(1ª de 7)
¡NECESARIAMENTE MILAGROSAS!
Comidas de alianza de hospitalidad
Las multiplicaciones de los panes[1] son episodios de alianza de hospitalidad. Jesús actúa en ellos como el anfitrión que da de comer a sus invitados. Necesariamente es Jesús el que da de comer a la muchedumbre. Por eso, la interpretación moralizante, según la cual lo que sucedió en realidad es que siguiendo el ejemplo del joven (Jn 6,9) todos pusieron en común lo que traían, de modo que alcanzó y sobró, es totalmente ajena y contraria al sentido literal del texto bíblico. Si así fuera, no habría habido una comida de alianza servida por Jesús y sus discípulos a la muchedumbre. Quedaría totalmente desvirtuada la clara intención de todas las narraciones evangélicas de la multiplicación de los panes, tanto las sinópticas como la de Juan.
Se suele negar con ligereza su carácter milagroso.
Sin embargo se suele oír con creciente frecuencia una explicación de estos episodios, según la cual se trataría solamente de una invitación a ser solidarios y repartir entre todos lo que uno tiene, en vistas a aliviar la miseria o el hambre de todos. Esta explicación, soslayando unas veces y hasta negando otras veces, que haya tenido lugar una verdadera y propia multiplicación milagrosa de panes y peces, los reduce a un reparto entre todos de los alimentos que todos tenían, al estilo de lo que hoy se conoce como cena lluvia. Queremos mostrar cómo esta interpretación se aparta de la de los evangelistas. Ella introduce un sentido ajeno al texto y al contexto. Jamás se les ocurrió a los evangelistas que fuera posible semejante interpretación moderna. [O mejor dicho sí, es la misma ceguera de los que, incluídos los apóstoles, en el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, son ciegos para el mensaje religioso del milagro]
Esa interpretación, como las demás que suele introducir violentamente la exégesis racionalista en el texto evangélico, -para soslayar los hechos milagrosos, dados por imposibles y para darles una explicación naturalista-, desconoce el sentido literal y lo violenta, echando mano a un sentido extrabíblico, traslaticio o acomodado.
Por qué debió ser necesariamente milagrosa
y, si no: ¡carece de sentido!
La multiplicación de los panes es, para los evangelistas, muy al contrario, una concreción terrenal, adelantada, del Banquete del Reino, del que hablan varias parábolas de Jesús. En el Banquete del Reino, Dios es el que provee los manjares y la bebida para los invitados, en su carácter de Dios nutricio[2].¿Qué sentido tendría un Banquete del Reino, donde Dios invitara y no diera de comer? No tendría ningún sentido, sería un convite absurdo, donde tuviesen que ser los mismos invitados los que pusieran y repartieran sus alimentos y bebidas.
Que se trata de un banquete mesiánico lo da a entender, -por que lo da por supuesto-, Marcos, colocando la primera multiplicación de los panes (Cap 6) en claro paralelismo contrastante con otro festín regio: el banquete de Herodes donde se asesina al profeta.
Uno es el banquete del rey impío donde se sacrifica la vida del profeta y la palabra de la verdad de la cual es heraldo, y donde se “ceban” las pasiones y apetitos de un rey humano y de sus cortesanas y cortesanos: la lujuria, y el respeto humano como pasiones más propias del varón; la ambición y la intriga como pasiones más propia de la condición femenina.
Otro, es el banquete donde Jesús, movido a compasión, no por el hambre sino por la necesidad espiritual, instruye largamente a las muchedumbres que buscan a Dios. En ese banquete, la compasión de Jesús le parece a sus apóstoles insensible para las necesidades terrenas de sus oyentes, ya que se ejercita, hasta llegarles a parecer indiscretamente larga, en la enseñanza a un público que está con el estómago vacío. Sólo a instancias de los apóstoles Jesús pasa a ocuparse del hambre física de la muchedumbre. Pero al hacerlo, completa su obra nutricia y la corona con un banquete simbólico: un banquete de alianza de pan y sal, como los que eran comunes y conocidos en la cultura del antiguo oriente semítico.
[1] Marcos 6,30-44; 8,1-10 y paralelos: en Mateo 14, 13-23; 15, 32-38; en Lucas 9, 10-17; y en Juan 6, 1-15
[2] En