"Yo, la Sabiduría, derramé los ríos;
yo, como un canal de un río de ingentes aguas;
Yo [soy] como un acueducto [derivado] de un río,
y como una acequia salí del Paraíso.
Dije: regaré el huerto de mis plantíos,
y me embriagaré con el fruto de mi prado [variante: parto]"
(Eclesiástico 24, 40ss)
Entre las muchísimas definiciones que se han dado de la verdadera Sabiduría, el Apóstol Pablo dio una, particularmente cierta y verdadera, cuando dijo:
"Cristo es el poder y la sabiduría de Dios... y ha sido constituido por Dios en sabiduría nuestra" (1 Cor 1,24.30).
Con lo cual no quiso decir que sólo el Hijo sea Sabiduría; puesto que tanto el Padre como el Hijo, como también el Espíritu Santo, son una misma Sabiduría, así como son una misma esencia. Sino que la sabiduría se dice con cierta propiedad del Hijo, debido a que las obras de la Sabiduría parecen convenir mucho con las obras que son propias del Hijo.
En efecto,
por la Sabiduría de Dios se revelan las cosas ocultas de Dios, son producidas las obras de la creación, y no sólo producidas, sino restauradas y perfeccionadas: quiero decir con aquella perfección por la cual cada ser es llamado perfecto, en cuanto que alcanza su propio fin.
1) QUE LA REVELACIÓN DE LAS COSAS DIVINAS PERTENEZCA A LA SABIDURÍA DE DIOS, ES EVIDENTE:
por el motivo de que el mismo Dios se conoce a sí mismo en su Sabiduría.
Por lo cual, si nosotros conocemos algo de Él, es necesario que lo que de Él conocemos, venga de su Sabiduría, pues el conocimiento imperfecto viene del perfecto, por lo que dice el libro de la Sabiduría 9, 17: "¿quién conocerá tu voluntad si tú no le das sabiduría?".
Pues bien: este don o revelación sucede especialmente por medio del Hijo, pues es el Verbo del Padre, según dice S. Juan 1; por lo cual se ve que le es propia la revelación del Padre que se dice a sí mismo y de toda la Trinidad. Por esto dice Mt 11, 27: "nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quisiere revelar" y Jn 1,18: "A Dios nadie lo vio jamás, sino el Unigénito que está en el seno del Padre".
Por eso se dice con verdad de la Persona del Hijo: "Yo, la Sabiduría derramé los ríos". Entiendo por estos ríos, el fluir de la Procesión eterna, por la cual, de manera inefable, procede del Padre el Hijo, y el Espíritu Santo de ambos. Estos ríos (de la procesión eterna) estaban antes ocultos y como confundidos en la semejanza de las creaturas, o también en los enigmas de las Sagradas Escrituras, de tal manera que apenas algunos sabios pudieran alcanzar por la fe el misterio de la Trinidad. Vino el Hijo de Dios, y como que derramó aquellos contenidos ríos, publicando el Nombre de la Trinidad: "Enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Por lo cual dice Job: "escrutó la profundidad de los ríos y sacó a luz las cosas ocultas" (Job 28, 11).
Y de esto trata la materia del primer libro.
2) LO SEGUNDO QUE TOCA A LA SABIDURÍA DE DIOS ES LA PRODUCCIÓN DE LAS CREATURAS.
Porque Él, tiene una Sabiduría de las cosas creadas que no sólo es especulativa, sino también práctica, como la que tiene el artista o artesano de sus creaciones. Por lo que dice el Salmo "Todo lo hiciste con Sabiduría" (Sal 103). Y en los Proverbios dice la misma Sabiduría: "Estaba con Él, haciéndolo todo" (Prov. 8, 30).
Y esto también se encuentra atribuido en forma especial al Hijo, en cuanto que es imagen de Dios invisible, según cuya forma todo recibió forma. Por eso dice Col 1,1 5: "Que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura, pues en Él fueron fundadas todas las cosas". Y Jn 1,3: "todas fueron creadas por Él".
Por lo tanto, se dice con razón de la persona del Hijo: "Yo soy como un canal de un río de ingentes aguas". Con lo cual se apunta tanto al orden como al modo de la creación.
Al orden: pues así como el canal deriva del río, así el proceso temporal de las creaturas, deriva del proceso eterno de las Personas divinas. Por lo cual dice el Salmo 148,5: "Dijo y fueron hechas". Esto es: Dijo, que es: engendró al Verbo, en el cual estaba el que se hiciera (in quo erat ut fieret), según explica San Agustín (De Genesi ad Litteram 1,2). Pues siempre lo que es primero es causa de lo que es después, según Aristóteles (2 Metaf. 4). Por lo que el primer proceso es causa y razón de toda procesión ulterior.
