viernes, 28 de febrero de 2014

EL APOCALIPSIS Y LA MISA - Scott Hahn [1 de 3]


La Misa: Clave del Apocalipsis. 
El Apocalipsis: Clave de la Misa.

"Una clave maravillosa para comprender la Misa es el libro bíblico del Apocalipsis; y, viceversa: la Misa es el único camino por el que un cristiano puede encontrarle verdaderamente sentido al Apocalipsis".
 
Sobre esta relación entre la Santa Misa y el Apocalipsis que se iluminan mutuamente ha escrito ha escrito un libro el pastorScott Hahn calvinista convertido al catolicismo. El libro se titula: “La cena del Cordero. La Misa, el cielo en la tierra”.  


Esta íntima relación entre la Misa y el Apocalipsis puede parecernos extraña a los católicos, porque durante muchos años lo hemos estado leyendo o bien oyendo leer al margen de la tradición católica. 
“Mira que estoy a la puerta y llamo:
si alguno escucha mi voz y abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo […] 
Después tuve una visión: una puerta abierta en el cielo”
(Apocalipsis 3, 20; 4,1)

"De todas las realidades católicas, no hay ninguna tan familiar como la Misa.
Con sus oraciones de siempre, sus cantos y gestos, la Misa es como nuestra casa. Pero la mayoría de los católicos se pasarán la vida sin ver más allá de la superficie de unas oraciones aprendidas de memoria. Pocos vislumbrarán el poderoso drama sobrenatural en el que entran cada domingo. Juan Pablo II ha llamado a la Misa «el cielo en la tierra»[1], explicando que “la liturgia que celebramos en la tierra es una misteriosa participación en la liturgia
Celestial”[2].
Refiriéndose a las liturgias orientales, Juan Pablo II decía que: el sentido de la liturgia es particularmente viva entre los hermanos orientales. Para ellos la liturgia es de verdad el cielo “sobre la tierra”. Es la síntesis de toda la experiencia que nace de la fe. Es una experiencia totalizante, que toca a la persona humana en su totalidad, espiritual y corpórea. Todo va dirigido, en la acción sacra, a expresar “la divina armonía y el modelo de la humanidad transfigurada”: las formas del templo, los sonidos del canto y de la música, los colores, las luces, los perfumes. La misma duración de tiempo prolongado de las celebraciones y las repetidas invcocaciones, expresan el progresivo ensimismarse de la persona en el misterio que se celebra”[3].
            En realidad, lo que sucede en la liturgia bien celebrada y bien vivida es una salida del tiempo, del cual no se nota la duración. Y ese acontecer sin duración es precisamente un pregusto de la eternidad.

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