Quién es el “Hijo del Hombre” en el juicio de las Naciones? Los autores a los que sigue Juan L. Segundo no han prestado atención, entre muchas evidencias textuales para las que parecen ciegos, al hecho de que el juicio de los cristianos ya ha tenido lugar, pues a él se refieren las tres parábolas inmediatamente anteriores: el mayordomo, las diez vírgenes y los talentos. Esos malos discípulos serán juzgados según hayan vivido para sí o para los intereses de su Señor y esperando en serio su Venida.
Después, cuando se juzgan las naciones gentiles, no hay ya discípulos entre las ovejas o los cabritos. Los discípulos que han sido hallados fieles en las anteriores instancias de juicio, forman ahora parte del tribunal que juzga al mundo,y constituyen junto con el Cristo, una persona corporativa: El Hijo del Hombre. El título de Hijo del Hombre es aquí, una designación de un 'tribunal del pueblo' con Cristo a la cabeza. Jesús se los señala presentes junto a él: éstos, tanto a las ovejas como a los cabritos.
Esa es, como lo demuestra la siguiente selección de estudios exegéticos, la visión de Mateo. Ese es su sentido literal: 'lo que Mateo dijo y quiso decir', al margen de lo cual no se puede construir ningún argumento teológico válido (Ver Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum 12).
El intento de fundar sobre una interpretación naturalista de esta escena un "cristianismo sin religión", o -al decir de J. L. Segundo- una revolución laica, se demuestra infundado. Reposa sobre una lectura tan arbitraria como atrevida (en el sentido de temeraria) del texto inspirado.
Dicha interpretación se construye de espaldas al texto y a las evidencias mismas del pasaje, del contexto, de la tradición exegética y de la ciencia exegética actual. Así llega a entender lo contrario de lo que Mateo dijo y quiso decir y se funda sobre ello una doctrina soteriológica heterodoxa. Pero Mateo afirmaba todo lo contrario de lo que interpretó Segundo en seguimiento de Bonnard, Preiss y todo el protestantismo racionalista y liberal y a imitación de los autores católicos liberales que con ellos coinciden.
Resumiendo: Para Mateo, el Hijo del Hombre es una figura colectiva: son Cristo y sus discípulos los que juzgan a las naciones. El Hijo del Hombre es un Nosotros del que el Rey es el portavoz en el juicio, pero donde los "hermanitos más pequeños" asisten como testigos de defensa y cargo, y como jueces también. Las naciones, -es decir todos los pueblos paganos de la historia-, son juzgadas según hayan acogido y tratado a los enviados de Jesús, y en ellos a Jesús mismo; pues Él no sólo los ha enviado sino que ha estado con ellos siempre (Mateo 28,18-20). Esa identificación se entiende desde la institución bíblica del goelato, o sea desde el parentesco divino, santificador de las vinculaciones y que impera las obras de misericordia (Véase nuestro estudio sobre el Goelato y el Dios Pariente: Horacio Bojorge, Go'el: El Dios Pariente en la Cultura Bíblica en: Stromata 54 (1998) 33-83.).
Comunión, pertenencia y solidaridad Para entender el sentido literal de este pasaje es necesario tener en cuenta y entender que la religión no es, para la fe católica, solamente una cuestión de 'profesión' de verdades sino que es, mucho más, un asunto de 'profesión de pertenencia' , o sea de comunión a la que se entra por la fe; un asunto de vinculación, de alianza y por lo tanto, de parentesco.
Es necesario entender cuál es el contexto antropológico y teológico del goelato en cuyo marco de referencia se entiende el sentido bíblico de las obras de misericordia. Esto no es algo ni demasiado complicado ni demasiado abstruso. ¿Quién no conoce la historia de Ruth? Así como Ruth la moabita entra en la Alianza por su piedad con Noemí, así los paganos, misericordiosos con los misioneros cristianos, entran en la Alianza con Cristo.
Pero esto es todo lo contrario de 'una revolución laica' o de “un cristianismo sin religión”. Mateo presenta -es verdad- una revolución religiosa. Pero ésta consiste en que la historia de los pueblos se juzga por su recepción, no ya del evangelio en abstracto, es decir por un mero asentimiento intelectual a un mensaje, sino por la adhesión a la persona de sus portadores. No se puede separar el kerygma de las personas que lo proclaman, como hace el popular 'creo en Dios pero no en los curas', frase cuyo sentido intencional es: "creo en Dios pero no en la Iglesia" o más precisamente "creo en Dios pero no en sus maestros". Ese es, si se lo comprende bien, el grito del deísmo que pretende encontrar a Dios prescindiendo de su revelación histórica de la cual la Iglesia, y dentro de ella el Magisterio que anuncia a Cristo, es custodia y portadora, y sin comunión con la cual no puede haber comunión con Dios. (Ver I Juan 1,1-3: “...para que también vosotros estéis en comunión con nosotros (los apóstoles) y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo...”. En el Apóstol y por su intermedio se anuda la comunión de los fieles con Dios.).
No hay salvación cristiana fuera de la comunión. Pero los autores a los que adhiere y sigue Juan Luis Segundo le hacen dar a Mateo un mensaje deísta al interpretarlo exactamente al revés de lo que Mateo dice y quiere decir.