1.4. Los inefables bíblicos comunes a nuestras culturas
De ahí la dificultad de exponer y describir una cultura, que, como la bíblica, funda, en gran medida, a la cultura occidental. Aún después de que ésta ha tomado distancia de los aspectos explícitamente religiosos de sus raíces bíblicas, no le ha sido siempre posible tomar distancia de sus raíces más ocultas.
La crítica a las religiones, - por ejemplo - tan característica de la cultura occidental, implica, quizás, en el fondo, una actitud religiosa, no tan distante de lo que dentro del mundo bíblico fueron las críticas de los profetas, no sólo al sincretismo cultual, sino también incluso al culto ortodoxo del templo de Jerusalén.
Diríamos que la crítica a la religión proviene, en nuestra cultura, de la cultura bíblica. Occidente se la debe a esta raíz de su cultura; la hereda del mundo bíblico, aunque luego la desarrolle por sus propios caminos, incluso en contra de elementos de la tradición cultural bíblica.
Exploramos lo que las Sagradas Escrituras nos revelan acerca del parentesco divino, uno de los supuestos fundantes del mundo judeo-cristiano, que, junto con el mundo latino y el mundo griego, son las tres grandes corrientes culturales en las que abrevó la cultura occidental.
1.5. De los descensos
Lo que vengo diciendo, sobre las huellas de pensadores, filósofos e historiadores de la religión y de las religiones comparadas, se expresaba ya en la antigüedad con el patrón mítico de los descensos.
Para ocuparnos de los elementos fundantes de una cultura, de aquéllos que la hacen comprensible y de alguna manera revivible por el observador, hay que descender, hay que internarse en napas profundas que, por eso mismo, no son las que se explicitan ni con más frecuencia ni con más profusión.
Suelen estar rodeadas de discreto y aún de sagrado silencio [Véase también nuestro Estudio Preliminar a la obra del P. Alfredo Sáenz S.J., Las Parábolas Evangélicas según los Santos Padres, T.2: Las Parábolas de la Misericordia con el Prójimo Ed. Gladius, Bs. As. 1995, pp. 13-38.].
No hay que extrañarse, por lo tanto, de que, dentro de la cultura bíblica, el tema del Dios Pariente se haya explicitado tardíamente y más bien a consecuencia de la crisis cultural preexílica y exílica. Ni tampoco ha de extrañar que, debido al mismo hecho, este tema sea por lo general sobrevolado o apenas reconocido por las teologías bíblicas actuales. Para tratar de este tema, que sin embargo nos parece el corazón de la cultura bíblica, tendremos que iniciar algo así como un descenso. Con el arquetipo de los descensos, las culturas antiguas, expresaron la inefabilidad y la condición nefanda de sus presupuestos culturales más constitutivos e identificatorios, y, por otro lado, el deseo de ir a su encuentro y comprenderlos, sobre todo en los momentos de crisis.
La literatura del descenso, se vuelca en el molde de la epopeya, y desde el viaje de la diosa Inana a los Infiernos, pasando por la Odisea, la Eneida y la Divina Comedia, y entre nosotros por el Tabaré, está vinculada a los orígenes de la ciudad, a la figura arquetípica de sus fundadores.
Para encontrarse con las raíces pasadas de lo presente es necesario ir al encuentro de los que fueron. Como lo dice Zorrilla de San Martín al comienzo del Tabaré: "levantaré la losa de una tumba y adentrándome en ella, alumbraré la soledad inmensa".
No hay pleno encuentro con el presente si no es por el largo camino de su historia. No hay comprensión del destino de los que viven sin un encuentro iniciático con los que fueron. Lo que hemos intentado decir en términos actuales, lo decía ya, a su manera, el pensamiento mítico y poético.
En otro lugar hemos puesto como ejemplo de descenso, el poema Tabaré, de Juan Zorrilla de San Martín. Y hemos hecho notar allí que esa epopeya latinoamericana conduce, "por vías oníricas, hasta el conflicto de razas fundante de las actuales naciones iberoamericanas.
Conduce hasta los, a veces aún no digeridos pecados, agravios y rencores; que pueden sorprendernos con inesperadas y tan violentas como inexplicables erupciones. De esos pecados, que frustraron hermosas posibilidades humanas, nacerían las violencias y sufrimientos de inocentes que, para muchos observadores, son el baldón de estos pueblos.
El Tabaré, en su epicidad apenas disimulable bajo el atuendo de sus galas románticas, tiene algo de afloración onírica del inconsciente del blanco hispanoamericano, o más específicamente del alma bíblica de la cultura criollo-católica.
En el Tabaré, Zorrilla dice lo mismo que dirá años después en El Sermón de la Paz. Ambas son meditaciones culturales, cada una en su género: la una épica, la otra en el género del ensayo.
En lo más profundo del Tabaré, el conflicto épico se entabla entre la fuerza del bautismo y la del pecado. Las consecuencias son históricas.
La imposibilidad de comunicarse en paz que experimentan los hombres, frustra las reales posibilidades humanas. Esta dimensión profunda del poema, se hace perceptible sólo a partir del conocimiento de la cultura bíblica, a la que Zorrilla está vinculado. Diríamos que El Sermón de la Paz, ha de ser una de las claves de lectura del Tabaré".