mundo y sobre el hombre;
en consecuencia el hombre se siente inducido a la lucha contra Dios [...] el
hombre se ve empujado a tomar posiciones contra el amo que lo tenía
esclavizado” [7].
. La soberbia humana que se apodera de
la creación y de los demás, se hace deicida. Puede ser que aún tolere a Dios
como idea, pero no como alguien real que tiene derechos sobre su vida y al que
hay que darle cuenta de la administración, diezmo de los bienes cosechados. Es
la actitud más hostil. Los viñadores homicidas no son discípulos de Cristo, sino
sus enemigos.
Las parábolas de las diez vírgenes, de
los talentos y de los administradores infieles, se refieren, en cambio, a
discípulos de Jesús. Pero a discípulos que no actúan consecuentemente con su
condición. Que no toman en serio la realidad de Cristo ni de que están llamados
a ser amorosos administradores. Ya sea por pura imprevisión, como las vírgenes
necias, ya sea por miedo como el que entierra sus talentos, estos servidores,
padecen más que del mal de los viñadores homicidas, de no tomarse en serio a
Dios, pero sobre todo de no implicarse amorosamente, de no comprometerse, no
identificarse, de no asociarse con el plan divino. porque no se han identificado con los intereses de Dios, como
si les fueran ajenos.
Las
parábolas que hemos leído ayer y hoy en Lucas, en cambio, nos muestran otro tipo
de servidor. Ya lo hemos dicho. Son los servidores afectuosos, diríamos mimosos,
que sufren mientras su Señor está ausente porque su felicidad está en estar con
Él. Por eso, no lo esperan por deber, sino por amor. No por ley sino por gracia.
Aún son siervos, es verdad. Pero sólo hasta que vuelve el Señor, se ciñe y se
pone a servirlos y les dice, como Jesús en la última cena, promoviéndolos del
rango de servidores al de amigos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a
vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca” [8]
¡Oh
sí Jesús! Éste es el modo como quiero estar en la vida. Como amigo tuyo, honrado
por ti con la confidencia de tus planes y designios secretos y por haber sido
puesto a realizarlos junto contigo, como tú, a imitación tuya. Quiero
fructificar las obras que el Padre tiene destinadas para que las realice, como
hijo, como amigo del Hijo, a quien el Hijo le tiene la confianza para revelarle
sus planes y asociarlo a sus afanes, luchas, metas y propósitos. ¡cuánto mejor es vivir así! - ¡para la gloria del Padre! - que
no para sí mismo, para un plan egocéntrico, minúsculo, privado y destinado a
perecer conmigo.
¿Es posible mejor disposición para
esperar mejor a Jesús que con este anhelo de servidor que ha sido levantado por
gracia a la condición de amigo? Parecería que no, pero sí.
Sí es posible. Es posible esperar la
venida del Señor de una manera mucho más ferviente, más afectuosa, más amorosa y
anhelante:
“¡Maran Atá! ¡Ven Señor Jesús!” El
suspiro de la novia al final del Apocalipsis, el gemido de la esposa que anhela
la manifestación gloriosa y el retorno del Esposo es la cumbre de las actitudes
de espera que nos retratan las parábolas del retorno: “El
Espíritu y la Novia dicen: «¡Ven!» Y el que oiga, diga:
«¡Ven!» Y el que tenga sed, que se acerque, y el que
quiera, reciba gratis agua de vida”
[9].
Esta es la cumbre de las parábolas del
retorno. Es la cumbre de la revelación de lo que es la esperanza cristiana y el
anhelo de la vida eterna, como vivir en presencia del
Señor.
Las
parábolas del Retorno nos demuestran que nuestra fe no es sólo una doctrina, ni
un mensaje, ni una verdad abstracta. Que ser cristiano es estar vinculado por un
lazo de amor a una persona. Que la esencia del cristianismo no es ninguna idea
por muy sublime que sea, sino una persona: Jesús, Jesucristo, Jesús el Mesías,
Jesús el Hijo de Dios que nos lleva al Padre, que nos sumerge en una comunión de
amor. Que ha ido a prepararnos un lugar y que volverá a buscarnos y a llevarnos
con Él, “para que allí donde estoy estéis también
vosotros”.
Por
eso, las virtudes teologales son tres. No basta la fe que conoce. Es necesario
que la fe inflame la caridad que ama. Y ambas se encienden, durante esta vida,
durante la historia, en el deseo del retorno del Señor amado, del amigo, del
esposo... Y esto es lo propio de la esperanza. La esperanza es la caridad que
espera… el retorno de Aquél a quien ama.