En cuanto al modo, se significa en relación a dos términos: es decir:
1) de parte del Creador, que aunque llene todas las cosas (como el agua el canal o el lecho del río) no es conmensurable con ellas, y esto se señala diciendo: inmensas, ingentes aguas.
2) Y de parte de la creatura, porque así como el canal procede del cauce del río, así la creatura procede de Dios, pero fuera de la unidad de la Esencia, en la cual está como en su propio cauce, la procesión de las Personas divinas. Y de esto se ocupa el segundo libro.
3) LO TERCERO QUE TOCA A LA SABIDURÍA DE DIOS ES LA RESTAURACIÓN DE SUS OBRAS.
Porque una cosa debe ser restaurada por aquello mismo por lo que fue hecha. Y lo que ha sido hecho por la Sabiduría debe ser reparado por ella. Como dice Sabiduría 9, 19: "Por la Sabiduría fueron sanados los que te agradaron desde un principio".
Pues bien, esta reparación fue hecha de manera especial por el Hijo en cuanto que éste se hizo hombre, y reparado el estado del hombre, reparó de alguna manera todo lo que había sido creado para el hombre, por lo cual dice Col 1,20: "Reconciliando por Él todas las cosas, en los cielos y en la tierra"
Y por esto se dice con razón de la persona del Hijo: "Yo [soy] como un acueducto [derivado] de un río, y como una acequia salí del Paraíso". Este Paraíso es la gloria del Padre, desde donde se derramó en el valle de nuestra miseria. No perdió su gloria. Esta se ocultó. Por lo cual dice Jn 16,28: "Salí del Padre y vine al mundo". Y acerca de este salir, hay que notar dos cosas: 1) el modo; 2) el fruto.
Pues el acueducto es un torrente impetuosísimo, con lo cual se describe el modo, que fue con un ímpetu de amor, como Cristo consumó el misterio de nuestra reparación. Por lo cual dice Isa 59,19: "habiendo venido como un torrente impetuoso y empujado por un Espíritu de Dios".
Y al fruto alude la frase: "como una acequia". O sea como éstas se separan y dividen a partir de un mismo origen para fecundar el terreno, así Cristo, del cual fluyeron diversidad de gracias para implantar la Iglesia, según se dice en Ef 4,11: "A unos dio el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores, para la consumación de los santos en la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo".
Y a esto toca la materia del tercer libro, en cuya primera parte se trata del misterio de nuestra reparación y en la segunda de las gracias que nos otorgó Cristo.
4) LO CUARTO QUE PERTENECE A LA SABIDURÍA DE DIOS, ES LA PERFECCIÓN, O EL PERFECCIONAMIENTO, CON EL QUE LA CREATURA SE CONSERVA PARA SU FIN.
Pues quitado el fin, sólo queda la vanidad, cosa que la Sabiduría no tolera; por lo que dice Sabiduría 8,1 que la Sabiduría: "abarca fuertemente de un extremo al otro y todo lo dispone suavemente". Cada cosa, cada uno, se dice que está dispuesto cuando está colocado en aquel fin al cual tiene por naturaleza.
Y esto también pertenece de modo especial al Hijo, quien siendo el Hijo verdadero y natural de Dios, nos introdujo en la gloria de la herencia paterna, según Hebr. 2,10: "Convenía que Aquél por quien fueron creadas todas las cosas, llevara muchos hijos a la gloria".
Por esto se dice bien: "regaré el huerto...". Pues para conseguir el fin, se exige una preparación que quite lo que no ayuda para obtenerlo. Así Cristo, preparó la medicina de los sacramentos, que, curando la herida del pecado, nos introduce en la meta de la gloria.
Por lo cual, en lo dicho notemos dos cosas:
1) la preparación por los sacramentos;
2) la introducción en la gloria.
Lo primero lo sugieren las palabras: "dije: regaré el huerto", o sea la Iglesia, según el Cantar 4,12: "Huerto cerrado, hermana, esposa mía", en la cual hay variados plantíos: los diversos órdenes de santos, plantados por la mano de Dios. Y este huerto lo riega Cristo con los ríos de los sacramentos, que brotaron de su costado. Por eso, encomiando la belleza de su Iglesia dice en Num 25,5: "¡Qué bellas son tus tiendas Jacob!" Y sigue: "como huertos junto a ríos abundantes". Y los ministros de la Iglesia riegan (1 Cor 3,6): "Yo planté, Apolo regó".
