En abril y mayo he publicado en el Blog del Buen Amor una serie de siete entradas dedicadas a la Falsa y verdadera compasión.
Ofrezco ahora en el Blog Toma y Lee, la séptima entrada porque que tiene un especial interés bíblico ya que explica el fenómeno de la Falsa compasión desde el examen que hace el Dr. Federico Mihura Seeber de este fenómeno eclesial y cultural, a la luz
del mensaje bíblico sobre el Anticristo.
SÍNTOMA DEL ANTICRISTO
Según Federico Mihura Seeber
Tomado de su obra El Anticristo, pág 84 y sigs.
Selección y resumen de Horacio Bojorge
La obra se obtiene a través de Editorial Vórtice
Buenos Aires, <ventas@vorticelibros.com.ar>
www.vorticelibros.blogspot.com
La obra se obtiene a través de Editorial Vórtice
Buenos Aires, <ventas@vorticelibros.com.ar>
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La Caridad ha sufrido en la modernidad,
en sí misma,
una amputación o inversión
idéntica a la versión falsificada
de
Cristo en lo dogmático.
La Caridad ha sido “cortada” de la
Trascendencia,
es decir, de la relación “vertical” al Padre [...]
Nada, nada puede identificar
mejor la acción del Anticristo
en nuestro tiempo, que esta
tergiversación del Mensaje de Cristo,
esta corrupción de la enseñanza
de la primacía del Amor,
vuelta contra los Mandatos del
Padre
y convertida en agente de la
mayor perversión del hombre
que la historia haya conocido.
"1.- el Anticristo es lo contrario de Cristo, por la inversión de Cristo […]. Siendo Cristo, en su naturaleza humana, el dechado de toda virtud y justicia, su contrario sería el dechado de toda perversión moral.
2.- A lo que me refiero ahora es
a lo que ya sugerí: a que la “inversión” de Cristo es la causa de la
demonización de lo humano, de la ruina moral o abolición del hombre.
3.- Lo que quiero decir con
“inversión” de la doctrina moral del cristianismo es una perversión de la
misma. No es su rechazo [como en Nietzsche y otros autores anticristianos],
sino una asunción desviada y perversa. Por ello mismo debe ser considerada
nominalmente “cristiana”. Es una herejía cristiana. [Como toda herejía] al negar una parte de la
doctrina ortodoxa, corrompe al todo. Lo cual puede servir de descargo [a
Nietzsche y otro impugnadores del hecho cristiano], pues lo que tenían a la
vista era, ya, esta versión degradada del cristianismo “reblandecido”.
4.- [Esta herejía contra la
caridad corrompe a toda] la doctrina moral del cristianismo. En ella, el
centro de este ataque herético ha consistido en la perversión-inversión de la
doctrina de la Caridad. Se trata, sin duda, de un ataque al alma de la moral
cristiana. Porque la Caridad es esa alma. Y su inversión equivale a una
inversión de Cristo mismo, consumada en nombre de Cristo. Por eso la considero
prototípica de la acción del Anti-Cristo.
5.- La perversión de la doctrina
moral cristiana que ha operado como causa de la corrupción moral de Occidente
–y, por Occidente, del mundo entero–, radica en la adulteración de la doctrina
central de la Caridad. Y distingo también en ello dos aspectos. La alteración
de la Caridad en sí misma, por un lado, y la de su relación con el resto de las
virtudes, por el otro.
6.- Considerada en sí misma, es evidente que
un sucedáneo falsificado de la Caridad cristiana está en el centro de la
cultura moral del Occidente moderno. No creo necesario extenderme en el tema de
las distintas versiones nominales que esta caridad falsificada ha asumido en
las doctrinas morales de la modernidad. Pero es un tópico entre los autores
cristianos ortodoxos, que las consignas masónicas extendidas a partir de la
Revolución, “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, representan ideas fuerza (“ideas
cristianas vueltas locas”, como las llama Chesterton) tributarias del espíritu
evangélico pero profundamente alteradas por el inmanentismo filosófico de base.
Por mi parte, considero que todas estas adulteraciones –más sus anexas:
pacifismo, tolerancia, universalismo, comunismo– radican, como en su fuente
motivacional, en la adulteración de la virtud de la Caridad.
