viernes, 8 de agosto de 2014

UNA MIRADA AL EVANGELIO

El Evangelio 
visto por 
Dimas Antuña Gadea

Carta a Vanda Arismendi [1]
En ocasión de obsequiarle un Nuevo Testamento 

Montevideo 6 de julio 1944

“Este es un libro diferente de todos los libros; aquí la Palabra de Dios habla al silencio de nuestra alma y no puede ser recibida (lo dice el Señor mismo) si no nos hacemos como niños. Mire a su hijita y lea el Evangelio. El Evangelio es paz y gozo en el Espíritu Santo; el Evangelio es un misterio de amor. Por él sabemos que Dios es Padre, es ‘nuestro’ Padre, y esto no por las palabras bonitas o en el aire, sino de hecho y en verdad, pues para hacerlo Padre nuestro mu rió por nosotros en la Cruz su Hijo Cristo.
            Lo que Mirta es para Usted y sólo para Usted que es su madre (una criatura única en el mundo y un pedazo de su alma), eso mismo es Usted para Dios, y esa es la lección viviente y única del Evangelio. Por enseñarla el Verbo se hizo carne y porque pudiéramos participar realmente de ella y tener comunicación con Dios, murió y resucitó por nosotros.
            Le ofrezco pues este libro, en esa victoria de Cristo resucitado que es el fundamento de nuestra fe, pues hirió de muerte a la muerte y destruyó todos nuestros enemigos. Y le ruego que tenga en cuenta el contenido de todo el Evangelio y la inteligencia auténtica (o errada) que nosotros podemos tener de él, se reduce a esta sola pregunta del Señor: ¿Quién soy yo? ¿Quién dicen los hombres que ‘Yo soy’?
            A eso responde Pedro (y con él, con la piedra angular de nuestra fe, con el primer Papa, respondemos todos): – Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Si Cristo es el Hijo de Dios y para que creamos esto fueron escritos los cuatro Evangelios, y si Cristo ha resucitado (Él murió para redimirnos y resucitó para santificarnos), Dios es nuestro Padre, por la fe hemos sido trasladados de este mundo y dentro de la economía sacramental de la Iglesia, nosotros, nacidos de Dios por el Bautismo, de Dios vivimos por la oración y de Dios nos alimentamos por la eucaristía.
            Nuestra redención es tan cierta que ya en este mundo participamos de la vida eterna: el cristiano es una nueva criatura, es decir, una criatura para quien ya no valen las mentiras, ni las verdades del mundo. Las mentiras no valen porque ellas dependen del pecado; y las verdades ya no nos atañen, porque la vida sobrenatural las excede.
            La ley de Dios supera todas esas categorías, limitaciones, ideales y demás normas del mundo. Estas verdades son tan altas y esa redención que nos da la sangre de Cristo, y esa libertad que nos trae su Espíritu son tan extraordinarias, que el Evangelio no pudiendo decirlas dentro del lenguaje humano material y circunscripto, las dice en Parábolas.
            Parábolas, como dice Alejandrito[2], “es una cosa que se dice y después hay que adivinar”. Para el hombre de corazón puro la parábola es trasparente, y para el pecador es clara y limpia. El Evangelio es dado para todos, a pobres y ricos, a sabios y a ignorantes, a santos (si hay alguno, pues ahí vemos que sólo Dios es santo) y sobre todo a pecadores. Una sola clase de gente es excluida de esa inmensa luz: ¡los mezquinos, los que calculan y falsean todo, los hipócritas, los que no tienen alma!
            Usted es un alma generosa Vanda, y por eso soy feliz de enviarle este libro. Pero, por favor, a pesar de estar escrito y de su letra (que mata o puede matar), no lo reciba como libro, sino como lo que es: una palabra de vida, una palabra viva, el Verbo de Dios hecho carne, revestido de naturaleza humana, que llama a su corazón. Póngalo en su corazón junto con su hija. Lo demás (su felicidad, su vida espiritual, la fe, la esperanza, la caridad, la victoria de Cristo en nuestras almas) será obra de Dios.
            Con todo cariño y avergonzado de decirle todas estas cosas (pero la culpa la tiene María del Carmen que me pidió le dijera algo) yo que tan mal he vivido el Evangelio que todavía no sé lo que dice, le envío un afectuoso saludo. En Xto. N.S.
Montevideo, 6 de julio de 1944. En la octava de la fiesta de S. Pedro y S. Pablo.


[1] La Sra. Mariel Alayón de Antuña facilitó vista de esta carta. Fue escrita por Dimas Antuña en ocasión de obsequiar un ejemplar del Evangelio a Vanda Arismendi, hermana del político uruguayo Rodney Arismendi, dirigente de la cúpula del Partido comunista en Uruguay. 
La carta está escrita en dos hojas tipo carta, a máquina, sin firma y comienza abruptamente, si encabezamiento, quizás puede faltar una primera hoja, pero la fecha está al final, sin nombre de Dimas. Puede tratarse de una copia a máquina de una carta original manuscrita.
[2] Alejandro Antuña Urruela

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