Y la introducción en la gloria: "me embriagaré en el fruto de mi parto" [o prado: San Tomás escoge aquí y comenta una variante textual, que lee partus en vez de pratus]. Cristo engendró a sus fieles como una madre, con su dolor. Dice Isa 66,9: "Acaso yo que hago dar a luz ¿no daré a luz yo mismo?". El fruto de la fecundidad de Dios son los santos que están en la gloria, Cant 5,1: "Vendrá mi amado y comerá el fruto de sus manzanos". Estos santos están embriagados de gozo, Salmo 35,9: "Se embriagarán en la abundancia de su casa". Se la llama embriaguez, porque excede toda medida de la razón o del deseo, Isa 64, 4: "Ni ojo vio, Señor, fuera de ti, lo que tienes preparado a los que te buscan". Y aquí se toca la materia del cuarto Libro (1. Sacramentos y 2. Resurrección).
Y queda clara, por lo dicho, la intención del libro de las Sentencias de Pedro Lombardo.
(Traducción del P. Horacio Bojorge)
1) QUE LA REVELACIÓN DE LAS COSAS DIVINAS PERTENEZCA A LA SABIDURÍA DE DIOS, ES EVIDENTE:
por el motivo de que el mismo Dios se conoce a sí mismo en su Sabiduría.
Por lo cual, si nosotros conocemos algo de Él, es necesario que lo que de Él conocemos, venga de su Sabiduría, pues el conocimiento imperfecto viene del perfecto, por lo que dice el libro de la Sabiduría 9, 17: "¿quién conocerá tu voluntad si tú no le das sabiduría?".
Pues bien: este don o revelación sucede especialmente por medio del Hijo, pues es el Verbo del Padre, según dice S. Juan 1; por lo cual se ve que le es propia la revelación del Padre que se dice a sí mismo y de toda la Trinidad. Por esto dice Mt 11, 27: "nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quisiere revelar" y Jn 1,18: "A Dios nadie lo vio jamás, sino el Unigénito que está en el seno del Padre".
Por eso se dice con verdad de la Persona del Hijo: "Yo, la Sabiduría derramé los ríos". Entiendo por estos ríos, el fluir de la Procesión eterna, por la cual, de manera inefable, procede del Padre el Hijo, y el Espíritu Santo de ambos. Estos ríos (de la procesión eterna) estaban antes ocultos y como confundidos en la semejanza de las creaturas, o también en los enigmas de las Sagradas Escrituras, de tal manera que apenas algunos sabios pudieran alcanzar por la fe el misterio de la Trinidad. Vino el Hijo de Dios, y como que derramó aquellos contenidos ríos, publicando el Nombre de la Trinidad: "Enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Por lo cual dice Job: "escrutó la profundidad de los ríos y sacó a luz las cosas ocultas" (Job 28, 11).
Y de esto trata la materia del primer libro.
2) LO SEGUNDO QUE TOCA A LA SABIDURÍA DE DIOS ES LA PRODUCCIÓN DE LAS CREATURAS.
Porque Él, tiene una Sabiduría de las cosas creadas que no sólo es especulativa, sino también práctica, como la que tiene el artista o artesano de sus creaciones. Por lo que dice el Salmo "Todo lo hiciste con Sabiduría" (Sal 103). Y en los Proverbios dice la misma Sabiduría: "Estaba con Él, haciéndolo todo" (Prov. 8, 30).
Y esto también se encuentra atribuido en forma especial al Hijo, en cuanto que es imagen de Dios invisible, según cuya forma todo recibió forma. Por eso dice Col 1,1 5: "Que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura, pues en Él fueron fundadas todas las cosas". Y Jn 1,3: "todas fueron creadas por Él".
Por lo tanto, se dice con razón de la persona del Hijo: "Yo soy como un canal de un río de ingentes aguas". Con lo cual se apunta tanto al orden como al modo de la creación.
Al orden: pues así como el canal deriva del río, así el proceso temporal de las creaturas, deriva del proceso eterno de las Personas divinas. Por lo cual dice el Salmo 148,5: "Dijo y fueron hechas". Esto es: Dijo, que es: engendró al Verbo, en el cual estaba el que se hiciera (in quo erat ut fieret), según explica San Agustín (De Genesi ad Litteram 1,2). Pues siempre lo que es primero es causa de lo que es después, según Aristóteles (2 Metaf. 4). Por lo que el primer proceso es causa y razón de toda procesión ulterior.
En cuanto al modo, se significa en relación a dos términos: es decir:
1) de parte del Creador, que aunque llene todas las cosas (como el agua el canal o el lecho del río) no es conmensurable con ellas, y esto se señala diciendo: inmensas, ingentes aguas.
2) Y de parte de la creatura, porque así como el canal procede del cauce del río, así la creatura procede de Dios, pero fuera de la unidad de la Esencia, en la cual está como en su propio cauce, la procesión de las Personas divinas. Y de esto se ocupa el segundo libro.
3) LO TERCERO QUE TOCA A LA SABIDURÍA DE DIOS ES LA RESTAURACIÓN DE SUS OBRAS.