7.- Como centro de la estructura
moral del Occidente cristiano, la Caridad ha sufrido en la modernidad, en sí
misma, una amputación o inversión idéntica a la que he atribuido a la versión
falsificada de Cristo en lo dogmático. La Caridad ha sido “cortada” de la
Trascendencia, es decir, de la relación “vertical” al Padre. Con lo cual ha
quedado corrompida en su misma esencia de virtud teologal, tal como era para el
cristianismo ortodoxo. En éste, el mandato de amor que le es propio, se dirigía
primordialmente a Dios-Padre. Sólo a partir de allí se hacía extensivo,
“horizontalmente”, a los hermanos. La “nueva” caridad en cambio, inmanentizada,
suprime desde luego aquella orientación primera y fundante, para dirigirse
exclusivamente a los hombres. Esto es el “fraternalismo”, o la “filantropía”,
en los que la masonería centrara su ideario, y que hoy se ha hecho extensivo al
total de la humanidad civilizada, y penetrado en la propia Iglesia. Que tales
“valores” constituyen una versión degradada de la caridad cristiana, lo prueba
el hecho de su impronta universalista.
Porque, en efecto, un mandato de amor humano universal está ausente en toda
moral o cultura que no haya estado impregnada por la moral evangélica [ Nota 86: Exceptuando el estoicismo romano, de
inspiración universalista, aunque de fuente filosófica y no religiosa.]
8.- Ahora
bien, más allá de la referida inversión de la caridad en sí misma, quiero
destacar aquí la incidencia de dicha alteración sobre el orden ético total. O
sea, su relación con las demás virtudes. Porque es aquí donde, a mi entender, radica la causa de la
especial condición de la ética moderna, que culmina hoy en la
des-estructuración moral, y a la que considero como una “ruina” terminal e
irreversible, una “abolición del hombre”.
El “gozne”
donde se articula el influjo de esta caridad pervertida sobre la entera
moralidad, es el de la relación de la misma con la Ley.
9.- Como es bien sabido, el mensaje evangélico
(la Buena Nueva) introdujo una connotación decisiva sobre el orden moral,
consistente en la afirmación de la primacía del Amor sobre la Ley. Con esto,
Cristo no innovó, porque eso mismo estaba prescripto en el Antiguo Testamento (Lc.
10, 26).
Se limitó a refrendarlo, como Sumo Profeta e
Hijo de Dios que era, en el ambiente de una cultura moral que lo había echado
al olvido, a favor de un demencial rigor legalista. Fue, precisamente, al tiempo
de Su Venida que dicho legalismo había alcanzado su máxima extremosidad, sobre
todo en la secta de los fariseos.
En éstos, la observancia de la Ley, exhibida
como signo de santidad, había arribado a extremos de minuciosidad o casuismo
que la convertían en impedimento para alcanzar la verdadera justicia.
El legalismo se convertía así, por la
malicia humana, en obstáculo para el logro de los fines de la Ley. [Nota 87: Este
fin es la Justicia como integridad moral, y supone una asunción o “encarnación”
de la Ley en la subjetividad (ver más adelante, la Justicia Legal). Por su
parte, el “rigorismo” legal suple aquella integración sincera, por la
multiplicación al infinito de las prescripciones legales y el “exteriorismo”.]
10.- Esta circunstancia
histórica, la desviación legalista, frente a la cual el Señor encarece la
primacía del amor –ignorada o acallada por quienes hoy apelan a ella–, explica
el hecho de que nunca Nuestro Señor, en sus repetidos encomios sobre la
Caridad, haya eludido, y ni siquiera atenuado, la exigencia del cumplimiento de
los mandatos de la Ley para el logro de la justificación y del mismo ingreso al
Reino. Muy al contrario, si el Señor encarece las exigencias del Amor, también
encarece severamente los mandatos de la Ley.
Así en Mt. 5, 18: “Ni una iota ni un
tilde de la Ley dejará de cumplirse [...] si vuestra justicia no supera a la de
los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” [Nota 88: Y en
muchísimos otros lugares, donde Cristo –el dulce Cristo– se muestra como un rigurosísimo
celador de la Ley, condenando en los fariseos, no siempre lo que predicaban,
sino el no practicar lo que predicaban. Ver Mt. 23, 3]
Del mismo modo, los apóstoles enfrentados
a un recrudecimiento del rigor legalista entre los sectores judaizantes de la
nueva Iglesia, se cuidaron muy bien de menospreciar la necesidad de la Ley, al
tiempo que recalcaban la supremacía de
la Gracia para obtener la justificación [Nota 89: Cfr., entre otros, S. Pablo, Ad Rom. 7. ]
No podría ser de otro modo, ya que la
Ley, tanto como el Amor, proceden de la misma fuente: Dios. El que por amor
ha creado al hombre, es el mismo que por
la Ley provee a su justificación, orientándolo en el uso de su libertad.
11.- Y es que la ley es la norma operativa que se
sigue de la esencia de la creatura racional. Es el dictamen que la razón
enuncia respecto de “lo debido” y “lo vitando” para un ser racional; quien, por
serlo, es libre de actuar una cosa o la otra. Libertad y ley son términos
correlativos,
que se fundan
en la racionalidad. Así pues, el orden legal pertenece a la esencia del hombre
en tanto hombre, es decir, en tanto que animal racional y libre.