La fe, sin caridad ni esperanza, se
quedaría sólo en gnosis, y esa fe es la que pueden tener los demonios. De ellos
dice Santiago que creen pero tiemblan.
La fe y la caridad, sin esperanza, no
alcanzarían la realidad de Dios en Cristo: Juez de vivos y muertos, Señor de la
historia.
Las parábolas del retorno nos ponen,
por eso, en el corazón del hecho cristiano. Nos definen la esencia del cristianismo. Así se
llama un librito de Romano Guardini, ese gran maestro
de los católicos del siglo XX, cuya lectura me impactó fuertemente en mi
juventud: “La esencia del
Cristianismo” [10]
.
Querido oyente, para terminar nuestra
meditación evangélica de esta tarde, quiero contarte algo de lo que dice Guardini en este esencial librito. Pero antes, te pido que
por un momento te imagines que alguien que no es cristiano te pregunta ¿qué es
ser cristiano? ¿Cuál es la diferencia de la fe católica respecto de otras
religiones? ¿Qué responderías?
La
pregunta por la esencia del cristianismo, -dice Guardini- ha sido contestada de modos muy diversos. Se ha
dicho que lo esencial del cristianismo es que en él la personalidad individual
avanza al centro de la conciencia religiosa; se ha afirmado que la esencia del
cristianismo radica en que en él Dios se revela como Padre, quedando el
creyentes situado frente a Él directa e inmediatamente; también se ha sostenido
que lo peculiar del cristianismo es ser una religión que pone el amor al prójimo
en primer lugar.
La
enumeración de opiniones podría continuarse hasta llegar a aquellas teorías que
tratan de presentar al cristianismo como la religión perfecta en absoluto, tanto
por ser la que está más de acuerdo con los postulados de la razón, como por ser
la que tiene la doctrina ética más elevada y que coincide con las exigencias de
la naturaleza.
Ninguna
de estas respuestas da con la esencia del hecho cristiano. Todas ellas angostan
la totalidad de la realidad cristiana, la reducen a un momento o a un aspecto,
que por una u otra razón parece ser el más importante y
decisivo.
Ningún
concepto puede dar razón de la esencia del cristianismo. Lo propiamente
cristiano no puede deducirse de presuposiciones terrenas, ni puede determinarse
por medio de categorías naturales, porque de esa manera se anula lo esencial.
[Cursilla omitida]
El
cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una
interpretación de la vida. Es todo eso también, pero nada de eso constituye su
esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazareth, por su existencia, por su obra y su destino
concretos; es decir por una personalidad histórica.
Algo
semejante, en cierto modo, a lo que con estas palabras quiere decirse, lo
experimenta todo aquél para el que adquiere significación esencial otra persona.
Para él no es ni la idea de la humanidad, ni la idea de lo humano, lo que
reviste importancia, sino esta persona concreta. Ella determina todo lo demás, y
tanto más profunda y ampliamente cuanto más intensa es la relación. Puede
llegarse incluso a que todo: el mundo, el destino y el cometido propio, pasen a
través de la persona amada, a que ésta se halle contenida en todo, a que se la
vea a través de todo y a que todo reciba de ella su sentido. En la experiencia
de un gran amor todo el mundo confluye en la relación yo-tú, y todo cuanto
acontece se convierte en un episodio dentro de ese ámbito. El elemento personal
al que se refiere en último término el amor, y que representa la más elevada
entre las realidades del mundo, penetra y determino todo lo demás: espacio y
paisaje, la piedra, el árbol y los animales... Todo ello es cierto, pero tiene
lugar solamente entre este yo y este tú.
Cuanto
más evidente se hace el amor, tanto menos se pretende, sin embargo, que lo que
para él constituye el centro del mundo ha de revestir también esta cualidad para
los demás. Una pretensión de esta especie podría ser sincera desde el punto de
vista lírico; pero constituiría, por lo demás, un
desatino.
Para
la doctrina cristiana, en cambio, la situación es otra. La doctrina cristiana
afirma, en efecto, que por la encarnación, por la humanización del Hijo de Dios,
por su muerte y su resurrección, por el misterio de la fe y de la gracia, toda
la creación se ha visto exhortada a abandonar su aparente objetividad y a
situarse, como bajo una norma decisiva, bajo la determinación de una realidad
personal, a saber: bajo la persona de Jesucristo.