Porque una cosa debe ser restaurada por aquello mismo por lo que fue hecha. Y lo que ha sido hecho por la Sabiduría debe ser reparado por ella. Como dice Sabiduría 9, 19: "Por la Sabiduría fueron sanados los que te agradaron desde un principio".
Pues bien, esta reparación fue hecha de manera especial por el Hijo en cuanto que éste se hizo hombre, y reparado el estado del hombre, reparó de alguna manera todo lo que había sido creado para el hombre, por lo cual dice Col 1,20: "Reconciliando por Él todas las cosas, en los cielos y en la tierra"
Y por esto se dice con razón de la persona del Hijo: "Yo [soy] como un acueducto [derivado] de un río, y como una acequia salí del Paraíso". Este Paraíso es la gloria del Padre, desde donde se derramó en el valle de nuestra miseria. No perdió su gloria. Esta se ocultó. Por lo cual dice Jn 16,28: "Salí del Padre y vine al mundo". Y acerca de este salir, hay que notar dos cosas: 1) el modo; 2) el fruto.
Pues el acueducto es un torrente impetuosísimo, con lo cual se describe el modo, que fue con un ímpetu de amor, como Cristo consumó el misterio de nuestra reparación. Por lo cual dice Isa 59,19: "habiendo venido como un torrente impetuoso y empujado por un Espíritu de Dios".
Y al fruto alude la frase: "como una acequia". O sea como éstas se separan y dividen a partir de un mismo origen para fecundar el terreno, así Cristo, del cual fluyeron diversidad de gracias para implantar la Iglesia, según se dice en Ef 4,11: "A unos dio el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores, para la consumación de los santos en la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo".
Y a esto toca la materia del tercer libro, en cuya primera parte se trata del misterio de nuestra reparación y en la segunda de las gracias que nos otorgó Cristo.
4) LO CUARTO QUE PERTENECE A LA SABIDURÍA DE DIOS, ES LA PERFECCIÓN, O EL PERFECCIONAMIENTO, CON EL QUE LA CREATURA SE CONSERVA PARA SU FIN.
Pues quitado el fin, sólo queda la vanidad, cosa que la Sabiduría no tolera; por lo que dice Sabiduría 8,1 que la Sabiduría: "abarca fuertemente de un extremo al otro y todo lo dispone suavemente". Cada cosa, cada uno, se dice que está dispuesto cuando está colocado en aquel fin al cual tiene por naturaleza.
Y esto también pertenece de modo especial al Hijo, quien siendo el Hijo verdadero y natural de Dios, nos introdujo en la gloria de la herencia paterna, según Hebr. 2,10: "Convenía que Aquél por quien fueron creadas todas las cosas, llevara muchos hijos a la gloria".
Por esto se dice bien: "regaré el huerto...". Pues para conseguir el fin, se exige una preparación que quite lo que no ayuda para obtenerlo. Así Cristo, preparó la medicina de los sacramentos, que, curando la herida del pecado, nos introduce en la meta de la gloria.
Por lo cual, en lo dicho notemos dos cosas:
1) la preparación por los sacramentos;
2) la introducción en la gloria.
Lo primero lo sugieren las palabras: "dije: regaré el huerto", o sea la Iglesia, según el Cantar 4,12: "Huerto cerrado, hermana, esposa mía", en la cual hay variados plantíos: los diversos órdenes de santos, plantados por la mano de Dios. Y este huerto lo riega Cristo con los ríos de los sacramentos, que brotaron de su costado. Por eso, encomiando la belleza de su Iglesia dice en Num 25,5: "¡Qué bellas son tus tiendas Jacob!" Y sigue: "como huertos junto a ríos abundantes". Y los ministros de la Iglesia riegan (1 Cor 3,6): "Yo planté, Apolo regó".
Y la introducción en la gloria: "me embriagaré en el fruto de mi parto" [o prado: San Tomás escoge aquí y comenta una variante textual, que lee partus en vez de pratus]. Cristo engendró a sus fieles como una madre, con su dolor. Dice Isa 66,9: "Acaso yo que hago dar a luz ¿no daré a luz yo mismo?". El fruto de la fecundidad de Dios son los santos que están en la gloria, Cant 5,1: "Vendrá mi amado y comerá el fruto de sus manzanos". Estos santos están embriagados de gozo, Salmo 35,9: "Se embriagarán en la abundancia de su casa". Se la llama embriaguez, porque excede toda medida de la razón o del deseo, Isa 64, 4: "Ni ojo vio, Señor, fuera de ti, lo que tienes preparado a los que te buscan". Y aquí se toca la materia del cuarto Libro (1. Sacramentos y 2. Resurrección).
Y queda clara, por lo dicho, la intención del libro de las Sentencias de Pedro Lombardo.
(Traducción del P. Horacio Bojorge)
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