12. El hombre está, pues, sujeto a la ley, aún en
el supuesto de que su naturaleza fuera inocente. Aunque no hubiera habido
pecado original, existiría la ley. Pero lo que ha modificado el tipo de imperio
de la ley sobre el hombre ha sido, precisamente, el Pecado.
A partir de
él, la ley ha pasado a ser, para el hombre, penosa y dura. Porque el pecado ha
introducido una tendencia a la conducta contraria a la ley, violatoria de la
ley, o “transgresora”. La ley se ha hecho coactiva y violenta porque, siendo el
dictamen racional sobre la conducta, enfrenta a una voluntad inclinada contra
la razón [
Nota 90: Lo violento” es lo que contraviene una tendencia natural. Y así la Ley
es violenta, no porque contradiga a la naturaleza originaria, sino a la
tendencia depravada, que se ha hecho con-natural al hombre después del Primer
Pecado. Ver cita siguiente, de S. Pablo.]
13.- Esta
condición pecadora del hombre en relación con la Ley explica dos cosas. Por un
lado, el hecho de que en la historia común de los pueblos gentiles, su acceso a
la condición legal –es decir política– pese a su efecto perfectivo, se acompañaba
siempre de un conflicto fatal, dada la rebeldía del súbdito que se justificaba
a sí misma por la injusticia y el error de las leyes. Pero en el pueblo elegido
fue distinto.
Supuesta la inerrancia y santidad del
Legislador, la rebeldía del súbdito tomaba el atajo de la obediencia fingida.
En este caso, el cumplimiento de los mandatos legales no trascendió de una
observancia meramente exterior, sin que el sujeto adhiriera a la intención de
la Ley, con un compromiso vital. En ambos casos se denota la misma intención
pecaminosa: eludir el mandato legal.
14.- De este modo, el legalismo judaico se
revelaba, no sólo tremendamente duro para los observantes, sino ineficaz para
el cumplimiento de los fines de la Ley. El fin –o “intención”– de la ley, no es
otro que la plenitud moral de la naturaleza humana. La ley no puede ser mala en
sí misma, porque es la “guía” que orienta al hombre a su perfección. Sólo que
es dura, dura y coactiva; pero esto, sólo porque el hombre es malo. Mejor
dicho, está “maleado” en su inclinación, desde el pecado original [Nota 91: “Porque sabemos que la Ley
es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé
lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Si, pues, hago lo que no quiero,
reconozco que la Ley es buena [...] Porque me deleito en la Ley de Dios según
el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley
de mi mente y me encadena a la ley del pecado” (Rom. 7, 14 ss.) Y estas palabras
del Apóstol hacen eco a lo que es una constatación común en todos los hombres y
en todas las culturas: la rebeldía interior a seguir los dictados de lo que se
sabe bueno. “Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor” (“Video meliora
proboque, deteriora sequor”, Ovidio, Metamorfosis, 7).]
15.- En este contexto de una Humanidad pecadora,
para la cual aquello que fue pensado para su plenitud (la Ley) se había
convertido en un pesado fardo de cumplimiento casi imposible, incide la Buena
Nueva cristiana, que reitera la primacía del Amor sobre la Ley. Se entiende, sin
embargo, que “supremacía” no equivale a abolición, sino al contrario: “No he
venido a abrogar la Ley [...] he venido a consumarla” (Mt. 5, 17). Las
directivas de la ley deben cumplirse, son el marco de conducta para un ser de naturaleza
racional. Si su cumplimiento se ha hecho prácticamente imposible, la “culpa” no
es de la ley, sino del hombre, que se inclina al mal desde el pecado.
16.- Pero lo que el hombre no puede por las obras
de su naturaleza “maleada”, lo puede por el Amor. Ésta es la enseñanza moral de
Cristo, que se resume en estas palabras: “El que ama, ha cumplido toda la Ley”
(Rom. 13, 8) [Nota
92: O, en S. Pablo: “el amor es la plenitud de la Ley” (Rom. 13, 10). Y, aun,
este efecto del amor haciendo eficaz a
la Ley, es lo aludido en el texto que completa al anterior, de Rom. 7: “pero
siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena
al pecado [...] ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor”. “Pues lo que a la Ley era
imposible [...] Dios, enviando a su propio Hijo [...] condenó el pecado en la
carne, para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros” (ibid, 8).]
17.- Sin embargo, es preciso establecer de qué
“Amor” se está hablando. Porque no se está hablando del amor o de “los amores”
humanos. Todos éstos, a fuer de naturales, han quedado maleados por la
inclinación pecaminosa de la naturaleza. El Amor del que se habla, el amor al
que Cristo se refiere al refrendar su supremacía sobre la Ley, no es un amor “humano”.