En
la vida y en el obrar cristiano, la persona histórica de Cristo ocupa el lugar
de la norma general, el lugar de las ideas. Por eso, notémoslo bien: cuando
hablamos de la persona histórica de Cristo, no hablamos de la idea de Cristo. La
fe cristiana es una religión de la presencia. Presencia eucarística, presencia
espiritual, presencia sacramental, presencia comunitaria, presencia mística...
Si otras son religiones del libro, la fe católica es religión de la presencia y
religión de la espera del retorno, o sea del deseo de la presencia...
La
historia de los hombres no la conducen ni la política, ni la economía, ni las
ideas, sino que toda ella está bajo el poderío de una persona: Cristo. A quien
el Padre le ha dado todo poder en los cielos, en la tierra y en los abismos, y
que es uno solo con su Iglesia peregrina en la tierra.
En
el pequeño opúsculo titulado: “La Parábola del Perro”, le hago decir al
imaginario cura Cayetano en su sermón, con lenguaje sencillo y en verso, la
misma idea del docto Guardini. El cura Cayetano les pone a sus fieles como
ejemplo al perro, como modelo de fidelidad y religiosidad. Pero, sobre todo,
como ejemplo de sentido de lo concreto y de incapacidad incurrir en ilusiones
gnósticas y de cambiar al amo real por ninguna idea, abstracción o concepto,
símbolo o transignificación:
13
“Lo
primero es que el perro no menea
su
cola ante un concepto o una idea.
Venera
a un dueño real. Que o bien lo mima
o,
si cuadra, se enoja y lo patea.
Jamás
confunde lo que se imagina
con
lo que está presente y se olfatea
¿Y
saben lo que me hace pensar eso?
Que
hay gente que no reza, o reza mal,
porque
toma por dios al propio seso.
Y
extraviada en sus modos de pensar
le
pierde el rastro a la Presencia Real
de
Dios, que está en Jesús, en carne y hueso.
...
El alma, sea culpable o inocente,
no
menea su cola ante una idea.
Si
es, de vera, un alma de creyente
sólo
se alegra con Jesús presente
y
anhela estar con Él, sea como sea”...
Y
no es de otra manera como San Pablo y en su seguimiento el Catecismo de la
Iglesia católica definen el cielo y la vida eterna: es un estar con Cristo de
los que lo aman.
Por
el contrario, la condenación y el infierno, consisten en el estar lejos de su
presencia. Dice San Pablo: “Éstos sufrirán la pena de una ruina eterna,
alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en
aquel día a ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan
creído” [11].
Y el Catecismo enseña: “Morir en pecado mortal sin estar
arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de Él para siempre” [...] “este estado de autoexclusión definitiva de
la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra “infierno” (CIC 1033)
En
cambio, del cielo dice San Pablo: “mientras habitamos en el cuerpo, vivimos
lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión” [12];
“seremos arrebatados en las nubes, junto con
ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el
Señor”
[13].
“Deseo ser desatado y estar con Cristo”
[14]
Y
el catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Los que mueren en la gracia y la amistad de
Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo” (CIC
1023) “Esta vida perfecta con la
santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen
María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo” (CIC
1024) “Vivir en el cielo es estar con
Cristo” (CIC 1025).
Queridos
oyentes: que nada nos separe de él.
Salud,
Paz y Bendición.
[1]
Marcos 12, 1-12
[2]
Lucas 16, 1-13; Mateo 24, 48-51: “Pero si el mal siervo dijera, para sus
adentros: Mi amo tardará en llegar, y comenzara a golpear a sus compañeros y a
comer y a beber con borrachos, vendrá el amo de ese siervo el día que menos lo
espera y a hora que no sabe, y le hará azotar y le echará con los hipócritas:
allí habrá llanto y crujir de dientes”
[3]
Mateo 25, 1-13
[4]
Mateo 25, 14-30
[5]
Mateo 25, 31-46
[6]
Marcos 12, 1-12
[7]
Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de
la
Esperanza , Ed. Plaza y Janés,
Madrid, 1994, p. 221
[8]
Juan 15, 14-16
[9]
Apocalipsis 22, 17
[10]
Romano Guardini, La
Esencia del
Cristianismo Madrid 1964
[11]
2 Tesalonicenses 1, 8-9
[12]
2 Corintios 5, 6-7
[13]
1 Tesalonicenses 4, 17
[14]
Filipenses 1, 23
No hay comentarios:
Publicar un comentario