UN CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN Y DE VUELTA A LA VIDA: Eutico: Hechos 20, 7-9
Leemos este relato de Lucas: “El primer día de la semana (¡domingo!) estando nosotros (Lucas es testigo presencial) reunidos para la fracción del pan, Pablo, que pensaba marchar al día siguiente (de Tróade hacia Mileto), conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche. Había abundantes lámparas en la estancia superior (detalle de un testigo presencial) donde estábamos reunidos. Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del tercer piso abajo y fue recogido muerto” (Hechos 20, 7 -9)
Lucas recuerda la escena y la narra con la vividez del testigo presencial. Como médico, pudo comprobar la muerte de Eutico.
El joven cae de un tercer piso.
Podemos calcular una altura de nueve metros, entre los 7.50 y los 12 metros. Las casas populares y de la burguesía, que tenían hasta tres o cuatro pisos y han sido excavadas en Ostia podían alcanzar hasta 18 metros de altura. Los autores antiguos hablan de escaleras interminables a pisos altísimos (Marcial I, 117,V,7; VII, 20 según U.E PAOLI, Urbs. La vida en la antigua Roma (Barcelona 1956) p.70).
Bajo Augusto se prohibió en Roma la construcción de casas de más de 21 metros de alto, de cinco o seis pisos. (Véase J. GUILLÉN Urbs Roma (Salamanca 1977) Vol. I, pp. 76-77. Aunque estos datos se refieren a la construcción en Roma, es sabido que la arquitectura romana había tomado los moldes del mundo griego desde el siglo I a. C. (GUILLÉN o.c. p 60). No es exagerado poner cuatro metros para el primer piso y tres para los siguientes.
La caída de un cuerpo desde esa altura, normalmente es mortal. El sueño, y la flacidez muscular consiguiente, así como la presumible falta de reacciones de defensa, parecen factores que aumentan las probabilidades de la fatalidad de semejante caída.
Lo cierto es que Lucas, testigo presencial y médico declara que “fue recogido muerto” (Kai erthe nekrós).
Ya Hipócrates ofrece, en sus aforismos, detallados síntomas descriptivos de la muerte. El escrito hipocrático De las Enfermedades I distingue entre las enfermedades que tienen una causa orgánica y las que se originan por causas exteriores: por fatigas o heridas (apo ponen kai trómaton) o por excesos de frío o calor. [Tó Próton peri Nouson. Usamos la edición crítica de R. Wittern, Die hippokratische Schrift]
Acerca de los males producidos por heridas observa que fatalmente (anánke) producen la parálisis las heridas que seccionan los grandes nervios o los tendones, especialmente los de la cadera y muslo. Fatalmente mortales son las heridas del cerebro, la médula, el estómago, hígado, diafragma, vejiga, grandes arterias y corazón. [Tó Próton peri Nouson, Ed. Wittern Nª 3, p.7; Ed. Litré Nª 144].
Estas observaciones son del siglo V a. C. y ya hemos visto qué progresos había hecho desde entonces la medicina. En tiempo de Lucas, un médico difícilmente se engañaba en la comprobación de la muerte. Según Lucas el niño había muerto cuando lo levantaron. Ya no había nada que hacer.
El mismo escrito de las Enfermedades advierte que cuando hay una conmoción cerebral se pierde el habla y también la vista y el oído, y que las heridas del cerebro producen fiebre y vómitos de bilis, parálisis de algunas partes del cuerpo, y que estas heridas son mortales. Con todo el médico puede ayudar a veces. Esas oportunidades de ayudar son muy fugaces (kairos) a veces, sobre todo cuando se trata de ayudar a los que están inconscientes, y se ha de intervenir antes de que el paciente haya exhalado el alma (pro tou ten psujén methéinai).
Lucas, después de haber comprobado la muerte del niño, y que ya era tarde para intervenir, debió sorprenderse de las palabras de Pablo: “Bajo Pablo, se echó sobre él y tomándola en sus brazos dijo: No os inquietéis, pues su alma está en él” Subió luego, partió el pan y comió; después platicó largo hasta el amanecer. Entonces se marchó. Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco” (Hechos 20,10-12) Estamos pues ante el testimonio impresionante de un médico que ha visto con sus ojos la reanimación de un muerto. Lucas podría haber omitido este hecho sin que el lector lo echara de menos.
También en su Evangelio, Lucas se hace eco de la reanimación de la hija de Jairo, que encontró narrada por Marcos y Mateo. Entre todos los milagros de Jesús, estas reanimaciones de muertos son los más escandalosos para un incrédulo. Lucas agrega otra en su Evangelio, la del hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11-17) que podía haber evitado perfectamente, pues es el único evangelista que lo narra.
Su honestidad intelectual no le permitía escamotear estos hechos por temor a que fueran calificados de increíbles. Lucas no se avergonzaba de los hechos, por más increíbles que pudieran parecer.
Hay una distancia cualitativa entre estas reanimaciones de muertos y la Resurrección de Jesús. No son lo mismo. Pero tanto unas como otra son hechos sobre los cuales, el médico Lucas, fundó su convicción acerca del poder vivificante del Espíritu de Dios. Tanto en la perspectiva pagana como en la de la fe, el médico no da la vida, ni puede devolverla, ni hace otra cosa cuando cura que colaborar con una fuerza. La Naturaleza (sola o con el Espíritu), que es el agente de la curación.
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