Es el Amor Divino. Es el Amor de Dios [Nota 93: “Amor de Dios” tiene dos sentidos, y
ambos se aplican: “de Dios”, en cuanto tiene a
Dios por
objeto; y “de Dios”, en cuanto que procede de Él.]
18.- Es el
Amor infundido en nosotros por el Espíritu Santo. No pertenece a la naturaleza.
Es un don “sobreañadido” a la naturaleza, gratuito. Que el hombre no puede
actuar por sí mismo, sino sólo pedir, y, una vez recibido, colaborar acompañando
su moción. Éste es el Amor que la Iglesia, para no inducir en confusiones con
algún amor humano, siempre llamó “Caridad”.
Sólo este
Amor puede entenderse que se sobreponga a la Ley. Porque es el Amor que “cumple
toda la Ley”, ya que es amor al mismísimo Autor de la Ley.
19.- Bajo la
Caridad, el cumplimiento de la Ley se ha hecho posible. Más aún, se ha hecho
“fácil”: “Mi yugo es suave, y mi carga liviana” [Nota 94: 94 Sin duda, ello es así
para el que ama. Pero en sí mismo, este amor, el amor de Caridad, no es fácil.
Es, en realidad, imposible al hombre pecador por sus propias fuerzas. Está
dicho: Dios lo da. Pero, del lado del hombre, presupone una violencia mucho más
dura que todos los cumplimientos legales: la methanoia o conversión del corazón.
La “circuncisión del corazón” o, como dice más fuerte Castellani, el degüello
del corazón.]
Porque la conducta de quien cumple, por
amor, los mandatos de la Ley, es la propia del hijo, el cual obedece a la
voluntad del padre por amor al padre, y no como el esclavo, que cumple la
voluntad del amo coaccionado por el temor. Y así también es libre, como que es
hijo y no esclavo. El tema de la libertad de los cristianos bajo la Caridad,
enfrentada a la esclavitud de los judíos bajo la Ley, es recurrente en la
enseñanza de los apóstoles, frente a los conatos de retorno al viejo legalismo
judaico en las primeras comunidades.
Ésta es la doctrina que señala la primacía de
la Caridad sobre la Ley, tal como salió, incorrupta, de los labios de Cristo.
Ella se acompaña del reconocimiento de la ineludibilidad en el cumplimiento de
los preceptos de la Ley, a la que no invalida sino que, al contrario, confirma
y hace eficaz [Nota
95: Hay que decir, sin embargo, que esto de “hacer cumplible” a la Ley, no es
el fin primario de la Caridad. Su fin primordial es, sencillamente, el amor a
Dios por sí mismo. Pero de ese amor resulta la perfección ética por el
cumplimiento de la Ley. Porque Dios nos quiere perfectos, como Él es perfecto:
“Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto” (Mt. 4, 48; I Pe. 1, 16).]
20.- Si me he detenido en estas reflexiones sobre la
doctrina auténtica de la Caridad en relación con la Ley, es porque, como he
dicho, de la corrupción de la misma ha resultado la extrema perversión moral de
la naturaleza humana que hoy vivimos. Expresaré sintéticamente lo que quiero
decir, para después desarrollarlo.
21.- La corrupción de la Caridad –una Caridad
prostituida– ha sido la causa de la perversión del alma del Occidente ex
cristiano, porque de la afirmación de su primacía sobre la Ley se ha pasado
aviesamente a la de su oposición a la Ley. Se la constituyó, así, en el alma de
la Anomia moral. “Corruptio optimi, pessima”. La vulneración de la cabeza, o corona,
de la excelsa moral cristiana, ha arrastrado en su corrupción a la más profunda
degradación moral del hombre. Obra maestra, ésta, del Demonio y de su vicario
en la tierra, el Anticristo.
La perversión de la virtud señera del
cristianismo ha conducido a la frustración del Plan de Dios sobre el hombre, al
hombre “demonizado”.
* *
*
22.- Me aboco, pues, al análisis de esto mismo. Al
“cómo” de esta inducción de corrupción ética total, por medio de la caridad
pervertida.
Empecemos por
considerar que la Caridad, en la óptica de la doctrina ortodoxa, es “cabeza” de
todo el orden ético. Es virtud “señera”. Lidera a todas las virtudes.
23.- Hay un texto en el que Santo Tomás completa,
desde la perspectiva
sobrenatural,
la concepción ética natural de Aristóteles: es el de la Summa Theologiæ, II-II
q. 58. Allí el Aquinate “analoga” la función de la Caridad en el orden de las
virtudes con la que Aristóteles atribuye, en la Ética Nicomaquea (1.V, 1129b
19), a la Justicia legal.
En la visión ético-filosófica, puramente
natural, del Filósofo, es la Justicia Legal la virtud suprema y “líder” de
todas las virtudes. Es una virtud “general”, porque siendo en sí misma una
virtud específica, mueve por imperio a todas las demás virtudes, ordenándolas
al bien común. Del mismo modo que la Caridad –completa Santo Tomás– ordena a
todas las virtudes al bien divino.
24.- Este paralelismo al que acude Santo Tomás es
sumamente esclarecedor. La Caridad es “cabeza” y “líder” de todo el orden
virtuoso en la nueva economía sobrenatural del amor. La Justicia Legal es, por
su parte, “cabeza” y “líder” del orden virtuoso en el orden natural, ya que
“ordena” –en los dos sentidos: “dispone” e “impera”– a todas las virtudes
naturales al bien común. Pero su pauta o medida es la Ley, no el Amor, porque
es por la Ley que los actos se ordenan al bien común.
25.- Precisa determinarse, pues, cómo ha jugado, y
cómo juega, la relación entre estas dos virtudes “líderes”, una del campo
natural y la otra del sobrenatural o de la Gracia. Ambas son, por supuesto,
virtudes, hábitos o “disposiciones operativas” que califican el alma del
sujeto.
Pero la Caridad es un don. Un don recibido
de lo Alto. La Justicia Legal, en cambio, se gesta por una dura labor humana.
Una labor en la que el hombre se va adaptando, habituando su voluntad al
cumplimiento de los dictámenes de la Ley. Porque tal es la Justicia: la
voluntad permanente de cumplir lo debido, el “deber”. Y por eso es, esta
Justicia, virtud “general”, pues requiere de las demás virtudes (fortaleza,
templanza, etc.) para poder cumplir lo mandado; y por eso las impera. Y quien
la posee se hace, sencillamente, justo, se “justifica”.
26.- Pero la Caridad es, ella también, virtud
“general”, en el sentido de
acompañarse
por las demás virtudes. Con esta diferencia sobre la Justicia
Legal: que su
“módulo” o medida no es la Ley, el dictamen racional, sino el Amor de Dios.
Quien la posee, cumple lo debido, no por respeto a la Ley, sino por amor de
Dios. Quien la posee se hace santo, se “santifica”.
¿Hay, acaso,
conflicto entre estas dos virtudes “generales y líderes”?
No. Porque no
hay verdadera separación entre el orden natural y el orden
de la Gracia.
Este último implica al primero. El santo es, de necesidad,
también
justo. Cuando la Caridad inhiere en el alma, la misma Justicia Legal, y todo el
orden virtuoso que la acompaña, queda sobre elevada, re-ordenada al amor de
Dios. Y es por el amor de Dios que se empiezan a cumplir sus mandatos. Y el
justo se hace santo.
27.- Pero
debe entenderse que esta relación entre las dos virtudes trasciende la quesería
una mera distinción y pacífica coexistencia entre los dos órdenes éticos, el
natural y el sobrenatural.
Es mucho más: hay verdadera unión, “matrimonio”,
en el cual el primero, sin perder nada de su especificidad, queda sobreelevado
y perfeccionado. Gratia non tollit naturam, Gratia perficit naturam.
28.- Se entiende así cuál puede ser el efecto de
una perturbación, en la “cabeza”, de un “matrimonio” así integrado, “coronado”
por la Caridad.
Corruptio
optimi pessima. O mejor: “por la cabeza se pudre el pez”.
La Caridad “inmanentizada”, el Amor “cortado”
de su orientación prioritaria hacia Dios, Supremo Legislador, y volcado a la
dirección “horizontalista” hacia los hombres, se convirtió en un dirimente para
la
violación de
los mandatos legales.
29.-
Así, por ser “cabeza” de todo el orden moral, la Caridad arrastró, en su
corrupción, a todas las virtudes. Pero ello no sin antes haber destronado a la
Justicia Legal, que era la que regía en su propio orden, el orden de la
moralidad natural.
La caridad
fue “catapultada” contra la Justicia legal. ¿Cómo? Convirtiéndose en dirimente
del acatamiento a los mandatos legales, que es el objeto y fin de la Justicia
legal, y a lo que sólo se accede a través de un duro trabajo perfectivo.
30.- Porque si la Caridad, como Amor de Dios en primer lugar, había motivado con nueva
fuerza el cumplimiento de los mandatos legales, al reconocerlo a Él como Sumo
Legislador, ahora, como mero “amor del hombre”, como caridad horizontalizada,
se convertía en cómplice de toda transgresión, y en condescendencia para toda
dimisión del esfuerzo perfectivo.
Se rompía, en suma, aquel matrimonio
entre la Caridad y la Justicia legal, por el cual todo el orden moral natural
quedaba sobreelevado y por cuyo medio el justo se hacía santo.
31.- Hay una
expresión en San Agustín, cuya intelección ilustra perfectamente ambos influjos
posibles de la Caridad, el sublimante y el corruptor. “Ama, y haz lo que
quieras”, dice el Hiponense.
Pero el santo lo dice con un clarísimo sentido
para el cristiano fiel. Porque allí significa,
en sentido ortodoxo, “si amas a Dios sobre todas las cosas... «lo que
quieras» será lo que Dios quiere”.
O sea, el
cumplimiento de Sus Mandatos, que lo son para tu verdadero bien. Porque Dios,
que es Sumo Legislador, es también Padre, y por eso los ha establecido, para tu
bien.
32.-Pero,
¿qué puede significar la máxima de San Agustín en un contexto en que la Caridad
ha sido inmanentizada, perdiendo su orientación primaria a Dios? Lo que con
toda seguridad sugiere al noventa por ciento de los cristianos de hoy día: que
“si amas... no a Dios sobre todas las cosas sino, sencillamente, si «amas»...
todo te está permitido, estás eximido del cumplimiento de los mandatos
legales”. El “haz lo que quieras” significa, sencillamente, “sigue tu capricho,
tu inclinación veleidosa”.
33.- Es
necesario imponerse de la extrema gravedad a la que ha conducido, en el hombre
occidental, este embate destructivo del “Amor” contra la Ley. De la Caridad
contra la Justicia legal. Por lo pronto, percatarse de que esto se produce, y
sólo puede producirse, en un contexto “cristiano”. Y que se trata de una total
evicción del normativismo ético. De una entera Anomia moral, resultante de la
interpretación perversa de la “primacía del Amor”.
34.- Ya me he referido a las notas que
caracterizan al especial tipo de corrupción moral del hombre actual,
“posmoderno”. No se trata de una
maldad mayor
o menor que el de otras épocas o culturas.
En todo
tiempo y lugar, los hombres han sido más o menos malos y buenos, pero, por la
existencia de la ley, tenían conciencia de serlo. Acá hay algo más, acá hay una
diferencia cualitativa. El hombre de la cultura actual es un hombre moralmente
des-estructurado. Desaparecida la pauta de la ley moral, ha desaparecido la
conciencia de pecado y de la gravedad de la conducta. Este hombre-sin-ley es
por eso también un hombre sin “esqueleto” y sin “nervio”: es el hombre light.
Y, por eso también, afectado por una
corrupción moral irreversible.
35.- Una
metáfora ayudará a comprender este efecto de la evicción de
la Ley sobre
el ethos del hombre moderno. La Ley, así como su mera observancia, puede ser
entendida como un módulo exterior al orden ético personal. En cuanto dictum
racional que es en sí misma, la Ley permanece extrínseca a la voluntad y a las pasiones.
A fuer de tal, es como el “tutor” del árbol en crecimiento, que impide su
desvío. Pero el árbol, desarrollado bajo su tutelaje, se adapta a su
direccionalidad y termina por asumirla. Al tiempo, puede ya prescindir de él.
Porque la ha “interiorizado”. Así, el hombre tutelado por la Ley termina por
encarnarla como hábito, como virtud. Tal es la virtud de la Justicia legal. Ya
no es, la Ley, un mandato exterior: el ethos personal la ha asimilado, y el
hombre se ha hecho, en cierto modo, la Ley [ Nota 96: San Pablo y Aristóteles –Revelación y
Naturaleza– coinciden en esto: para el justo no vigen las prescripciones
legales. Pero sólo porque él es la Ley, se ha hecho la Ley. “Cuando los
gentiles, guiados por la razón natural, sin Ley [se sobreentiende: sin la Ley
del Sinaí], cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos [...] son para sí
mismos Ley” (Rom. 2, 14). Y Aristóteles: “para hombres así no hay ley, pues
ellos mismos son la ley” (autói gar eisi nómos), Pol., III, 1284a 14).]
De este modo,
y siguiendo con la metáfora, si la Ley como dictum racional es tutora exterior
del organismo ético, la Justicia legal, o Ley interiorizada como hábito, es el
“esqueleto”, la “osatura” del organismo. El organismo no es sólo esqueleto, sin
duda; es también carne y músculo.
36.- El
hombre investido por la Justicia legal adapta los mandatos de la Ley
a las
circunstancias: atempera, establece excepciones, etc. Todo esto es
“carne”,
parte blanda. Pero la carne está adherida al esqueleto. La justicia legal, que
es voluntad permanente de adecuarse a los dictámenes de la Ley, es la que guía
tales adaptaciones. La sumisión a la Ley no resulta invalidada por el hecho de
adaptarse a las circunstancias de la existencia, cuando dicha “voluntad
permanente” existe.
37 .- A
partir de la evicción del principio legal, a partir de la Anomia moral, el
organismo de la moralidad humana ha quedado “des-huesado”, privado de
esqueleto. Luego, privado de su estructura rígida –la Justicia legal–, el entero
edificio de la moralidad ha colapsado. Ha desaparecido toda prestancia moral,
todo temple.
Esto es lo
que caracteriza a la perversión moderna. Esto es lo que la hace, además,
irreversible, o irrecuperable. El organismo privado de esqueleto no se puede
reincorporar.
38.- El
modelo del hombre “observante”, del hombre íntegro, ha quedado enteramente
desacreditado en nuestra época. Más aún, denostado, como
rémora
inadmisible de “rigorismo”, de rigorismo “legalista”. ¿Y quién puede dudar de
que esta condena al “legalismo” se inspira, más o menos lejanamente, en
consignas “cristianas”? La corrupción de la Caridad comenzó, sin duda, en el
mundo: en el mundo otrora informado por la moral evangélica. Se la llamó
“fraternalismo”, “filantropía” y, en sus efectos morales, “tolerancia”.
39.- Pero, más recientemente, como para confirmar
esta procedencia del cristianismo, la misma aberración ha sido acogida en la
propia Iglesia de Cristo, desguarnecida de las defensas magisteriales. Porque
en ella, en efecto, se estila apelar a la “primacía del amor” para justificar cualquier violación
de la Ley. Y no se trepida en emplear aviesamente las invectivas de Cristo
contra los fariseos, que cerraban la puerta de los Cielos a sus prosélitos por
exceso legalista. Ocultando el hecho evidente de que aquéllos hacían imposible,
por su escrupulosidad, el cumplimiento de los fines de la Ley, mientras que, en
el mundo que nos rodea, todo dictamen de orientación moral de la conducta –es
decir, toda ley– ha quedado anulado.
40.- Se “funcionaliza”, pues, a Cristo, contra la
Ley. Su mensaje de Caridad, que por la primacía del amor de Dios hacía posible
el cumplimiento de Sus Mandatos, es convertido en ocasión del total derrumbe
del ethos humano, por un permisivismo integral.
41.- Y, así, Cristo es hecho ocasión de pecado.
“Bienaventurado aquél
que no se
escandalizare en mí”, dice Jesús en Mt. 11, 6. Es el escándalo, u ocasión de
pecado, en el que Él mismo se podría convertir, por la malicia del
escandalizado. Aunque la expresión del Señor se aplica a distintas situaciones,
refiero aquí esta gravísima: tomar motivo de Su doctrina para inducir a pecado.
Expresión similar usa San Pablo con el mismo sentido: “si buscando ser
justificados por Cristo somos aún pecadores, ¿será que Cristo es ministro de
pecado?” (Gal. 2, 17).
42.- Nada, nada puede identificar mejor la acción
del Anticristo en nuestro tiempo, que esta tergiversación del Mensaje de
Cristo, esta corrupción de la enseñanza de la primacía del Amor, vuelta contra
los Mandatos del Padre y convertida en agente de la mayor perversión del hombre
que la historia haya conocido. Del más eficaz obstáculo al logro de la perfección
ética del hombre. Del derrumbe, de la ruina de su organismo moral. De la
abolición del hombre y, por ende, del fracaso del proyecto divino sobre él,
objetivo último de Satanás.
*
* *
43.- Sin embargo, la referida perversión de la
Caridad, que conduce al desprecio de los mandamientos legales bajo el aval de
un amor horizontalista, no es enteramente nueva en la historia del
cristianismo. Sin llegar a los extremos que hoy conocemos, esa misma actitud
vio la luz en
los inicios
de la Iglesia, bajo la forma de una de las primeras herejías. Fue la herejía de
los “nicolaítas” también llamados “anti-nomistas”.
[Nota 97: Es
sintomático que haya sido ésta una de las primeras herejías. Ello indica que se
trata de una desviación “casi natural” de la moral cristiana. Y es igualmente
sintomático que la misma rebrote hacia los finales, como signo de la acción del
Anticristo. Porque dice Juan en los inicios: “Hijitos, ésta es la hora
postrera, y como habéis oído que está para llegar el anticristo, os digo ahora
que muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora
postrera” (I Jn. 2, 18).]
44.- Es decir, la herejía de los contradictores u
opositores de la Ley. Esta oposición se justificaba, como la de hoy, en una
aviesa interpretación de la primacía de la Caridad sobre la Ley. Ello daba
motivo para el mayor libertinaje, con preferencia –como es de norma– en el
campo de la conducta sexual. A ellos, o a los gérmenes de esta herejía, parece
aludir
San Pablo
cuando, en su carta a los Gálatas, previene a los fieles:
“Vosotros,
hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado
con tomar
la libertad por pretexto para servir a la carne” (Gal. 2, 13).
45.- Y que el tema del cumplimiento de la ley
moral aparecía cuestionado
por la nueva
ley del amor, parece sugerido cuando el apóstol reafirma:
“No os
engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros ni
los
invertidos, ni los sodomitas, ni los ladrones ni los avaros [...] poseerán
el reino
de Dios” (I Cor. 6, 9).
46.- E, igualmente, Pedro parece referirse a los
mismos herejes que, como
“falsos
doctores”,
“atraen a
los deseos carnales a aquellos que apenas se habían apartado de los que viven
en el error, prometiéndoles la libertad” (II Pe. 2, 19).
47.- Pero es quizás San Judas quien, con mayor
evidencia, apunta al pretexto de la Caridad como agente de inmoralidad, cuando
en su Epístola advierte sobre [algunos] “que disimuladamente se han
introducido [...] que convierten en lascivia la gracia de Nuestro Dios. [Los
cuales] son deshonra de nuestros ágapes” (Jud. 4 y 11).
48.- Todas las citas revelan la existencia, en el
seno de la comunidad cristiana, de lo que parece ser un desvío casi natural en
ella: tomar pretexto en la “libertad de los hijos de Dios” –es decir, del amor
de Dios que nos hace hijos– para el libertinaje, despreciando los mandatos de
la Ley.
Casi natural,
digo, ya que hace eclosión desde los primeros pasos de la vida de la Iglesia.
Allí fue, sin embargo, prontamente reprimida, como lo sugieren las advertencias
apostólicas mencionadas, y como aparece refrendado en la visión profética del
Apocalipsis, donde el “nicolaitismo”
tiene el
“privilegio” de ser la única herejía mencionada, y condenada por el Señor por
boca de Juan.
En efecto, en
la carta dirigida a la primera Iglesia, la de Éfeso, luego de algún reproche,
se le dice: “tienes esto a tu favor: que aborreces las obras de los
nicolaítas, como las aborrezco yo” (Ap. 2, 6).
49.- Porque interesa destacar esta condición
inaugural, en la vida de la Iglesia, de esta herejía moral por la que la
Caridad es esgrimida como dirimente de las observancias legales y vehículo de
corrupción moral.
El
“nicolaitismo”, o “anti-nomismo”, representa el typo de lo que vemos
madurar hoy,
como antitypo, en las postrimerías del ciclo cristiano.
50.- Surgido con la joven Iglesia, al tiempo de un
desarrollo incipiente de la doctrina, fue, sin embargo, allí, prontamente
advertido y combatido por un Magisterio fiel y vigilante. Latente durante toda
la historia posterior, y “encorsetado” por una doctrina inequívoca, vuelve a
aflorar en nuestros
días,
coincidiendo con un manifiesto debilitamiento y deterioro de la doctrina
ortodoxa, resultado del descuido de la autoridad magisterial.
Sin embargo,
el “nuevo nicolaitismo” es muchísimo más grave que el antiguo.
51.- Para empezar, si el viejo podía ser
denominado “anti-nomismo”, éste de hoy es, más bien, un “a-nomismo”. Quiero
decir con ello que ya no se expresa como un desafío a la Ley, o como oposición
a la Ley en cuanto blanco del ataque. Porque hoy la Ley, sencillamente, ha
desaparecido,
o tiende a
desaparecer.
52.- La otra circunstancia que diferencia al viejo
“nicolaitismo” del actual, es la que ya sugerí. El primero respondía a una
situación de inmadurez de la doctrina católica. Como ocurrió en relación con
todas las herejías, también en ésta el dogma fue madurando, a tenor de la
respuesta ortodoxa por parte de un magisterio vigilante frente a las
desviaciones.
53.- Hoy, en cambio, la herejía rebrota en una
situación de vetustez de la
Iglesia, cuyo
magisterio se excusa de corregir o, peor aún, acompaña
a la herejía
y la alienta.
54.- Insensiblemente he derivado de la descripción
de la situación moral en la sociedad mundana al análisis de su motivación en el
seno de la Iglesia. Pero es porque la situación por la que atraviesa el Mundo
bajo este aspecto es efecto –efecto deletéreo sobre la humanidad– de una herejía
cristiana. Paradojalmente, y pese a sus protestas de ateísmo y de repudio de la
tradición cristiana, el Mundo sigue siendo tributario del cristianismo.
Tributario, claro que con esta connotación: heredero de la perversión del
cristianismo.
55.- La tremenda abyección moral en la que ha
caído el hombre occidental no hubiera sido posible en una civilización pagana
que no hubiera conocido el Mensaje de Cristo. Porque ninguna civilización tal
hubiera antepuesto el amor, a los mandatos de la ley. Lo cual, al tiempo que
hace posible arribar a las cumbres más altas de la perfección humana, arriesga
sepultar al hombre en la más abismal abyección.
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